Mise en abîme: puesta en escena discreta y con distinción
Por Roberto Pérez León
Teatro D’Dos ha presentado en la sala Raquel Revuelta Mise en Abîme. Se trata de una obra que escribe y pone en escena, Julio César Ramírez. En este espectáculo, como en muchos últimamente, se destaca notablemente la figura del puestista y no la del director. En el programa de mano, en los créditos generales, junto a los actores e integrantes del colectivo de realización, está Julio César Ramírez también como director. En realidad no sé a qué obedece esto. ¿Será que se han reconceptualizado estos roles y yo no estoy al tanto de ello? ¿Es tendencia minimizar el papel del director y destacar la función de quien hace la puesta en escena? ¿Cuál es la diferencia actual entre estas funciones?
Mise en Abîme tiene un programa de mano adecuadamente diseñado, pero no aparece el nombre de quién lo diseña; además, nadie firma un largo texto, escrito en primera persona, que resulta intensamente laudatorio para el grupo y el montaje.
No voy a dejar de insistir en la relevancia de un programa de mano como fuente de elementos que contribuyan a la recepción que el espectador va a tener de la puesta. Un programa de mano forma parte de los sistemas significantes de una puesta en escena, descuidarlo o convertirlo en un espacio de autobombo, en un vehículo calificador y opinante del espectáculo es una intervención en el criterio del espectador.
Mise en Abîme es una obra que nos acerca a la estancia habanera, en plena guerra de independencia, del destacado escritor Eça de Queiroz. Como texto dramático es mesurado, debidamente contextualizado, sin decorados verbales ni información pedagogizante. El dramaturgo sostiene un punto de vista consecuente y discreto ante lo que está narrando. Con una certera espacialización el texto contribuye a una puesta en escena de sensatez meritoria.
No hay ostentación escenográfica. Con solo dos bancos y un doble telón de fondo transitamos por un delirio, una alucinación o una manifestación paranoica. Eça de Queiroz, el novelista portugués, el diplomático en funciones en Cuba, es buscado, hallado, imaginado, soñado o simplemente traído a nuestros días por un joven actor que quiere hacer teatro con él. El intelectual se resiste pero al final la perseverancia y convicción del joven teatrero obsesionado con su proyecto escénico tiene un hermoso resultado.
Para ser consecuentes con el nombre del proyecto teatral, solo dos actores hay en Mise en abîme. El accionar de los mismos en línea general resulta homogéneo y logran establecer una modalidad lúdica unificadora. No hay vacíos ni hondonadas. El movimiento escénico es certero y puntual. Es una pena que el diseño de luces sea algo errante y por momentos entorpezca el desarrollo gestual y la manifestación de la expresión corporal de los actores.
Edgar Medina es el actor que hace de teatrero. Fabián Mora encarna a Eça de Queiroz, que si bien no posee la potencia y destreza de Medina, consigue un personaje estudiado, armando con fracturas pero que se nota vigilado actoralmente. Edgar Medina resulta convincente en su manifestación corpórea, voz, dicción. Fabien es un Eça de Queiroz por momentos recitativo, con una locución algo encartonada y una gestualidad amarrada. No obstante, el contraste entre la frescura del trabajo de Edgar Medina y el esfuerzo, a veces logrado, por mostrar ardor, de Fabien Mora, no desentona y existe más equilibrio que desproporción entre ellos.
Hay coherencia, estilización, simbolización y dialéctica en estos dos actores que arman y consolidan las estructuras dramáticas de un texto bien escrito.
Pero me llama la atención ese título de Mise en abîme. Desde el punto de vista dramátológico nada tiene que ver con la ordenación y composición de una mise en abîme. El problema está en que ese título parte de una expresión acuñada, que se usa como técnica de creación artística. Y en esta obra que presenta Teatro D’Dos, no se emplea este recurso ni en la manifestación performativa ni en lo textual y mucho menos en el discurso teatral integral.
Mise en abîme es un término del francés medieval y es de procedencia heráldica, se refiere al centro de un escudo. Fue André Guide quien lo empleó para describir una práctica narrativa que permite introducir una historia dentro de otra, algo así como las muñecas rusa, aquéllas matriuskas fuertemente decoradas que nos llegaban de la entonces Unión Soviética.
Mucho antes de Gide ya se empleaba la mise en abîme. En pintura hay una muestra bien sobresaliente en el Retrato de Gioovanni Arnolfini y su esposa, pintado por Jan Van Eyck en el siglo XV, donde podemos ver en el espejo del fondo la reproducción exacta de la escena del cuadro. Esta recurrencia puede tener visos mucho más abarcadores y contundentes en otras manifestaciones artísticas: pienso en algún cuento de Borges, donde caemos en el abismo de una imaginación que es heredera de otra que alguien imaginó al soñar, que lo despertaban de un sueño que conjeturó en una siesta que estaba soñando, y así hasta un infinito de imaginaciones y sueños sin fronteras. Se llega a un suceso abismal por la abismación producto de una invención que en este caso tendría que ser teatral y que puede empujarnos a una profundidad alarmante, sin fondo, imponente. Como procedimiento artístico, al emplearse estructuras análogas, genera una situación que es deslumbrante por su propia naturaleza discursiva.
El título me condicionó, me creó expectativas que no fueron siquiera rozadas. Ni hablar de lo que pudo haber sugerido a los espectadores, que desconocen las connotaciones del término. Literalmente debieron haberse quedado en china muchos asistentes a la puesta. Es que en el programa no se explicita lo que significa mise en abîme. Ni siquiera se agrega, para los que no conocen el francés, que ese vocablo se traduce como “puesta en abismo”. El término cae de paracaídas y ahí se queda pegado como un rótulo indescifrable para el neófito.
Mise en abîme como título no alude a los tema que aborda: Eça de Queiroz confundido, solo, abandonado en una Habana ininteligible para él; un actor empeñado en poner en escena un personaje de la talla del escritor portugués; una contemporaneidad dislocada en el decimonónico espectáculo de un imperio español que se derrumba. No se trata de que el título tenga que parecerse o reflejar el tema o la historia de la obra. Pero no deja de tener visos del absurdo referirse a pitos y que resulten flautas, o que la cosa no va ni de pitos ni de flautas porque es el Concierto de Aranjuez.
En Mise en abîme no hay una situación encuadrada entre estructuras análogas, más bien se fija la puesta en un propósito y no entre marcos de expectaciones escénicas. No hay teatro dentro del teatro. No hay multiplicación de situaciones idénticas, ni similares siquiera. La representación no es reflejada ni reflejante, por lo que no hay vínculo de estructuras escénicas.
No me convence que se haya decidido como título una expresión que denota algo muy puntual, para una obra que en su ejecución no tiene nada que ver con las evocaciones que mise en abîme encierra, como enunciado de realización teatral. Es un título críptico tanto para el que desconoce su significado, como para quien puede identificarlo como un medio de alcanzar dramatúrgicamente un propósito escénico.
Ahora bien, si en realidad me desentona el título, no estoy del todo conforme con el despliegue de uno de los actores, la música es ilustrativa y las luces no son efectivas, pese a todo esto sí tengo que decir que Mise en abîme, como puesta en escena global, pasa por encima de eso y tiene distinción.
Según el programa de mano la obra duraba poco menos de una hora. La función a la que yo fui terminó a los 35 minutos, comúnmente es un tiempo muy corto para una representación teatral. Cuando salí a la calle y vi la hora pensé que mi reloj se había descompuesto, porque no era posible que la obra hubiera durado tan poquito.
Resultó que estuve metido en un cierto estado de excepción, ese en el que la varita mágica del teatro nos pone al anular el espacio y el tiempo convencionales. El teatro, al hacer posible tácitamente tales disoluciones, organiza por un lado hetorotopias: insólitos espacios que existen pero que no habitamos cotidianamente; y, por otro lado, el teatro también crear heterocronías: experiencias autónomas en la percepción del tiempo al conformar vivenciales dimensiones temporales, que nos hacen estar cerca de entender a Einstein.
Sí. Salí complacido de Mise en abîme. Disfruté el encantamiento del teatro. Como en todo encantamiento tuve mis sobresaltos, pero la sencillez de esta puesta en escena me reconfortó ante algunas de las ambiciosas y no logradas pretensiones teatrales que últimamente he visto.
Fotos Ismael Almeida (Tomadas de Enfoque Cubano)