Por Roberto Pérez León
El secreto del teatro en el espacio es la disonancia, la dispersión de los timbres y la discontinuidad dialéctica de la expresión. Quien tenga idea de lo que es este lenguaje, sabrá comprendernos.
Antonin Artaud
Concluyó la Bienal de La Habana, donde confluyeron múltiples manifestaciones artísticas. Un amasijo de intenciones y realizaciones unas más estéticas, otras más conceptuales, muchas como sucesos revueltos para alcanzar el horizonte, sabemos que a ese se llega caminando.
La gente de teatro preparó performances, los pintores hicieron happenings y performances, los de danza armaron performances y happenings.
Pintores, teatreros, bailarines y espectadores modificaron la ciudad en una babel de expresiones en espacios que desarreglaron la mirada ordinaria.
La pluralidad cultural es un motor para la polisemanticidad y la polisemiotización de la cotidianidad en su polimorfa manifestación, aprovechada por los creadores para enredar la mirada y sostener una perspectiva propositiva en el callejero día a día.
Y no se trata de establecer jerarquías estéticas y agrupar valores y aprobaciones, simplemente se trata de conspirar a favor de lo plural, alcanzar nuevos horizontes perceptivos, salirse del plato que tiene la misma comida.
No hay por qué verse en la situación de elegir, pero si en ella tuviéramos que estar, por ejemplo, entre un Picasso y un happening de Mendive, elegiría a Picasso. Pero no se trata de elegir, sino de tener conciencia de la cultura y la labor cultural que en ella se produce con su consecuente sensibilidad.
Desde hace ya prácticamente un siglo las artes plásticas produjeron derivaciones expresivas que se fueron conformando como acontecimientos escénicos.
No pretendo agregar una reflexión más sobre los vasos comunicantes entre las artes plásticas y las artes escénicas.
Las artes escénicas se han apropiado de presupuestos conceptuales y de accionares propios de las artes visuales para enriquecer sus sistemas significantes, producir una enunciación polimorfa desde el espacio teatral.
¡El espacio teatral!; donde se produce el teatro, donde se hace ostensible la teatralidad como acto sémico; espacio que se crea por los movimientos de los actores y la percepción del público; espacio objeto de muchas contumacias y pimpantes pertinencias e impertinencias, veleidades y verdaderas revoluciones formales por y con la asonada estética conceptual de las artes visuales que transformó la comunicación teatral de manera germinativa.
La Bienal ha concebido verdaderos espacios escénicos en las llamadas instalaciones o acciones visuales.
Nos hemos encontrados con obras visuales que no son más que propuestas de acciones físicas, espirituales, emocionales. Sin cuarta pared hemos entrado a la representación-presentación que han querido los artistas visuales para que seamos copartícipes en la producción de sentido.
Toda La Habana aún anda llena de espacios donde se produce acción y significación, y eso es propio del teatro.
Ha sido una constante en esta Bienal la exposición de artefactos como manifestación de artistas nacionales y visitantes. Hubo una irrupción formal de elementos reales imbricados en espacios citadinos convertidos en lugares para una meditación visual de calibre muy subjetivo.
Artilugios montados y desmontados en semánticas trastornadas, trenzadas, desatadas, hábiles en la confusión como contingencia redhibitoria para los mirones desprevenidos.
Los performances y los happenings no son más que sucesos teatrales que desde los mediados del siglo XX han dado muchísimo al teatro; sin embargo, tuvieron su génesis como eventos de las artes visuales desbordadas desde entonces y dadoras de sazones para muchas otras manifestaciones artísticas.
Para empezar, hay que declarar que un happening es ad líbitum, casi un “como vaya viniendo vamos viendo”; los happenings no tienen argumento; no obstante, tienen un fuerte carácter performativo donde las acciones son vertebrales; sin argumento, ellos son una retahíla de sucesos siempre en presente, por supuesto; no persiguen otra finalidad que la de hacer vibrar, molestar, provocar al espectador.
En un happening, como en un performance, el público es afectado por medio de la mezcla indómita de los componentes escénicos: la luz, el sonido, la voz, la música, el tiempo, la iluminación, los gestos, el movimiento; estos elementos son transformados, en su integralidad, como componentes performativo, desde su conformación enunciativa, como nuevas sustancias significativas.
Tanto en el happening como en la performance (es ambiguo el género en este suceso) se elimina el escenario convencional y el espectador queda envuelto por las acciones de los performers.
El performance también es una acción significativa, lo es en la medida en que tenga mayor fuerza recontextualizadora. Así, resemantiza la realidad, todo lo que toca o quiere intervenir de alguna manera, e inventa significados; todo esto huyendo de la narración lineal, sin empeño en la causalidad tradicional.
¡Qué viva el fragmento! Es el lema del performance y del happening. En ninguno de los dos eventos es significativo el gesto sino en la gestualidad, no el espacio sino en la espacialidad.
¡Arriba la forma! Pero la forma sin texto literario y sin final, sin la certeza de que el espectáculo ha terminado; no hace falta dejar claro nada, porque nada se ha querido narrar y mucho menos se han empleados discursos inteligibles
Y ¿cuál es la diferencia entre un performance y un happening? Bueno, pues sin mucha palabrería: son algo así como el mismo perro con diferente collar.
Es preciso seguir reflexionando sobre estos dos sucesos donde la forma es la motivación enunciativa, donde lo polimorfo es lo radical de una contemporaneidad que desde las artes visuales disfrutan las artes escénicas.
Existen unos vasos comunicantes muy fuertes entre las artes escénicas y las artes visuales, esto no es desde la irrupción de la llamada posmodernidad, desde mucho antes viene la relación que se concreta definitivamente en los inicios del siglo XX con la maravillosa irrupción de las vanguardias artísticas, cuando las artes visuales empezaron a poner en jaque a las artes escénicas.
Surrealismo, dadaísmo, cubismo, abstraccionismo, expresionismo y todos esos ismos que revolucionaron tanto o más que cualquier movimiento social, y empezaron a ensanchar el ojo y la visión estética, y ese ensanchamiento produjo muchísimos cambios en las artes escénicas que empezaron a cuestionarse espacios y motivos, formas, significaciones.
Entonces desde las vanguardias artísticas del siglo XX el teatro no ha sido el mismo y hoy sigue en la debida transformación en consonancia con la pluralidad cultural que nos corresponde.
La Bienal de La Habana también puso en crisis la concepción de las artes escénicas, y digo crisis en el sentido más creador y positivo, porque son en las crisis donde surgen las posibles encrucijadas para tomar rumbos con mayores vientos.
“Detrás de muro” esa galería ardiente, luminosa, en sombras, fresca según las horas del día y de la noche, que se conformó a lo largo del malecón habanero desde la Punta hasta el parque Maceo fue un espacio de acciones visuales donde sin ensayo ni premeditación, sin texto ni dirección alguna, sin montaje preestablecido, la gente intervino en una performance que enriquece las acciones cotidianas, cada cual se sintió que pudo intervenir en el suceso escénico que propusieron las artes visuales.
Porque todo ese tramo de malecón es un espacio teatral donde se realizan las más auténticas y soberanas performances que cualquier artista plástico neoyorquino de los años cincuenta y sesenta hubiera deseado provocar.
La Bienal nos verifica que el teatro ensancha sus límites, lo que no quiere decir que se han desleído o disgregados, sino que se han interrelacionado con otras artes; como operación cultural, en su mezcla, el teatro se reafirma como una práctica social valiosísima en la definición de la Nación.
Desde las artes visuales, las artes escénicas siguen en revolución y no por gusto mucha de la gente de teatro se sumó con entusiasmo a la Bienal de La Habana. Pero con todo y eso me quedé con ganas de sentir una estruendosa explosión escénica.
Tanta fe que había puesto en el llamado y vuelto a llamar y acudido corredor cultural que queremos que sea la calle Línea, se me hizo sal y agua, sin vibrantes sacudidas estéticas, sin atrevimientos formales ni conceptuales.
Se comportó igualito el Bertolt Brecht y el Centro Cultural Raquel Revuelta y La Casona, la hermosa sede de Acosta Danza inmutable, casi sin empujes El Ciervo Encantado, y ni hablar de la Hubert de Blanck y Ludi Teatro.
La calle Línea puede ser un suculento ajiaco de artes visuales. Para empezar, perdimos el oportuno fuego de esta Bienal La Habana que acaba de finalizar.
En Portada: David Magán de España. T3C36. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.
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