Por Roberto Pérez León
En Pinar del Río hubo Rondas Virgilianas, un cónclave teatral donde gente de muchas partes de la Isla hizo teatro, habló de teatro y pensó el teatro desde Brecht hasta Piñera, pasando por Artaud.
¿Por qué Rondas Virgilianas? Es que tienen los pinareños una sala de teatro que lleva el nombre de Virgilio Piñera, espacio que a su vez es la sede del colectivo Teatro de La Utopía, el responsable de la eficaz curaduría del evento que tuvo el total apoyo del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, en la persona de su director José Miguel Caveda, quien nos acompañó no solo como esmerado productor sino como espectador atento y agradecido.
Seis días de teatro que pusieron en tres y dos a la realidad, al agudizarla y artificializarla. Doce puestas en escena y tres encuentros, en el espacio teórico, además de las presentaciones musicales con los mejores grupos vocales e instrumentales.
Del 12 al 17 de marzo hubo teatro habanero, villaclareño, matancero y también de los anfitriones, como es de suponer. Teatro mañana, tarde y noche. Se hicieron representaciones desde la concepción de un teatro didáctico, ese que va a la inteligencia y a la reflexión, hasta el teatro mágico, el del sentimiento, el que se apoya en el gesto y hasta en la crueldad.
Las Rondas Virgilianas que acaban de efectuarse en Pinar del Rio han sido un agregado elocuente y categórico en el paisaje de las artes escénicas nacionales. Rondas magníficas que hicieron mucho bien y nos dieron satisfacción a todos; o sea, nada que ver con las rondas esas que no son buenas, que hacen daño y que dan pena, de la canción de Agustín Lara.
Merecen atención el encuentro teórico, que concretó tres paneles alrededor del tema “Virgilio Piñera: Teatro y Nación”.
Como sugiriera Reynaldo León, a propósito de la invención que según Harold Bloom hizo Shakesperare de lo humano, nuestro Virgilio ha inventado el cubano de a pié; desde esta perspectiva el teatro piñeriano es una especie de mapa de la imagen del cubano, de lo popular más allá de lo antropológico e historiográfico; lo cubano puede estructurarse también desde la dimensión en que aparecemos en los personajes virgilianos que van de la invención al descubrimiento de lo que somos; no creo que sería exagerado decir que es nuestro Shakespeare, porque no es que nos copie sino que nos crea desde una mirada con las anchuras de la teatralidad. Porque toda la obra de Virgilio está recorrida por la calidad de lo teatral.
Artaud nos dejó dicho que el teatro no debe imitar la vida, todo lo contrario, que debe tratar de rehacerla. Esto significa nada más y nada menos que el teatro debe estar comprometido con una acción eficaz. La obra de Virgilio Piñera contiene los elementos constitutivos para la acción.
En Piñera no podemos limitarnos a su labor como dramaturgo, tenemos que, para llegar mejor a su cualidad de inventor de situaciones teatrales y verbales, asumir su obra como una totalidad donde es posible detectar la posibilidad de desarrollo del “texto espectacular”.
La estética del absurdo es el procedimiento básico en la creación piñeriana. Sabemos los atributos del absurdo: incongruencia, ambigüedad, cuestionamiento, extrañeza, arbitrariedad de conductas y acciones, aplazamientos sin límites, postergación, circularidad, abandono de la literaturidad para dimensionar el sentido común.
Sin embargo, en el caso de Piñera, esta estética fue desarrollada a partir de un intento de acceder a la razón, pero no desde el cuestionamiento, la duda o las vías digamos convencionales. En su caso, esas vías fueron más allá del acto primigenio, más allá de cualquier finalidad, y por eso creo que el absurdo piñeriano podríamos entenderlo desde otra poética que entre los cubanos ha sido bien ardua, me refiero a la poética de Lezama Lima.
Lezama/Piñera es el par más antagónico de nuestra cultura y a su vez el más germinador; mientras uno va hacia la reafirmación de lo cubano, el otro va hacia la negación, la discordancia, el nihilismo.
Virgilio es “la oscura cabeza negadora” a que alude Lezama en su poema “Rapsodia para el mulo”. Mulo andador por el camino de la “hipertelia”, el que según Lezama “es indescifrable, pero engendra un enloquecido apetito de desciframiento”, el de “una serie o constante de relaciones que no podemos descifrar, pero que nos hace permanecer frente a ella con un inmensa potencialidad de penetración”. Hipertélicamente Virgilio se paraba ante los mecanismos y fundamentos de la razón común tratando de vencer su determinismo.
Tal vez para intentar esclarecer algo del crucigrama conceptual entre Lezama y Virgilio puede ser conveniente recurrir a Lezama al citar a Tertuliano: “El hijo de Dios fue crucificado, no es vergonzoso, porque es vergonzoso y el hijo de Dios murió, es todavía más creíble porque es increíble, y después de enterrado resucitó, es cierto porque es imposible”; de eso Lezama derivó: “lo creíble porque es increíble (la muerte del hijo de Dios), y lo cierto porque es imposible (la resurrección)”.
Además del “camino hipertélico” tenemos “el súbito” y las “sucesiones causales” lezamianas como conceptos aclaradores para el absurdo virgiliano: lo incondicionado actuando sobre la causalidad, acumulando causalidades para explotar en una fulguración; los encadenamientos causales venciendo al azar; y, dentro de lo incondicionado y lo causal aparece la vivencia oblicua como hacedora de su propia causalidad.
Entre este enjundioso y enmarañado manojo de significaciones e intuiciones se teje la teoría cultural del hombre de Paradiso y, puede, paradójicamente, contribuir a llegar a la “linealidad” de la obra piñeriana, desenvolver la poética del absurdo al que llegó interrogando la razón callejera y por el que logró el pasmo y el frenesí de su obra.
De este absurdo piñeriano se ocupó en el encuentro teórico Carlos Celdrán, quien desde el montaje de Aire Frío aprehendió a un Virgilio sustancial para la contemporaneidad que nos asiste.
La decisión estética de Virgilio Piñera puede ser la causante de que lo condenen quienes puedan considerar que hay una única y sacrosanta manera de afirmar y consolidar lo cubano, olvidando que en la tradición identificadora isleña hay espacio para el discurso negador, para el discurso no iluminador ni iluminado por “ese sol del mundo moral” de José de la Luz y Caballero, uno de los fundadores de la ética emancipadora de la Nación, de la visión apologética de lo nuestro. Luz, en uno de sus aforismos, dejó espacio para un Virgilio Piñera:
“El ceño es un veneno que inocula el disgusto hasta a la misma tolerancia. Tempus ridendi, tempus lugendi. La ironía es patrimonio de las almas apasionadas: por eso es tan elocuente. Porque hay una sátira patriótica, moral, humana, que es distintivo de las almas nobles, redentoras de la humanidad. Hay casos en que es la última expresión del sentimiento del dolor, no del egoísmo” (Aforismos, Editorial de la Universidad de La Habana, 1945).
Las Rondas Virgilianas en sus mañanas teóricas anduvieron rondando las honduras de la obra de Piñera y quedó para futuros encuentros habitar en sus personajes e indagar en el asombro de sentir cuánto nos parecemos a sus creaciones.
Cuando de teatro se habla siempre hay que empezar por el público que hay que sensibilizar, educar estética y artísticamente. La gente debe ir al teatro no solo por lo que se representa miméticamente sino también por lo que se cuenta, cómo se cuenta, quién lo cuenta y desde qué perspectiva.
Juntarse para hacer teatro y hablar de teatro no es un ejercicio de mirarse el ombligo. Hay que crear y atender al espectador. Si tengo que hacer un señalamiento a la organización de las Rondas Virgilianas es precisamente la carencia de un estudio de público que advertí desde Espacio Vital, otro encuentro de teatro y teatreros en Pinar del Río.
En cada función fue evidente un público ávido de espectáculos inteligentes, sorprendentes, divertidos, reflexivos; los aplausos siempre son un síntoma; el Teatro sabe, pero el público es sabio, atendámosle de manera científica y no al garete.
Al interior de las Rondas…
Las Rondas Virgilianas contaron con doce representaciones. Voy a hacer un somero recorrido por aquellas que hicieron patente la consonancia de los sistemas significantes que conforman una puesta en escena como suceso sémico productor de sentido desde la incentivación de la emoción reflexiva por medio de los componentes estéticos fecundantes.
El mundo del teatro de figuras es un espacio de imantación poderosa tanto para niños como para adultos. Las Rondas Virgilianas hicieron un aparte en el modo artizar del lenguaje plástico en títeres, muñecos, sombras, estampas.
Empiezo por un mágico momento. Se trata de la puesta en escena de El Encuentro de La Salamandra, el diminuto, suspirado y próspero colectivo donde andan a sus anchas Ederlys Rodríguez y Mario David Cárdenas; de nuevo he visto la propuesta de estos jóvenes donde triunfa el papel y se figura la historia de la emblemática tienda habanera El Encanto; otra vez quedé encantado; se trata de una representación que pone en evidencia que el arte disfruta de una sorprendente autonomía dentro de los contextos sociopolíticos: se adelanta, se bifurca, se entretiene para distraer y sorprender y despertar y poner en crisis el sentido de lo real. El Encuentro es la prueba de que el arte nos suscita una interpretación más allá de la historia o dentro de la historia no solo histórica.
Las Rondas Virgilianas estuvieron provechosamente empecinadas en el mejor teatro de figuras que se hace en Cuba. Para seguir con encantamientos estuvieron los matanceros de Teatro de Las Estaciones que llegaron con La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón; un prodigio que tiene diseños de Zenén Calero y donde Rubén Darío asume todo lo demás en la representación que es sencillamente una clase magistral, una invitación a la imaginación desde la constatación de la belleza que tantea en lo más profundo del espíritu de niños y adultos.
Es oportuno señalar que dentro de los encuentros teóricos Rubén Darío tuvo una participación que me demostró la bondad intelectual de este artista que para hacer más satisfactoria el discurrir sobre el Teatro y Nación, nos mostró una sorprendente visión del mundo del teatro de figuras y la danza, donde juguetean y se regodean invenciones y poderosos constructos que, desde la imaginación, configuran baluartes de transformación sociocultural.
Y quiero seguir con el mundo de los títeres. Como para agregar más dimensión profesional tuvimos a Teatro Pálpito, el colectivo habanero que sabe tocar fibras de una fuerza espiritual decisiva para niños y adultos; la puesta de Vida y milagro de Federico Valderrama tiene un hermoso y equilibrado texto de Maikel Chávez, y la diestra dirección de Ariel Bouza; el mundo de cloacas y ratones devine en una hermosa historia de amor y sustantividad poética repartida entre muñecos y jóvenes actores, que lamentablemente no cuento con sus nombres pues si algo hay que señalar en estas Rodas Virgilianas es el muy deficiente, por incompleto, programa de actividades, pese al esmero con que fue diseñado, impreso y distribuido.
Hubo más para niños que los adultos no dejamos de gozar. El Mejunje llegó con Eureka en apuros, donde se convierten calabazas en gallinas, y una tremenda actriz, Idania García, nos desternilla de la risa con la ingenuidad y la soltura de los que saben estar en un escenario con pasión auténtica.
Pero El Mejunje además de Eureka en apuros puso Amor Líquido y Después del baile. Cada propuesta de este curioso centro cultural siempre en pleno desarrollo está irradiada por lo popular que se espesa desde el centro de la Isla. En el teatro, como en cualquier manifestación artística, lo popular es como la otra mano que hay que saber manejar, modular y nodular con certeza para no caer en el magnetismo sulfúrico de la chabacanería. No es lo mismo oír una vulgaridad en una guagua o en una cola que cuando forma parte del texto global de una puesta en escena.
Entonces, El Mejunje, que se esmera desde la encrucijada de lo popular, en Amor Líquido y Después del baile nos dio dos momentos deliciosos donde la experiencia de una actriz deja ver bien claro que en Santa Clara, y desde ese espacio que cuida, vigila y desarrolla Ramón Silverio, se está haciendo también un teatro con curiosas manifestaciones donde lo cubano, sin artificios, sale a flote; Idania García es esa actriz que sabe pararse ante un alborotado público infantil y rendirlo, hacer que unos a los otros se miren y se pregunten qué es lo que está sucediendo en el escenario, se encojan de hombros, y sigan riéndose de una calabaza que sabe ser gallina y sale a buscar a sus pollitos desesperadamente; de igual manera, sabe Idania García convertirse en una comedianta tremenda en Amor Líquido, acompañada del magnífico trabajo actoral del joven Adrian Hernández, entre los dos arman situaciones hilarantes a través de disimulos, ridículos, careos, rastreos y tácticas entre marido y mujer; pero, si como si no bastara con hacer teatro para niños y comedia, también Idania García escribe y dirige Después del Baile, un monólogo que conmueve y divierte desde la soledad de una anciana que se declara en bancarrota emocional.
Entre las puestas en escena que sobresalieron en cuanto a invención teatral, experimentación y búsquedas estéticas, tengo que destacar el trabajo del colectivo anfitrión del evento; Teatro de La Utopía repuso La pasión desobediente, unipersonal con texto de Gerardo Fulleda León, dirección de Reinaldo León y Juliet Montes como actriz; hacía unos meses que había visto este trabajo y al volver a encontrármelo noté la madurez y consolidación de la puesta en cuanto a su condensación teatral traducida en los materiales escénicos y el espacio actoral construido con precisión para el diseño de la imaginería de un personaje de escándalo y admiración como fue Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Las Rondas Virgilianas irrumpieron como un meteorito. Pues sí, como el que visitó hace poco a los pinareños y que sacudió el Valle de Viñales, este que acaba de caer en los escenarios ha sido un contundente meteorito teatral.
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