Por Frank Padrón
Narrar lo narrado. Abordar cuentos clásicos desde una perspectiva diferente, re-significando, contextualizando, actualizando referentes desde una clara plataforma posmoderna, signa el trabajo de algunas compañías que trabajan las figuras, y lo hacen sin distinciones etarias, porque manejan un lenguaje asequible a todos, y proyectan niveles de lectura que lo mismo sirve a quienes no trascienden la recepción literal como a quienes, mejor aún, por edad o conocimientos, reciben subtextos y entrelíneas.
Hace algunos años pude apreciar el trabajo del camagüeyano Teatro de la Luz que dirige Jesús Vidal Rueda, con su puesta Cuentos clásicos, que justamente se enfrenta a conocidos textos (Caperucita Roja, El Gato con botas…) nada menos que rimados por el poeta y repentista Alexis Díaz Pimienta y con una postura lúdica que no solo “vacila” los personajes y accidentes fundamentales de las historias, sino que los cubaniza y convierte esos cercanos referentes en afiladas comedias.
Bien actuados, con notable movimiento escénico y eficaz dirección, cuando en ese entonces escribí sobre ellos les señalé que se resiente, sin embargo, el exceso de rupturas y distanciamientos dentro del devenir dramático, lo cual llegaba a afectar el discurso, por lo cual les sugería cierta reducción para mayor limpieza de la puesta. Al encontrar después a su director, me respondió su conformidad con el señalamiento, de modo espero lo hayan tenido en cuenta para nuevas puestas.
El matancero Teatro Papalote, que dirige el veterano René Fernández Santana trajo recientemente una versión de uno de esos relatos: Caperucita Roja. Versados en la sátira, como demuestra su chispeante espectáculo Cubaneando —en este caso sobre rostros de la canción popular nacional—, se enfrentan al conocido cuento de Perrault desde una postura local, dando a personajes y situaciones un sentido de choteo cubano que convierte la historia en una delicia doméstica, que aplauden y disfrutan lo mismo niños que adultos.
Una vez más, la fluidez escénica, la comodidad para (des)vestir los más diversos trajes, el eficaz manejo de los títeres y la combinación no menos lograda con actores (todos de alta profesionalidad y conocimiento de su trabajo), la explotación inteligente del espacio en consonancia con los giros y peripecias argumentales, la elaborada escenografía, a la vez minimalista y funcional así como la imaginación para diseñar soluciones dramáticas, brillan sobre el escenario, y nos hacen perdonarle ciertas reiteraciones y extensión acaso excesiva del discurso.
Dador Teatro, de Sancti Spíritus, tiene en su repertorio el espectáculo Juglaricuenteros en La Cucarachita Martina que, tal indica su nombre, se vuelca al célebre relato con tanta economía de recursos como imaginación y sana motivación al público infantil, el cual responde generalmente con el entusiasmo y la complicidad que todo buen teatro genera. Mirielsi Valdés y Fernando Gómez son actores y titiriteros que le saben mucho a su oficio, lo cual logran ayudados por los originales vestidos y máscaras que dinamizan el relato, bajo la dirección de Fernando Miguel Gómez (autor también de la versión).
Los cuentos que nos contaron y (en)cantaron desde que éramos niños, siguen como todo lo eterno, inundando la escena, desde miradas y perspectivas renovadoras que los enriquecen por parte de muchos de nuestros grupos de teatro infantil.
En portada: Caperucita roja de Teatro Papalote de Matanzas. Foto Granma.
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