Por Martha Sánchez. Publicado en en Portal digital El Camagüey
La huella de un maestro de danza suele vivir en el genio y el espíritu escénico de los bailarines, sus obras más perfectas. Pero cuando el carácter de un maestro funda danzantes, compañía y escuela, el olvido se torna imperdonable. En ocasiones, tiende a obviarse o a disminuirse el legado de Fernando Alonso en la historia del ballet cubano. Nació en La Habana, el 27 de diciembre de 1914, y lo nombraron Fernando Juan Evangelista Eugenio de Jesús Alonso Rayneri.
De niño estudió violín y, a los 15 años, fue enviado a cursar el bachillerato a Estados Unidos, en el Spring Hill College, de Mobile, Alabama. Las vacaciones lo devolvían a su Cuba natal, donde la madre, Laura Rayneri[1], miembro de la junta directiva de la Sociedad Pro Arte Musical, propiciaba su continuo acercamiento a las artes. Así descubrió el ballet, que le cautivó al principio porque combinaba elementos del deporte y otras de sus pasiones: la música.
En Asheville, Carolina del Norte, se graduó de Ciencias Comerciales y, con 20 años, acude al Teatro Auditorium, hoy Amadeo Roldán, a ver bailar a su hermano menor Alberto, quien protagonizaba una versión de Coppelia, junto a la joven Alicia Martínez[2]. Aquella representación lo motivó a comenzar definitivamente los estudios de danza, para lo cual contó como base con sus prácticas en los colegios estadounidenses de natación, atletismo, basketball, gimnasia y otras. Contrario a lo que suele decirse, el primer maestro de Fernando no sería el ruso Nicolai Yavorski (segundo profesor en su historia), sino una alumna aventajada de este, llamada Blanca Rosa Martínez del Hoyo, alias Cuca, hermana de Alicia. Por entonces, a la niña Alicia se le conocía como Unga, acababa de cumplir 15 y la pasión por el ballet fue uniendo su corazón al de Fernando, pues ambos filosofaban de aquella disciplina con obsesión.
El interés por convertirse en profesionales condujo a la joven pareja de novios a Nueva York, donde se casaron y tuvieron una hija[3], bailaron en el Ballet Caravan, las comedias musicales de Broadway y formaron parte de la etapa fundacional del Ballet Theatre, actual ABT (American Ballet Theatre). Muchos desconocen que primero viajó él, bailó en el Ballet de Mordkin, trabajó como taquígrafo-mecanógrafo en inglés y español en una fábrica de productos farmacéuticos, estudió radiología y la ejerció en Harlem, para poder costear el pasaje de quien se convertiría en su primera esposa, madre de su hija y una de las más grandes bailarinas del mundo.
En el Ballet Theatre, Fernando llegó a ser solista y junto a Alicia comenzó a soñar con darle a Cuba una compañía profesional. Lograron materializarlo en 1948, al fundar en La Habana el hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), que nació como Ballet Alicia Alonso, el 28 de octubre. Fernando sería el director hasta 1975, al igual que de la academia del mismo nombre, fundada y dirigida por él en 1950, un lugar donde desplegaría a plenitud su fabulosa vocación de pedagogo.
La metodología escrita por Fernando, con Alicia como patrón y la colaboración de Alberto, guio los pasos iniciales de la escuela cubana de ballet y constituye aún su legado más valioso. Deviene un híbrido virtuoso que reúne los elementos representativos de las cinco escuelas precedentes: italiana, francesa, danesa, rusa e inglesa, con los sentimientos, características y formas expresivas del cubano. Tras el Triunfo de la Revolución en Cuba, trasladó ese programa de estudios a la Escuela Nacional de Arte, de la que fue fundador, y el primer director de su cátedra de Ballet, de 1961 a 1968.
Cuando, en la primera mitad de la década del 60 del siglo XX, las jóvenes Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araújo y Aurora Bosch, alumnas de Fernando Alonso, conquistaron en sucesivos concursos internacionales en Europa, distintas preseas de oro, plata y bronce, la crítica mundial acuñó la existencia de una escuela cubana de ballet. Bajo su dirección, el BNC se lazó con el Grand Prix de la Ville de París, en 1970, y acontecieron los primeros Festivales Internacionales de Ballet de La Habana.
Generaciones de artistas del BNC tuvieron el privilegio de trabajar con Fernando, a quien el crítico inglés Arnold Haskell describió como “un maestro creativo para quien una clase de 15 bailarines se convierte en lecciones particulares. Es meticuloso en sus correcciones, un científico y un artista”.
Fernando creía en la humildad como base de la virtud, además le fascinaba indagar en la naturaleza las respuestas de casi todo en la vida. Cuando Alicia debía preparar el personaje de Odette en El lago de los cisnes, la llevaba al Central Park de Nueva York a observar el movimiento de los cisnes. Las aves fueron para él una pasión eterna, igual que el estudio de las ciencias, la música clásica, el cuidado de los perros de cualquier raza, los libros. Numerosos testigos avalan que fue el pedagogo detrás de Alicia en su época más vital, la preparó para asumir con creciente maestría todos los clásicos y la capacitó, incluso, para desenvolverse técnicamente cuando la vista le fallara.
El Maestro fue vicepresidente del jurado del Concurso Internacional de Ballet de Moscú y juez en los certámenes de Varna (Bulgaria) y Nueva York (Estados Unidos). En 1975, a raíz de su divorcio con Alicia, se decidió que debía abandonar la dirección del BNC y se le ofreció el mismo puesto en el Ballet de Camagüey. Fernando lo percibió como una oportunidad de renacimiento y, con su mano de Midas, elevó el nivel de aquel conjunto de provincia a un rango internacional. En 1992, aceptó ser director de la Compañía Danza Nacional de México y luego ocupó el mismo cargo en el Ballet de Monterrey. Entre otras invitaciones, recordaba con emoción una serie de clases que le invitó a impartir la directora Claude Bessy en la Escuela de la Ópera de París, en Francia.
Hasta su fallecimiento, en 2013, con 98 años de edad, nunca dejó de supervisar la enseñanza del ballet en Cuba, en los distintos centros escolares, sobre todo en la Escuela Nacional que hoy lleva el nombre de Fernando Alonso. Por su labor, fue reconocido internacionalmente con el Premio Benois de la Danza, considerado el Oscar de la manifestación. Conquistó varios galardones y no le gustaba hablar de ninguno, para Fernando no había lauro comparable al de pararse en un salón de clases a compartir sus conocimientos con otros y seguir aprendiendo él. A su criterio, la danza era una sola: buena o mala, y adoraba volver una y otra vez a las historias de las leyendas, los mitos, los clásicos de la literatura, la música y el ballet.
La historia de Napoleón contada por un historiador difiere a la de otros intentos, me recordó aquel ferviente lector en más de un encuentro, a modo de curiosidad. ¡Vaya ironía! La historia de Fernando no ha sido contada en su amplitud y, tal vez, jamás lo sea. Pletórica de misterios y pasiones, obsesiones y entusiasmos, esas páginas invisibles todavía proyectan luces al ballet y al público de Cuba, porque… Había una vez, un príncipe de ojos azules y porte majestuoso que sabía combinar la clásica elegancia estética con la del verbo, y un saber enciclopédico capaz de conquistar a generaciones, y no solo de artistas.
Notoas:
[1] Llegaría a ser Tesorera de la entidad y asumió su Presidencia de 1934 a 1948.
[2] El 20 de marzo de 1935 y Alicia Martínez sería mundialmente conocida como Alicia Alonso.
[3] Laura Alonso, prestigiosa maître y directora.
Foto de portada: Periódico Granma