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«Zapatos Para Rosa», Renovar La Esperanza Desde El Teatro

Zapaticos para Rosa, con puesta en escena y texto de Nelson Álvarez Guerra, me dio la posibilidad de reencontrarme con Titirivida, teatro de títeres de Pinar del Río. Fue en el año 2003 que conocí a Luciano Beirán en una de las ediciones del Espacio Vital.
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Por Maikel Chávez García

Si dicen que del joyero. Tome la joya mejor, Tomo a un amigo sincero. Y pongo a un lado el amor.

José Martí

Zapaticos para Rosa, con puesta en escena y texto de Nelson Álvarez Guerra, me dio la posibilidad de reencontrarme con Titirivida, teatro de títeres de Pinar del Río. Fue en el año 2003 que conocí a Luciano Beirán en una de las ediciones del Espacio Vital.

Muchos años han pasado desde entonces, y ahora el reencuentro es en el marco de las Rondas Virgilianas. Excelente idea de crear un espacio para el diálogo entre los creadores de esta isla, una isla que llevamos en peso y que defendemos desde nuestras miradas teatrales. Una isla que reinventamos sobre la escena con la multiplicidad de discursos.

Fue en la sala Milanés donde pude observar por segunda ocasión el espectáculo que dialoga con la obra del Martí de La Edad de oro. Si la emoción te atrapa mientras observas una obra de teatro, y te descubres con lágrimas en los ojos, sonriendo, como si el alma estuviera en vuelo, es porque estás ante una obra de arte. Pero, si esa emoción va acompañada de los comentarios de los niños mientras avanza la representación, es agigantado el deseo de levantarte eufórico de la luneta y aplaudir bien fuerte mientras gritas: ¡Bravo!

El texto no es una versión del poema de Martí. Es un original de Nelson Álvarez que toma como referente al maestro que nos enseñó a amar a Cuba y a sentirla hermosa en cualquier etapa, porque como afirma en Abdala, “el amor (…) a la patria no es el amor ridículo a la tierra ni a la yerba que pisan nuestras plantas”.

Los protagonistas de la historia son dos niños de la Cuba de hoy. Rosa y Ernesto se conocen cursando el tercer grado y como el afecto no lleva explicaciones; como el tiempo es relativo y circunstancial, se convierten de inmediato en los mejores amigos.

El dramaturgo asume la metáfora del zapato roto, y de los pies descalzos para entablar un discurso sincero, descarnado, lleno de matices que nos alerta sobre un problema fundamental que ocurre en la realidad: la diferencia de clases.

Ernesto vive con su padre, quien tiene una holgada posición económica y piensa que la felicidad se resume a tener cosas. Rosa convive con su madre, la cual a causa de no tener casi nada se ha ido amargando y convirtiendo en un ser gris y retorcido capaz de maltratar a su propia hija.

Riqueza y pobreza atraviesan una y otra vez las líneas argumentales de la obra. Los protagonistas acuden desde sus acciones a la búsqueda de una verdad que les ayude a enfrentar la vida. Porque no se es pobre por cómo se vive, sino por cómo se piensa.

La intertextualidad está presente durante toda la representación. Uno de los aciertos de esta puesta radica en su manera sincera de hablarnos de problemas reales a los que están expuestos nuestros niños.

No estamos ante la habitual fábula que intenta agradar al espectador. Aquí quien mira se emociona y cuestiona sobre diversos aspectos de la vida que llevamos. He insistido en varias ocasiones en que la dramaturgia para niños y jóvenes en Cuba debe asumir nuevos derroteros. Crear un puente comunicativo entre adultos y niños, un intercambio de emociones y preguntas, una suerte de pretexto para que salgan del teatro preguntándose ambos, ¿qué pasa con nuestra existencia en este mundo? Todo esto y más logra Zapaticos para Rosa al mostrar una historia que no hace concesiones con la banalidad y tampoco le teme a hablar abiertamente de conflictos que existen en Cuba, aquí y ahora.

La puesta en escena recrea tres zonas. En el centro del escenario se ubica la escuela, el parque, los escenarios donde se juntan los protagonistas para entregarse amor y buscar refugio en su amistad.

A la derecha está la casa de Rosa. A la izquierda la de Ernesto. Los titiriteros se toman las licencias de hacer saltar de un espacio a otro a los personajes. El director marca esas zonas como una metáfora de las distintas maneras de obrar los seres según los sitios en que se encuentren.

Ésta es también una manera de hablar de la doble moral que a veces asumen las figuras paternas cuando no están en la zona de confort. Me gusta detenerme en este detalle, ya que, como es bien sabido por todos, tanto en la casa como en la escuela es que se forman nuestros hijos.

La técnica escogida para la animación de títeres es la de marotes de mesa. Los titiriteros Ana M. Cordero, Marydania Blanco, Carlos Ernesto Santiesteban y el propio Nelson Álvarez asumen con limpieza y rigor el difícil arte del mundo de los muñecos.

Cantan, bailan, se ayudan en la animación de un mismo títere por momentos. Son versátiles y asumen con fuerza interpretativa cada uno de sus roles. La verdad con que se sumergen en ese universo nuevo que cita a Martí, es una de las claves del éxito del entramado de la obra. No hay competencia entre ellos, ni destaca uno en particular. De hacerlo se quebraría el discurso del espectáculo ya que, lo más importante es estar juntos, apoyar al colega.

Considero por momentos que debería el director cuidar los desplazamientos de los títeres hacia las tres zonas creadas. El teatro de figuras es una convención en la que, cuando entramos en su juego, creemos que están vivos los títeres. Cuando se mueve de un sitio a otro, debe seguir vivo, porque si solo vive en la luz del escenario en que le corresponde representar, y estando en las sombras o penumbras es simplemente un elemento para la representación, puede crear un efecto contrario.

El trabajo con títeres se construye igual que el de actores en cuanto a monólogos internos, memoria de los sentidos, desplazamiento escénico, entre otras. Esto que señalo, es una pequeñísima visión a tener en cuenta, pero la obra en su totalidad es un regalo, una fiesta para el alma.

Otro detalle que me gustaría sugerir está en la selección de la música a cargo de Odalys Rodriguez, Yohandy González y Nelson Álvarez. La sonoridad está en función de acentuar el dramatismo de la escena, pero, por momentos acuden a referentes sonoros de películas muy conocidas como El laberinto del Fauno; ese filme, para quienes lo hemos visto, nos narra la cruda realidad de una España que llora en la época de la Guerra Civil.

Por tanto, en los momentos en que se utiliza dentro de esta obra, considero que funciona como simbología que remite a la historia de la niña que se reconstruye la realidad. Pero también a la historia fatalista del Fauno y las atrocidades franquistas. Debemos cuidar en el espectáculo cada uno de los elementos, ya que todo dialoga, y en lo particular me crea una especie de enrarecimiento el escuchar ese tema. El silencio también es música, no hay por qué graficar sonoramente todos los estados anímicos de los personajes, esa es una cuerda floja que entra en el riesgo del melodrama.

Martí será siempre un pretexto para seguir amando a Cuba. Cuba, seguirá siendo “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”, la novia de Colón, la benjamina bien amada, la llave del Golfo.

Yo amaría a Cuba, aunque fuera otra tierra mi tierra. Encontrar en mi país espectáculos como Zapaticos para Rosa que nos hace revalorar la realidad que vivimos; que nos pone a pensar sobre la educación y bienestar de nuestros hijos, es, en esencia, la misión del teatro actual. Ese teatro que destinamos a niños y jóvenes que parecen estar más inmersos en el mundo tecnológico que en el real.

Agradezco la valentía de este joven actor, dramaturgo y director pinareño al crear un espectáculo necesario para nuestros tiempos. Cuando salía de la sala escuchaba los comentarios de los niños, y eran tan importantes al cuestionarse entre ellos si sus padres los quieren, los atienden, si ellos son buenos con sus padres o no.

Escuchar a las profesoras que les acompañaban explicarles sobre cuestiones puntuales de la convivencia, sobre sentimientos universales como el amor. Y como dijera el propio Martí: “Lo que queremos es que los niños sean felices, y que, si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo, nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo y diga donde todo el mundo lo oiga: Éste hombre de La edad de oro es mi amigo”.

El teatro, una vez más ha cumplido su misión. Titirivida, gracias por renovar la esperanza.