Por Indira R. Ruiz
…ódiame sin piedad, yo te lo pido…
Insultos al público acaba de hacer su aparición en la cartelera de la Casona Teatral Vicente Revuelta, un escenario que ya conoce el trabajo de Impulso Teatro por sus entregas anteriores dirigidas por Alexis Díaz de Villegas: Balada para el pobre B.B. y Traslado. Esta última obra tuvo su lectura en la más reciente Semana de Teatro Alemán y fue concretada escénicamente en el espacio alternativo que, dentro de dicha Casona Teatral, gana cada día más importancia para la cartelera del Circuito Teatral de la Calle Línea.
Sin embargo, resulta indudable que ha sido Balada para el pobre B.B. la obra que antecede por temática e intereses a la presente Insultos al público. A juzgar por el trabajo defendido por Impulso Teatro en estos años, existe en este grupo una zona de trabajo que escapa a convencionalismos teatrales y que echa mano a rupturas estéticas y deconstrucciones sobre la escena. Tal fue el espíritu de Balada…, obra sobrecogedora que abordaba los preceptos de trabajo brechtianos a través de un paneo por las diferentes técnicas de su trabajo teatral. Esta reverencia también a la contribución de Vicente Revuelta al desarrollo escénico cubano del siglo XX desataba los demonios brechtianos con la recurrencia del cabaret macabro, el historicismo, el alejamiento emocional del actor…
Insultos al público es un escalón mayor en ese afán de aprehender la esencia teatral, desde la negación de cualquiera de los preceptos que pudieran definir al teatro como expresión más general. Esta obra del novelista austríaco Peter Handke, fue en su momento acogido excelentemente por la crítica y cuenta con múltiples montajes en todo el mundo. Y después de esta presentación habanera, no creo equivocarme al asumir que su éxito reside también en su irreverencia, en el maremágnum de sentimientos encontrados que deja a su paso.
Insultos… se escabulle hacia los terrenos de la teoría en escena. Se trata de un extraño juego de dominación donde el público pasa a ser observado; juzgados su voyerismo, su pasividad, su perfecta estupidez de auditorio. El discurso frontal golpea a la cara en las voces del personaje múltiple que sobre el escenario se levanta en el cuerpo de siete actores vestidos de manera uniforme con jean y camisa para a su vez resaltar la idea del bloque unido. Sobre todo para subrayar la idea del “nosotros”— reservado para ellos sobre el escenario— y el “ustedes”—utilizado para referirse al público. El bloque del “nosotros” se enfrenta con palabras al “ustedes”; los actantes convierten a los voyeristas en personajes antagónicos, en entes opuestos ya que su esencia es visceralmente diferente: los unos hacen, los otros observan, los unos mienten, los otros se dejan engañar.
Desde el inicio el público es advertido, como quien asiste a una sesión de azotamientos sadomasoquistas donde se nos han explicado antes y al detalle las exquisitas torturas de la carne que disfrutaremos. Como pocas veces, el teatro no engaña, de ahí la decepción ante la verdad sobre el escenario, ante el derrumbamiento de la cuarta pared, ante la luz que ilumina de manera constante la sala. Y como público hablo ahora desde el profundo desasosiego que ha causado la obra en la audiencia. Porque es una obra que pega, que insulta, que no es benévola con el “respetable”, que derriba cualquier teatralidad, ilusión, sensación de protección.
Trepidante de principio a fin. La misma cuenta con una dramaturgia interna que revisa las teorías de la recepción desde un discurso frontal puesto en voces de los actores. Este personaje múltiple es como una medusa en escena, se contrae, se expande, sus tentáculos venenosos alcanzan al público. Y sus palabras… solo usarán la palabra para desnudar, para avergonzar, para insultar. He ahí el profundo ejercicio también filosófico que se desteje de esta puesta, metáfora de una sociedad basada en la palabra como método de dominación. Sobre este escenario también se dominará y humillará con palabras.
Encuentran los insultos prometidos su escalada final en la escena última donde se magnifica la voz de los siete actores. Los micrófonos, alineados sobre el escenario son la batería reservada para dar el golpe final, el knock out a los espectadores: los insultos sobrevuelan la sala, nos sobrecogen como seres sociales entrenados para recibir. La obra de Peter Handke rebasa cualquier auditorio donde se escenifique. Las reflexiones, el mundo que dibuja no es solo el de la audiencia enfrentada. La audiencia es el espejo del mundo que el autor dibuja, sus insultos contra el público son en realidad insultos a la sociedad que dormita en una suerte de ocaso social.
Alexis Díaz de Villegas ha navegado exitosamente en el arte de orquestar las voces de los actores, al pedirles el sometimiento de su esencia ficcional, objetivo logrado con gran verosimilitud sobre todo en los actores de más experiencia de trabajo con Impulso Teatro. Matar la teatralidad, ocultarla bajo la ilusión de realidad, es quizá uno de los ejercicios más difíciles de lograr sobre escena y en la noche de su estreno el grupo liderado por Alexis ha salvado los escollos.
Creo que es un trabajo que resume las inquietudes de Alexis Díaz de Villegas como director y actor, de penetrar desde el mismo hecho teatral el teatro en su esencia, como la metáfora del niño que destruye un juguete para entender su funcionamiento. Sé que además es una obra difícil para una audiencia que espera teatro, entendido dentro de cualquiera de los parámetros que le definen como hecho artístico, pues “no es teatro, es la vida misma”. Ahora damos la palabra al público, pues son ellos el objeto de los insultos y la diana de este ensayo sobre escena.