Por Mercedes Borges Bartutis
Este 22 de mayo se cumplen 104 años del natalicio de Alberto Alonso Rayneri, un hombre que aportó muchos elementos singulares al desarrollo de la coreografía en Cuba. Su primera obra la concibió a los 25 años, sin muchas herramientas, solo con algo de vocación y la experiencia de haber trabajado en Europa, observando a coreógrafos, que con los años se trasformaron en nombres fundamentales para la historia del ballet.
Alberto Alonso fue el primer cubano que compuso una coreografía original para la escena: Preludios, con música de Liszt, obra estrenada en el Teatro Auditorium, en 1942. Con este título se abrió una ruta que trajo muchas obras para él y para los cientos de cubanos que luego se dedicaron al arte de la coreografía.
Cuando se observan las grabaciones que quedan de las obras de Alberto Alonso, lo primero que salta a la vista es el buen gusto que tenía para trazar secuencias de movimientos, la originalidad en sus estructuras en el diseño de los pasos, en la disposición de cada elemento, y también la cultura inmensa que sostenía su creación. Ahí está el hermoso dúo de El solar. En la película, Sonia Calero y Roberto Rodríguez, llegan a un nivel de élite, sin excesos, encontrando la medida para sus evoluciones, ajustando el dinamismo de cada momento, donde prácticamente se acaricia la música de Toni Taño.
Por supuesto, hay obras exitosas y otras que pasaron sin penas ni glorias, pero es la dinámica del arte. Lo importante fue su recorrido. Definitivamente, su travesía como bailarín en obras de Mijail Fokin y otros autores, en Europa, y luego su experiencia profesional en los Estados Unidos, lo condujo hacia un vocabulario del ballet con mayor libertad. Desde el principio entendió que en la cultura nacional de cada país, hay un universo lleno de posibilidades. Es así como se propone coreografiar con lo que él nombró un “estilo cubano de ballet”.
Su búsqueda llena de altibajos, lógicos en cualquier proceso de creación, fue moldeando un lenguaje que se puede identificar. Cuando miramos la larga lista de títulos en el repertorio creativo de Alberto Alonso, encontramos muchos con música de compositores sinfónicos:
Preludios con Lizt; Concerto, Vivaldi y Bach; Forma, Ardévol; Sinfonía, Mozart; El mensaje, Harold Gramatges; Nocturnos, Debussy; El caballero de la rosa, Strauss; Nocturnal, Chopin; Sinfonía clásica, Prokofiev; Espacio y movimiento, Stravinski; hasta completar una larga lista de compositores referentes para la música universal.
A su lado, se erige un enorme inventario donde los títulos están marcados por lo cubano. La inicia Antes del alba, primera pieza con temática nacional, que tuvo diseños del pintor Carlos Enrique y música de Hilario González. Antes del alba cumple en este 2021, su aniversario 74. Hecha por Alberto cuando tenía 30 años de edad, marcó un antes y un después, sobre todo por el contexto en que se desarrolló.
La década de los años 50 del pasado siglo está acentuada también por sus creaciones para cabarets y centros nocturnos de La Habana, principalmente Montmarte y Sans Souici. Y allí, toda una gama de títulos donde utilizó ritmos afrocubanos y bailes populares: Cha, cha cha, El solar, Nicolasa, Noche cubana, Sensemayá, entre otros. Entonces aparecieron los compositores cubanos en sus coreografías. Además de González y Gramatges, también trabajó con la obra de Roberto Varela, Carlos Fariña, Ernesto Lecuona, Chucho Valdés, Calixto Álvarez, Juan Blanco, Leo Brouwer, Alejandro García Caturla, Félix Guerrero, Juan Almeida, Rember Egües, y Gilberto Valdés.
No tuvo prejuicios con los espacios de representación, ni con los géneros. Creó sin miedo, desprovisto de obsesiones con el ballet clásico y disfrutando de las posibilidades que le brindaba la cultura popular cubana. Desde el principio, la prensa puso atención en su trabajo de cabaret, ese género que tiene tantas opiniones a favor como en contra, pero donde sus coreografías tenían éxito.
“Muchas veces nos hemos referido a la labor de Alberto Alonso en el arduo empeño de elevar a un plano danzario culto el baile afrocubano. No es, sin duda, el «show’ de cabaret el medio adecuado para el logro de ese objetivo en su expresión más rigurosa y elevada, en el renglón dramático o cómico, pero sí constituye una ocasión feliz para el ejercicio de las posibilidades formales. Y el actual «show» de Sans Souci, especialmente en su última parte, es un ejemplo grandísimo de ello. Tanto la labor de conjunto, como la de las primeras figuras, poseen un dinamismo y plasticidad soberanos traducidos en un cuadro vibrante que levanta en peso a la concurrencia. Viendo el ritmo sostenido, la armonía, la plasticidad hecha de escorzos acusados, incisivos, y el dinamismo arrasador, consecuencia de una coreografía muy bien construida, elaborada con un rigor que recuerda la pauta clásica en lo que ésta tiene de férula firme, pensarnos que no está lejana la fecha en que Alberto Alonso nos dé un ballet moderno con algo del drama criollo, elevación a un plano temático digno de sus cuadros de la vida popular.» (Periódico El Mundo, La Habana, 1957)
Su inserción en la Televisión Cubana, en los años 50 del siglo pasado, le posibilitó explotar otras formas que fueran asimiladas por un público amplio, lleno de matices, con gente de procedencias diversas, que nunca habían pisado un teatro, ni soñaban hacerlo.
En varias ocasiones, el propio Alberto Alonso confesó que el momento de cristalización de su “estilo cubano de ballet” pasó con la coreografía El solar. En realidad fue una colaboración constante entre Alberto y su esposa, la bailarina Sonia Calero, quien tuvo una inmensa participación en todo el proceso. La sensualidad en las ejecuciones femeninas, la delicadeza en el movimiento, tanto del femenino como del masculino, entre otras virtudes, hacen de esta pieza un clásico de la danza en Cuba.
Así llegó a Carmen. La historia es de sobra conocida. Durante la extensa gira por Europa en 1965, viendo El solar en Moscú, Maya Pliseskaya descubre a la persona ideal para su proyecto de hacer un ballet con la música de Bizet. Alberto asumió el reto de crear una adaptación de Carmen, cuando ya la gran obra había sido versionada y utilizada por otros con sedimento en el ballet internacional. Ahí estaba la Carmen de Roland Petit, con una extraordinaria estela de éxitos.
No había sido su idea versionar Carmen, pero el sólo hecho de que se lo pidiera Maya Pliseskaya, era la mayor provocación para un hombre que se encontraba en pleno auge de su carrera como coreógrafo. Así surge la Carmen de Alberto Alonso, tal vez el título más completo de un extenso repertorio, que sobrepasa con creces las 100 obras. Carmen marca la diferencia no solo en por la forma con todos sus movimientos osados y novedosos, sino también porque trae un espíritu de libertad personal.
De Alberto el crítico inglés, Arnold Haskell, dijo: “Las coreografías de Alberto Alonso son siempre originales y en todos los casos, someten a prueba al espectador”.
Especio y movimiento, con música de Stravinski, fue otro de sus títulos más exitosos. Se dice que era una “combinación inteligente de neoclasicismo y danza popular”. En otro ángulo estaba Un retablo para Romeo y Julieta, creada originalmente en 1969 para el Ballet Nacional de Cuba, luego filmada por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en el propio escenario de la sala García Lorca, con Alicia Alonso como Julieta y Azari Plisestky como Romeo.
Sobre su montaje, Alberto Alonso expresó: “Romeo y Julieta se debaten en un mundo adverso y contradictorio que se confunde con el mundo que representa el Retablo. Las fuerzas ocultas que se mueven en torno a ellos, se desenmascaran en el Retablo, hasta hacernos perder la noción de cuál es la realidad y cuál la irrealidad».
Un retablo para Romeo y Julieta tuvo un equipo de primera. Bajo la dirección de Antonio Fernández Reboiro, la fotografía la hizo Jorge Haydú, los operadores de cámara fueron José Tabío y Livio Delgado, la edición de Nelson Rodríguez y el sonido de Gerónimo Labrada.
En esa experiencia de Alberto para el cine, aparecen otros títulos como Rumba, material dirigido también por Fernández Reboiro, e interpretado por Sonia Calero y Raúl Barroso, sobre banda sonora de Dámaso Pérez Prado; y Un día en el solar, llevada a la pantalla grande por Eduardo Manet.
Su trabajo en general, siempre tuvo críticas a favor o en contra, sus obras no pasaban de largo hacia el silencio. Algunos críticos lo compararon con los grandes nombres en la creación coreográfica internacional.
“Es sorprendente constatar que en el punto de la búsqueda estética de Alberto Alonso, exista un paralelismo con Maurice Béjart. De igual modo parten de una base académica, de igual modo desarrollan los gestos y posibilidades plásticas del cuerpo humano, pero con un resultado que revela totalmente otro temperamento y excluye el plagio.” (Le Soir, Bruselas, 1969)
La mezcla de géneros de danza, el collage musical donde lo sinfónico convive con lo popular, las estructuras coreográficas audaces, son algunas de las marcas visibles en el trabajo de creación de Alberto Alonso.
El coreógrafo falleció el 31 de diciembre de 2007, en los Estados Unidos. Con su trabajo de colaboración constante, sostenido por muchas décadas, dejó una obra inmensa para la cultura cubana.
En portada, de izquierda a derecha: Alberto Alonso junto a Alicia y Fernando. Foto tomada de Internet.
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