Por Yuris Nórido / Fotos Léster Vila y Yuris Nórido
La oportunidad y el empeño: Niosbel González Rubio nació en Buey Arriba, municipio de la provincia de Granma, y es ahora uno de los mejores bailarines de la danza moderna cubana.
Las maravillas de la enseñanza artística en Cuba: no hay que nacer en las grandes ciudades, cerca de las escuelas y los teatros, para llegar a ser un bailarín de primerísimo nivel. Es el caso de Niosbel González Rubio, que es oriundo de un pequeño poblado de la provincia de Granma, Buey Arriba.
Ahora es uno de los mejores intérpretes de la danza moderna nacional.
—¿Cuál fue el primer espectáculo de danza que viste?
—La primera compañía que recuerdo haber visto fue Rakatán. Estaba estudiando en la Escuela de Arte Manuel Muñoz Cedeño, en Bayamo. Ya estaba bastante crecidito, estaba en séptimo grado. Nunca antes había visto un espectáculo danzario…
—Y sin embargo estudiabas danza. ¿Cómo se explica eso?
—Cuando yo estaba en la primaria estaban transmitiendo en la televisión un serial español, Un paso adelante, que trataba de estudiantes de arte, de danza. En mi escuela siempre me escogían para bailar son, cosas populares, así que a mí me gustaba todo lo que tenía que ver con el baile. Yo tenía un vecino que estudiaba en la escuela de arte de Bayamo, no sé cómo había entrado allí. Y él me decía que su escuela era igualita que la del serial.
«Yo no lo podía creer. Pero él me aseguraba que sí, me embullaba, me metía eso en la cabeza… Yo le conté a mi mamá, ella habló con una profesora de la Casa de Cultura para que me preparara para las pruebas de admisión.
«Cuando se enteraron los hombres de mi familia fue un conflicto. Ya podrás imaginarte los prejuicios que puede haber en un pueblo de campo con los bailarines. Pero mi mamá me apoyó siempre».
—¿Tenías certeza entonces de que ibas a ser bailarín? ¿Cuándo la tuviste?
—Yo creo que después de aprobar el pase de nivel. Antes no me lo tomaba en serio. Pero cuando me vi en otra escuela, en Santiago de Cuba, pensé que ser bailarín podía ser mi futuro. En Bayamo yo no era un buen estudiante, pero cuando aprobé el examen de pase de nivel, mi mamá me dijo: “Ahora en Santiago nadie te conoce. Puedes empezar de cero. Y eso hice…
—¿Cuál fue el primer teatro en el que bailaste?
—No lo tengo muy claro, pero debe haber sido el Heredia, de Santiago de Cuba. Yo di clases con el maestro Eduardo Rivero, y con él montamos algo para presentar al público en ese teatro.
—¿Qué te resultaba más difícil en el proceso de aprendizaje?
—Lo que más odiaba era el ballet, la técnica del ballet. Pero para que veas, ahora le encuentro su atractivo, me gusta como entrenamiento.
—¿Y por qué lo odiabas entonces?
—Tengo que reconocer que quizás todo tenía que ver con las trabas que me pusieron los hombres de mi familia. De hecho, lo que asumían ellos como un bailarín (y lo que más rechazaban) era el bailarín de ballet clásico. Yo terminé por hacerle rechazo. Y también me aburría.
—Pero sabías que no había remedio: había que estudiar ballet. ¿Por qué insististe en seguir estudiando a pesar de ese rechazo?
—Yo creo mi mayor sostén fue mi mamá. Es la persona que yo más quiero en la vida y siempre me apoyó. Me instaba a seguir adelante, a no dejarme vencer por los prejuicios.
—¿Ha habido algún momento crucial en tu carrera? ¿Algo que definiera un antes y un después?
—Sí, mi llegada a La Habana. Se me abrieron nuevos caminos. Tuve por delante un panorama riquísimo: otras maneras de hacer la danza.
—Bailaste mucho tiempo con Danza Contemporánea de Cuba. ¿Qué le debes a esa compañía?
—Le debo todo lo que soy como bailarín. Todo. Le debo mi manera de moverme, de bailar. Esa fue mi casa, fue mi mayor escuela. Ahí me hice artista.
—El bailarín suele ser un artista que depende de otros artistas: coreógrafos, músicos, diseñadores… ¿Hasta qué punto te consideras una herramienta de otros?
—Algunos insisten en vernos así, pero en mi caso no me concibo como una “herramienta” pasiva. Soy muy intranquilo. Puedo llegar a ser un poco “indisciplinado” en los procesos creativos. Me gusta involucrarme tanto, que llego a creer que el proceso es mío.
—¿El proceso o la obra terminada?
—Son dos momentos distintos. El proceso es el regalo, la sensación esa de recibir un regalo. Aunque después te des cuenta de que no era gran cosa. Pero lo nuevo siempre tiene un atractivo.
«Ahora, algunos dicen que la obra acabada ya no les atrae tanto. Yo te digo que en danza no hay ninguna obra acabada. La danza es el proceso permanente. A medida que bailas una obra ya terminada vas encontrando cosas nuevas. Yo nunca bailo una coreografía de la misma manera».
—Cuando estás lejos de los salones y los escenarios, ¿piensas mucho en la danza?
—Voy a decir algo tremendo, pero creo que la vida no tiene mucho sentido para mí si no estoy bailando. Es una bendición que me pagan por hacer lo que me gusta. La danza no es para mí un trabajo, es lo que me cura, lo que me limpia… El tiempo sin danza, es casi tiempo perdido.
Tomado de CubaSí.cu
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