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Dos Óperas, Cuatro Hitos Musicales Y Escénicos

La ópera es canto, pero a la vez teatro. Y el teatro no se concibe en estos tiempos sin una visualidad espectacular, estrechamente vinculada con los contenidos escénicos-musicales.
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La ópera es canto, pero a la vez teatro. Y el teatro no se concibe en estos tiempos sin una visualidad espectacular, estrechamente vinculada con los contenidos escénicos-musicales.

Por Pedro de la Hoz

Con apenas un mes de distancia, la capital cubana ha asistido al estreno de dos óperas que marcan una diferencia en la escena musical de la Isla por su impronta innovadora. Primero, La clemencia de Tito, de Wolfgang Amadeus Mozart, y ahora, La fille du regiment, de Gaetano Donizetti, rompieron lanzas contra el marasmo en que parecía hundirse irremediablemente, salvo contadas excepciones, el género entre nosotros.

Estrenada en Praga el 6 de septiembre de 1791, La clemencia de Tito, más allá de la camisa de fuerza de su argumento e inspiración romana, legó algunas de las páginas más memorables de la proyección lírica de Mozart. Paradoja feliz entre lo que entonces se consideraba una «ópera seria» y el carácter de la música, hermosamente ornamentada en arias como De se piacer, Parto parto, y Tu fosti tradito. Suele contrastarse con La flauta mágica, sin duda una obra maestra, puesto que Mozart interrumpió su escritura para responder al encargo, pero con el tiempo las aguas han tomado su nivel y nadie subestima ya La clemencia de Tito.

Seleccionar esta obra es de por sí un hito, como lo es también abrir espacio a La fille du regiment, que tuvo su primera representación en la Ópera Cómica de París en 1840. Donizetti se inclinaba decididamente por lo que se ha dado en llamar belcantismo, en primer plano el desempeño vocal, a veces llevado hasta extremos inconcebibles. Sin embargo, en el caso de La fille du regiment cuenta, además, el desarrollo argumental. En Cuba, hasta ahora, ha quedado prácticamente reducida entre los melómanos a su aria más famosa, Ah, mis amis, por los devotos al tenor peruano Juan Diego Flórez, aunque debo hacer justicia a las veces que Angelito Vázquez Millares, el hombre que más ha hecho por la difusión de la ópera en Cuba, la ha incluido en su programa dominical.

La ópera es canto, pero a la vez teatro. Y el teatro no se concibe en estos tiempos sin una visualidad espectacular, estrechamente vinculada, claro está, con los contenidos escénicos-musicales. En La clemencia de Tito hubo tres contribuciones que también marcaron hitos en la escena nacional: la revisión dramatúrgica del libreto original por Norge Espinosa, la imaginativa puesta de Carlos Díaz, uno de los más brillantes y poco rutinarios directores cubanos de las tres últimas décadas, y el diseño de vestuario encargado a la maestra Celia Ledón. Si a esto añadimos el acompañamiento y doblaje de las acciones por bailarines, propuesta cuajada del coreógrafo Norge Cedeño, y la distribución de personajes y músicos en dos niveles escenográficos visibles –las túnicas de la orquesta y la desnudez de los pies de los instrumentistas, más que Roma, me recordó algún rito nigeriano–, se comprenderá el vuelo de ópera.

En otro sentido, pero con idéntico resultado, el compromiso de Luis Ernesto Doñas con La fille du regiment reveló el crecimiento de un joven director que ha aprovechado al máximo su aprendizaje en Italia y puede dar mucho a la renovación de la escena lírica. Doñas viene del cine y en la ópera ha hallado tierra fértil para su talento, como lo demostró tres años atrás con Alcina, de Handel, donde por cierto confió, como acaba de hacerlo, en la extraordinaria ductilidad de Johana Simón. La plasticidad de los desplazamientos, la interiorización de los caracteres y el trabajo con los espacios dieron cuenta de un director que rebasa los términos del oficio.

Por último, al menos de momento, no debo obviar otra realidad promisoria, también un hito. La clemencia de Tito implicó a los músicos de la orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana, mientras La fille du regiment, en la que se agradeció la decisiva colaboración en la producción de la Fundación Donizetti, la orquesta fue la del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Se acabaron, al fin, las parcelas. La escena lírica nacional tendrá que estar abierta a todos los talentos, sensibilidades y posibilidades de producción. Y a todos los directores musicales con capacidades evidentes: Pepito Méndez y Giovani Duarte colocaron una pica en La Habana.

En portada / La clemencia de Tito / Foto Buby Bode

Tomado de http://www.granma.cu

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