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María Galindo En Partes, Como Una Muñeca Destrozada

Yo, María Galindo, soy una protuberancia de silicona, un labio leporino, una película de terror, una patada en la faz del patriarca, un suicidio femenino con fuego, un cuerpo cochino enfermo, una mascota, un dildo mecánico, una guerra de rapiña, una paloma negra prostibularia, un feto muerto en la barriga, una trinchera para la disputa, una espina de pescado en la garganta, una fábrica de justicia, la cara de la revuelta. La tortura no. Mejor la hoguera, ya.
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Por Edgar Ariel

Desde Radio Deseo: Yo, María Galindo, soy una protuberancia de silicona, un labio leporino, una película de terror, una patada en la faz del patriarca, un suicidio femenino con fuego, un cuerpo cochino enfermo, una mascota, un dildo mecánico, una guerra de rapiña, una paloma negra prostibularia, un feto muerto en la barriga, una trinchera para la disputa, una espina de pescado en la garganta, una fábrica de justicia, la cara de la revuelta. La tortura no. Mejor la hoguera, ya.

Él está en Holguín y se aburre. Quizá, en vez de aburrimiento, sea una felicidad sosa, que casi es lo mismo. No sale de su cuarto. No se levanta de la cama. La misma cama de siempre. Desde que salió de la cuna duerme en ella. Es una cama personal, una cama para un niño. Todavía conserva en el espaldar una pegatina que puso cuando no había cumplido aún los diez años.

La pegatina es ‘sencilla’, es un mono–simio–gorila–chimpancés–orangután encerrado en una celda bursátil. Pero las cosas no son como nos las pintan. Y ese mono–simio–gorila–chimpancés–orangután, nombres con los que comúnmente se asocia a un grupo de primates no humanos, tal vez sea una figura (humana) transformada por la farmacopornografía. Tal vez sea María Galindo vestida de marrón, pero convertida en mono–simio–gorila–chimpancés–orangután por la dictadura tecnopatriarcal.

Como no sale de su cuarto, como no se levanta de la cama, para no aburrirse entra, por los datos “sudados” del teléfono, a Facebook. Con Chul Han, ese lugar sin carácter porque no permite ninguna marca fija, porque no permite que se grabe en él líneas firmes. Tara de una sociedad “positiva” sedienta de los “me gusta”.

Él se entera. Facebook es un lugar para chismear. Para vitrinear. Se entera que María Galindo, la performer y activista boliviana, está viajando a Buenos Aires para impartir el taller “Toma de espacio público”, con el verbo ‘despatriarcalizar’ como bandera.

MM, semidormida, escribe también en Facebook, también desde Buenos Aires, o desde los aires en un “limbo aéreo”, ¿cómo llega lo nuevo al mundo?

Él tampoco entiende nada MM, Él tampoco sabe nada. Mucho menos de novedades. NOVEDADES parece el nombre de una revista cool con Dita Von Tesse en la portada. Pero algo afirmas MM, desde Buenos Aires, “amor sí hay”, y (Él) se sobrecoge.

Será que en Buenos Aires el amor no es un dron. Será que en Buenos Aires el amor no es un sometimiento. Será que en Buenos Aires el amor no es una tecnología de gobierno de los cuerpos. Será que en Buenos Aires el amor no nos pone al servicio de la reproducción social. Será que en Buenos Aires el amor no es un bosque en llamas del que no podríamos salir sin habernos quemado los pies.

P_A_U_L

B_E_A_T_R_I_Z

P_R_E_C_I_A_D_O

Sábado tres de agosto. Una y diez de la tarde. Él tiene veinticuatro años. Veinticuatro años: la edad en que mueren los revolucionarios y las estrellas de rock, según Murakami.

Él escucha a Claude Debussy. Claude Debussy, cuando le costaba mucho avanzar en la composición de una ópera, solía decir: Dedico todo mi tiempo en perseguir la nada (le rien) que ella crea. Pues mi trabajo consiste en crear ese rien.

A Él, cuando le cuesta mucho avanzar en un panfleto (a Él le gusta la palabra panfleto porque le recuerda a un pan francés) como este, suele decir: Todo se nos va, y todos, y hasta nosotros mismos.

¡Le rien!

Él tiene veinticuatro años, está en Holguín, se aburre despatarrado sobre la cama, una cama para un niño, y escucha a Claude Debussy mientras pasa el dedo por la fría–pulida–higiénica pantalla del IPhone5 y se entera en Facebook que María Galindo viaja a Buenos Aires ¡A despatriarcalizar! matrimonios, divorcios, infidelidades, mentiras, familias, maternidades, hijos, herencias, normas, órdenes, (des)órdenes, identidades, cuerpos…(cuerpas) vulnerables.

No había ni una nube flotando en el cielo.

Cuando María Galindo entró al juzgado vestida enteramente de rojo y negro –acusada de destrucción o deterioro de bienes del Estado y la riqueza nacional– con un collar de muñecas destrozadas, seguramente no había ni una nube, en el cielo boliviano, flotando.

El delito: una intervención callejera firmada por Mujeres Creando, organización que fundó junto a Julieta Paredes. El grafiti denunciado decía: “El feminicidio es un crimen del Estado patriarcal”.

Desde su cama, una cama para un niño, contempla el Río de la Plata sin hacer nada. Contempla el río en silencio. Un estuario en calma. Tan en calma que no se alza ninguna ola digna de ese nombre.

Todos los sonidos parecen zumbidos somnolientos.

Al otear el fondo ve a María Galindo en partes, como las ruinas de alguna ciudad antigua sumergida bajo las aguas. Aquí la cabeza. Aquí un pie. Allá una mano. Allá otra. María Galindo en partes, como una muñeca destrozada colgada en el cuello.

El cuerpo de María Galindo es un CUERPO–DESASTRE. Etimológicamente, desastre significa “sin estrellas” (del latín des–astrum). El cuerpo desastroso de María Galindo, amorfo, terrible, no sucede bajo un cielo sideral. El CUERPO–DESASTRE es la contrafigura del CUERPO–COMPLACIENTE. El CUERPO–DESASTRE es un acontecimiento de vacío. El desastre –para Chul Han– significa la muerte del sujeto autoerótico que se aferra a sí mismo.

Él ve más. Ve caer de los aviones Fiat miles de cuerpos encapuchados a ese estuario que es como un mar. Miles de cuerpos encapuchados arrojados vivos al mar durante la Contraofensiva cívico-militar en los años 1979 y 1980. Los vuelos de la muerte tiran al mar cuerpos… (cuerpas) vulnerables. El estuario se convierte en un polígono de tiro sin balas.

Ve caer un último cuerpo de un último avión Fiat. Ve caer a María Galindo envuelta en cuerdas como en una práctica bondage. El estuario se opaca y ennegrece. Pero el fulgor late bajo esas manchas. El avión negro traspasa la bahía como un Cóndor. Mientras, una muñeca destrozada cae, lanzada por una avioneta del poder machopropulsado.

Él ve a María Galindo bajo las aguas de manera tan vívida. Es una carga errática bajo el mar. Un soplo de viento apenas arruga la superficie. Un mar con ondulaciones mínimas que no llegan ni a sombras de olas, como la piscina en la que murió aquel Gatsby de Fitzgerald mientras esperaba un telegrama de Daysy, un telegrama que nunca llegó, y la luz verde parpadeaba al otro lado de la bahía.

O como el río Mekong en El amante de Margarite Duras. Unas aguas que parecen no moverse. Parecen estancadas. La sangre en el cuerpo.

No había ni una nube flotando en el cielo. Ni nubes metafísicas. Ni nubes simbólicas. Ni nubes metafóricas. Nada. Apenas una luz. Una luz verde al otro lado de la bahía.

 

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