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EL CUMPLEAÑOS DE MARCOS: ¿desconectar con el teatro?

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Por Roberto Pérez León

“El espectáculo, es cosa seductora, pero muy ajena al arte y la menos propia de la poética, pues la fuerza de la tragedia existe también sin representación y sin actores. Además, para el montaje de los espectáculos es más valioso el arte del que fabrica los trastos que el de los poetas.”
Aristóteles en Poética

El comentario que haré tendrá como detractores a los cientos y cientos de espectadores que han ido a ver El cumpleaños de Marcos. Ninguno de ellos estará de acuerdo con mis apreciaciones. Argumentarán que la pasaron divinamente, que desconectaron, que rieron a más no poder. No obstante a esa gran cantidad de gente que discrepará conmigo, considero que no hay que tener en programación eventos teatrales como El cumpleaños de Marcos: un trabajo de Teatro del Sol, con texto de José Ignacio León, dirección y  puesta en escena de Sarah María Cruz.

De acuerdo a la aristotélica diferencia entre el arte y el espectáculo, El cumpleaños de Marcos no es ni siquiera espectáculo, porque además de que carecer de “poética”, la “fábrica de los trastos” es lamentable. Se trata de un sketch, un cuadro con una repetida acción que se esfuerza por sacar a flote la comicidad, a través de machacar sobre lugares comunes. Facilismo a base de vulgaridades y estereotipos. Es como un sainete sin recursos dramatúrgicos ni salero para satirizar o hacer notar, y que,  la problemática social cubana más candente.

Desafortunadamente el teatro no ha estado exento del virus del “desconecte”. No se ha salvado el teatro del embobecimiento que desvirtúa la atención para conseguir un ocio sin esfuerzo, como el que persigue el cine comercial o la literatura de Paulo Coelho que inocula contra la buena literatura.

La onda del “desconecte” a través del teatro preconiza la intención de prodigar distracción a través de placeres viables apartando toda reflexión. Se persigue un ocio suave y bajito de sal, sin los esfuerzos de la contemplación ponderada por Platón como la gozosa acción de “levantar los ojos del alma y clavarlos en aquello que da luz a todas las cosas”.

¿Qué es desconectar? Si la cotidianidad nos carga pesadamente, nos  cansa, desconectar nos des-cansan, nos des-carga y quedamos “livianitos” por un tiempito. Si la cotidianidad nos aplasta y nos desintegra, el desconecte nos re-crea, nos re-compone por un rato y así vamos tirando hasta más ver. Y nada mejor para desconectar que la risa sin desafíos, mecánica, dirigida, sin rendimiento intelectual. La risa que no nos hace florecer desde el placer del intelecto y el ocio estético aristotélico.

Con el cuento de que es necesario  desconectar, nos pueden vender, siempre vender, villas y castillos. Nos seducen con atracciones espurias: medios de comunicación ligeritos, aplicaciones digitales encantadoramente embobecedoras, teatro de variedades para desternillarse de la risa viéndonos ridiculizados en el escenario, cine estupidizante, y una pila de etcéteras.

En El cumpleaños de Marcos, el espectáculo se sostiene sobre la búsqueda desenfrenada de la risa. Ciertamente la gente se ríe, porque se establece una banal identificación empática con lo que sucede en el escenario, a partir de lo cotidiano. La relación sala-escenario es muy elemental. Se instituye una comunicación de retozos sin fines en sí mismos. No hace falta comprender nada. No hay necesidad de actividad intelectiva alguna. No hay juicios de valor ni estéticos. Solo reír es suficiente.

Sin teleología. Sin imaginación. El cumpleaños de Marcos es una copia burda de la cotidianidad. Recargada reproducción de lo callejero sin peripecias, sin transfiguraciones. Es una mostración esquemática y caricaturesca a través de tipos, porque no podemos hablar de personajes.

 Se trata de sucedidos escénicos ex nihilo. No hay un montaje como tal. Se amontonan situaciones. No hay curva dramática. No hay progresión. Son flechas sin blancos. No se alcanza una estructura significante que se traduzca en el más mínimo significado, más allá del consabido objetivo del “desconecte”. Los sistemas escénicos van hacia una puesta en mirada de elementales sistemas significantes. Nada más. Desde la nada y hacia nada es el rumbo de El cumpleaños de Marcos.

Las actuaciones, sin  excepción, se empeñan en lograr la comicidad a través de lo grotesco y de la burla. Y cuando quieren ser serias y se sueltan parlamentos con afanes reflexivos resultan patéticas. Lo que prima es la distracción, la superficialidad. No pensar. No hacer relaciones. Eso es estar desconectado. Eso es pasarla bien sin complicarse la vida.

Teatralmente no hay propósitos en El cumpleaños de Marcos. La posible aspiración de ser una representación de la realidad isleña, de pretender expresarla, se malogró. Se monta un discurso inadecuado e insuficiente, y hasta irrespetuoso sobre todo por el bajo nivel actoral.

Nuestra complejidad precisa de otros abordajes. La crítica social entre nosotros tiene que desarrollar una inteligente relación dialógica con la totalidad cultural que somos. Hay que tener una perspectiva interpretativo-reflexiva de mayores contenidos.

Tenemos gente que hace muy buen teatro, que a la larga serán los que perduren. El reto no está en mejorar el teatro. El cumpleaños de Marcos nos demuestra, una vez más, que es preciso asumir el reto de crear y darle se seguimiento a programas que ayude a la formación de públicos. Desarrollar en el pueblo la recepción crítica de un teatro que refleje activamente los intereses éticos y estéticos de la Nación.