Por Norge Espinosa Mendoza
Durante un tiempo que ya comienza a ser mítico, y también estudiado con mayor detenimiento, el nombre de Vicente Revuelta estuvo a la cabeza del mejor teatro cubano. Nacido en 1929, se convertiría, junto a su hermana Raquel y a la madre de ambos, Silvia Planas, en un nombre central de nuestra cultura escénica. Durante los años 40 y 50 se va forjando como actor y director, apareciendo en espectáculos como Nuestro pueblito, Prohibido suicidarse en primavera, y dirigiendo montajes como Recuerdos de Berta y Juana de Lorena. Sus diálogos con los directores más destacados de ese período, y en particular con la actriz española Adela Escartín, fueron moldeando una personalidad muy singular, que siempre apostó por nuevos experimentos, y que acabaría convirtiéndose, junto a Roberto Blanco y Berta Martínez, en el eje de una tríada excepcional de actores directores en nuestro panorama teatral.
Cuando en 1958 funda Teatro Estudio, y estrena Largo viaje de un día hacia la noche, se produce una conmoción que no solo permitió entre nosotros el más logrado ejemplo de uso de la técnica stanislavskiana, sino algo que alimentaría a nuestros escenarios por un tiempo extenso y provechoso. El grupo, que terminaría asentándose luego en la sala Hubert de Blanck y bajo la guía de Raquel Revuelta se confirmó como el espacio más respetado de la escena nacional, forjó actores y actrices, diseñadores, convocó a músicos y artistas plásticos y coreógrafos, y estimuló líneas de creación diversas. Siempre inconforme, Vicente saltó del legado del fundador del Teatro de Arte de Moscú a los postulados de Bertolt Brecht, y estrenó en 1959 El alma buena de Se Chuán, el primer texto de ese dramaturgo que pudo aplaudirse en nuestro país, con su hermana en el doble rol protagónico. Y en 1966 demostró que sus afanes de experimentación estaban en sintonía con los de las grandes capitales del mundo, al representar La noche de los asesinos, de Pepe Triana, en un montaje que ganó el Gallo de La Habana de la Casa de las Américas, y largos elogios y aplausos en una célebre gira por Europa.
Entre sus otros montajes, algunos estrenados contra los recelos de la década del 70 y en el renovado fervor de los 80, se destacan Peer Gynt (con el grupo Los Doce), Las tres hermanas, El precio, La duodécima noche, En el parque, Medida por medida, y por supuesto, sus regresos a Brecht: Madre Coraje y sus hijos, también con Raquel como protagonista, junto a una Berta Martínez inolvidable; y su Galileo Galilei. Digo “su” Galileo, porque de algún modo el personaje se volvió consustancial al propio Vicente, quien lo asumió en dos versiones del espectáculo. En la segunda, confrontó al elenco de Teatro Estudio con sus jóvenes alumnos del ISA, en una experiencia que los marcaría para siempre. Provocador, seductor, difícil y sensible, Vicente Revuelta fue uno de nuestros artistas más cercanos a la idea del genio, y ya en vida era, para esos nuevos artistas, una especie de leyenda que disfrutaba o detestaba, según sus estados de ánimo.
Cuando fallece en el 2012, ya tampoco vivía su hermana Raquel. Su último espectáculo estuvo creado, en la Casona de Línea donde Teatro Estudio tuvo su espacio de ensayo, también a partir de Bertolt Brecht, como saludo al centenario del autor de El círculo de tiza caucasiano, obra en la que actuó bajo la dirección de Ugo Ulive. El Festival de Teatro de La Habana, que tiene entre sus invitados a esta edición al Berliner Ensemble, nos recuerda su existencia y el lazo particular que une a Vicente Revuelta con los desafíos del líder fundador de esa compañía germana, que justamente trae a ese título a la cartelera de esta edición del FTH. Hubiera cumplido ahora 90 años, ese inconforme y eterno experimentador que fue Vicente. De estar entre nosotros, los celebraría con el escepticismo que empleaba para referirse a casi todo, incluso acerca del teatro, que era sin embargo su fe de vida.
Algunos de sus discípulos, ahora, comienzan a colocar su nombre ante los espectadores con una intensidad que reafirma la permanencia de lo que nos aportó. No solo el teatro como ilusión, o metáfora, sino como un taller incesante de dudas y próximas certezas, articuladas a partir del trabajo del intérprete, como un cuerpo asaeteado por interrogantes perdurables sobre el hecho mismo de vivir y encontrar en ello un sentido que nos aliente y también nos arrebate las máscaras. En esa intensidad, Vicente Revuelta, quien ganó junto a Raquel el Premio Nacional de Teatro en la primera entrega de dicho galardón, sigue inquietándonos, provocándonos. Haciéndonos teatro.
Foto Archivo
Tomado del Perro Huevero…