Por Gladys Alvarado
De José Álvarez Ayra, santiaguero nacido el 9 de abril de 1943, se podría hablar acerca de su activa participación en la lucha contra la tiranía que lo condujo a los calabozos y la tortura, o sobre sus días en las filas del MININT durante los primeros años de la Revolución.
También de sus responsabilidades como militante de la UJC y el PCC, el Sindicato Nacional de Cultura o la UNEAC, pero sin menospreciar esa importante trayectoria, preferiría referirme al Mago Ayra, ese que comenzó a amar el arte de la ilusión paralelamente a las faenas del uniforme verde olivo.
En fecha tan temprana como 1969, en su natal Santiago, acompaña al decano Alberto Pujals Villalón en la fundación de la primera academia de ilusionismo en la Isla. Pero no queda allí su interés pedagógico, sino que años más tarde también Camagüey conoce de su magisterio, acción que propicia la germinación de la Magia en la tierra del Bayardo.
Estas graduaciones aportan jóvenes artistas con el sello peculiar de sus maestros: calidad, buen gusto y elegancia sin par.
Le oí decir en más de una ocasión que el mejor espacio donde impartir clases de Magia es en las universidades, por la madurez de los estudiantes de ese nivel de enseñanza, y lo decía por experiencia, ya que durante años fungió como Profesor Auxiliar Adjunto de la Universidad de Santiago de Cuba.
Incansable artista con vocación fundadora, materializa la idea de un programa de Magia para la TV, experiencia que luego repite en la televisión nacional con el aún recordado por muchos Créalo o no lo crea.
Organizó el Festival Areito Mágico, escribió el primer libro cubano de Magia, fue parte del colectivo que redactó los primeros calificadores de cargo de la especialidad e integró el Tribunal Nacional de Evaluación hasta su deceso.
Fue también jurado de múltiples competiciones en el país, eventos donde gustaba de ofrecer conferencias y clases demostrativas a los más jóvenes.
Ayra viajó por el mundo mostrando su virtuosismo en importantes festivales del mundo, donde obtuvo galardones, pero también lo hizo para causas tan valiosas como la recreación de los combatientes en Angola o los colaboradores cubanos en la República Bolivariana de Venezuela.
En él se resumía toda una presencia escénica, dueño absoluto del escenario, elegante, seductor, de una charla perfecta y un gusto exquisito, lograba desde el primer momento conquistar al público y que éste creyera en él.
Las manos de Ayra serán recordadas por el dominio y exquisitez de sus actos de manipulación, donde todo lo que un mago debía conocer para obtener un buen número estaba allí, como si se sucediera por azar, sin el menor esfuerzo del intérprete.
Junto a sus colegas El príncipe Alberto y El mago Píter, forma parte de una generación de grandes artistas, pedagogos, caballeros del Ilusionismo, trío de ases de la magia santiaguera y nacional que dotaron de un estilo particular al arte donde con sólo una palabra mágica puede aparecer o desaparecer lo inimaginable.
Jóvenes de hoy, ¡honrad a esos maestros! cuyo último bastión se despide de los escenarios, imaginemos que ha sido solamente un sensacional número de escapismo y ovacionemos al Mago Ayra.