Search
Close this search box.

“Nunca pensé ser actriz”. Conversación con Herminia Sánchez

Herminia Sánchez recibió el Premio Nacional de Teatro en este 2019. A sus 95 años, la actriz y directora, dramaturga y pedagoga, recuerda su vida en el teatro. Hoy compartimos una parte de la extensa conversación que tuvo lugar en el apartamento de Prado y Colón, donde vive hace más de 60 años.
image_pdfimage_print

A propósito de la partida física de la primera actriz cubana Herminia Sánchez, Cubaescena le rinde tributo con esta entrevista que le fue realizada por Marilyn Garbey, a propósito del otorgamiento del Premio Nacional de Teatro en  2019.

Herminia Sánchez recibió el Premio Nacional de Teatro en este 2019. A sus 95 años, la actriz y directora, dramaturga y pedagoga, recuerda su vida en el teatro. Hoy compartimos una parte de la extensa conversación que tuvo lugar en el apartamento de Prado y Colón, donde vive hace más de 60 años.

Por Marilyn Garbey

¿Cómo llegó al teatro?

Llegué desde la Escuela de Comercio. Un bedel de la escuela era actor profesional, el teatro no daba dinero y tenía que trabajar. En su afán de ser actor creó un grupo de teatro en la Escuela de Comercio. Cuando me gradué de contadora, entré en esa duda de si ingresar en la Universidad en Ciencias Comerciales, pero siempre que iba buscar un trabajo preguntaban si yo sabía mecanografía, taquigrafía, inglés. Veía que esa carrera estaba eliminada y me inscribí en el Seminario de Artes Dramáticas de la Universidad.

¿Quiénes fueron sus maestros allí? ¿Qué obras hizo?

Luis Baralt era el director del Seminario, pero él estaba siempre viajando y quedaban como directores del grupo Elena de Armas y el doctor Ureta, y estaba Manolín Valenzuela. Hice La discreta enamorada, de Lope de Vega, y Electra, de Sófocles.

La Universidad tenía un sistema de cursos de verano al que venía mucha gente del extranjero y no sólo teatristas, sino también científicos. Era un curso integral que cerraba con una obra clásica. Elena de Armas eligió Electra en ese curso, y me llamó a mí, que estaba en primer año.

Le dije: “Yo no puedo hacer eso si yo no sé nada de Grecia. En la Escuela de Comercio no se estudia Literatura”. Y me contestó: “hay que hacerlo, eso es un trabajo de clase”. Yo me sentía bien haciendo teatro y fue, increíblemente, un éxito. El primero que me hizo una crítica muy buena fue Mario Rodríguez Alemán y me quedé prendida del teatro.

¿Cómo reaccionó su familia cuando usted dejó una carrera comercial, que tenía algún futuro, por el futuro incierto del teatro?

Mi mamá era muy inteligente, ella nunca se interpuso. Mi papá era andaluz, gracias a él tuve el primer contacto con el teatro, porque en la radio ponían una obra de teatro y yo me ponía al lado de él, tendría cinco años, seis años. El oía todas las obras de teatro, y yo veía que él lloraba. Eso era para mí una cosa normal, pero nunca pensé en ser actriz.

¿Dónde estaba usted cuando triunfa la Revolución?

Estaba en lo que es ahora el boulevard, en una tienda de turismo. Era la secretaría. Había estado en la escuela con Fermín Borges, al que nombraron como director del Departamento de Teatro del Teatro Nacional y me dijo: “Sueltas ahora mismo la máquina y el buró y vienes para acá, estoy al frente del teatro y quiero que tú seas actriz, que estés en la plantilla”. Y así fue.

¿Qué obras hizo en el Teatro Nacional?

Hice El filántropo, de Virgilio Piñera, que lo dirigió Humberto Arenal. Trabajé con Dumé en El que dijo sí y el que dijo no, de Bertolt Brecht. Después se hizo otro grupo que fue el que dirigió Eduardo Manet, el Conjunto Dramático Nacional, una tentativa de llevar a todos los actores a ese grupo de teatro, los actores de televisión, de radio, pero no funcionó. Entonces pasé a Teatro Estudio.

¿Quiénes fueron sus directores en ese grupo?

Sobre todo, trabajé con Bertha Martínez, hice La casa de Bernarda Alba, Macbeth y una obra que fue para mí increíble: Todos los domingos, de Antón Arrufat. Hice también La casa vieja, de Abelardo Estorino y no sé ni cuántas obras más. Nunca dejé de trabajar.

¿Le gustaba más hacer el teatro de autores cubanos?

Si me gustaba la obra y yo creía que la podía hacer, que era interesante, me daba igual que fuera una cosa o la otra. Tanta alegría y tanta emoción me dio La casa de Bernarda Alba, de Lorca, como La casa vieja, de Estorino.

Me gustaría que evocara a Bertha y a Estorino

Increíbles. Para mí Bertha fue la directora genial. Era una persona extraordinaria y tenía fervor por el teatro, era una cosa tan apasionante para ella, que me contagió.

Sabía dirigir actores. También trabajé con Estorino y fui a España con él, en una gira que hizo Teatro Estudio con Morir del cuento, que a mí me gustó mucho y la hice con mucho amor. No sé si eso es tener un sentido de superioridad, pero cuando cogía el personaje quería sacarle hasta el máximo, no podía ser de otra forma.

Morir del cuento fue un éxito bastante notable en España. Lo hicimos en Barcelona y eso me gustó mucho porque yo nací allí y era la primera vez que visitaba como adulta esa ciudad. Otra obra que me interesó mucho de Estorino fue La casa vieja y me agradó mucho hacerla.

¿Con quién compartió el elenco de La casa vieja?

Trabajaban Raquel Revuelta y el actor que murió en un accidente dentro del escenario, Florencio Escudero. Trabajaba Manolo Pereiro. Yo hacía un papel secundario, porque los protagonistas de la obra eran Raquel y Florencio; pero no sé por qué a la gente le gustó mucho lo que yo hice. Salía del teatro y me paraba en Línea, a esperar una guagua para volver a casa y la gente venía a preguntarme cosas sobre la obra, con un gran entusiasmo, porque de verdad que La casa vieja es una buena obra de teatro.

La última vez que vi a Estorino, fue en el aniversario cincuenta de la UNEAC. Se sentó a mi lado y me dijo: “Ay, Herminia, cómo te extrañé en la Flora en la pantalla grande”. Ese era el personaje que yo hacía, era una mujer que venía a defender a una muchacha que le habían quitado la beca. Recuerdo siempre una frase que yo decía y que a todo el mundo le gustaba. El actor me decía que cómo yo podía estar defendiendo lo que esa muchacha hacía, su conducta social, cuando yo era igual que ella, que había huido con todos los hombres, y yo solo le dije: “Empezando por ti”. Y a la gente le gustó ese bocadillo. No era mío, era de Estorino, nunca he improvisado cosas, ni he querido aumentar ni disminuir los textos. Después empecé a escribir teatro y no quería que nadie me remediara lo que no estaba bien hecho.

¿Usted coincidió con Armando Suárez del Villar en Teatro Estudio?

Yo hice Lucía, y me lo confesó Solás, que me llevó a mí para que le sirviera como contraparte a Raquel Revuelta. Solás me llevó de figurón. Me lo dijo además tan descaradamente, pero yo no me enteré de nada, hice lo que quise, ahora me han dicho maravillas de la Rafaela que yo hice, que casi lo trastorné todo en la escena de las monjas.

Cuando vine de hacer Lucía, en Trinidad, estaba embarazada. Fui a trabajar y Armando me llamó y me dijo: “Herminia, yo quiero que tú hagas El becerro de oro”, que es una obra humorística. Siempre tuve muy buenas relaciones con él.

¿En qué momento sale de Teatro Estudio?

Cuando me fui al Escambray con Sergio Corrieri. Fue el medio por el que me pude ir, porque yo estaba muy apasionada por la Revolución, por lo que estaba haciendo Fidel, creía que había que hacer todo para que la Revolución entrara en todos los lugares. El teatro debía tener ese espíritu en un país que estaba cambiando, no íbamos a seguir poniendo La muerte de un viajante ni el teatro de Lope de Vega. Había que buscar las cosas cubanas que mostraran el cambio social pero dentro del arte.

En qué obras del Teatro Escambray usted participó.

Manolo* y yo nos casamos en el ‘68 y al mes nos fuimos para el Escambray. Hice Escambray mambí, la escribí y la dirigí. Manolo quería que el grupo Escambray no sólo fuera de actores, sino que también hiciera lo que hicimos después nosotros en el puerto.

Hubiéramos obtenido muchos buenos actores de esos mismos campesinos, contando sus vidas. Ellos no sabían nada del impacto que había tenido en el Escambray Máximo Gómez, cómo él logró vencer allí a una enorme tropa española con esa poca gente que tenía a su lado. Por eso hicimos esa obra.

Después que volvió a La Habana, Herminia Sánchez continuó su vida en el teatro. Formó un grupo en el puerto, con el Teatro de Participación Popular estremeció el centro histórico de la ciudad, impartió clases en el ISA, hizo Hello Hemingway con el cineasta Fernando Pérez, publicó sus textos para la escena, y luego vino el silencio. ¿Creyó en algún momento que había sido olvidada?

Fue pasando el tiempo y a mí no me daban premios ni me llevaban a nada, hubo un silencio mortal, Herminia Sánchez se perdió en el llano. Entonces hice la película Nuestra señora de los perros.

Era la historia de una mujer vieja y rica, el hijo se va de Cuba y la deja sola. Iba al malecón a cantarle al hijo para que volviera, y se rodeó de perros. Filmamos en la calle Orelly, frente a una panadería. Mi personaje andaba en harapos, y estaba allí esperando la orden de acción. Vino un hombre y me ofreció un pedazo de pan. Le dije: Gracias, pero esto es una película. Trabajé con Rudy Mora y con María del Carmen Jauma.

A sus 95 años, Herminia Sánchez recibió el Premio Nacional de Teatro. Escuchar su testimonio de vida es acercarse a la historia del teatro cubano, al devenir de Cuba en los 60 años de Revolución.

*Manolo Terraza es actor y director de teatro. Es el compañero de vida de Herminia Sánchez.

En portada Herminia Sánchez en el acto de entrega del Premio Nacional de Teatro 2019. Foto Buby Bode