Por Yoilán Maceo Cabrera
Santiago de Cuba se ha caracterizado por poseer un movimiento folklórico danzario profesional, de gran fortaleza y prestigio. Aunque desde hace un tiempo no atravesaba por un buen momento, en las últimas temporadas se dieron a conocer obras coreográficas como El Cimarrón, El elegido de un sueño, Yemayá y el pescador, que levantaron expectativas alentadoras sobre este movimiento.
Unido a esto el Ballet Folklórico Cutumba estrenó la obra Siete Mares, una puesta en escena de gran lucimiento y belleza, de profunda espiritualidad y de alto valor artístico y humano.
Siete Mares tuvo un alto nivel de promoción. La divulgación resultó un mecanismo favorable a pesar de la suspensión del día 27 de junio, ocurrida a última hora, que requiere de una explicación.
Hace tiempo que una compañía santiaguera no mostraba el nivel de espectacularidad que alcanzó Cutumba en Siete Mares. Sin embargo, hay aspectos en los que se debe trabajar para lograr un mayor realce artístico. Es el caso del diseño de luces, que no estuvo al nivel de magnificencia del resto de la puesta en escena.
Las imágenes sonoras, los cantos y toques de los artistas alcanzaron un alto vuelo poético y musical. El vestuario de músicos y cantantes contribuyó a que la belleza llegara al público por los oídos y los ojos, simultánea y agradablemente, aunque se debe indagar en el estilismo de tocados de cabeza y otras indumentarias, de manera que no sugieran otras culturas que aunque con denominadores comunes han estado separadas por ubicaciones geográficas diferentes.
El cuerpo de baile realizó un excelente trabajo de conjunto en todos los momentos de la representación. Uno de los cuadros más impactantes fue el de los Egguns, en el que intercambiaron solistas y cuerpo de baile en una combinación marcada por la armonía de conjunto para mostrar el sentimiento de la muerte.
Por otra parte, en el cuadro de Eleguá, independientemente de la belleza y la creatividad en los diseños espaciales de conjunto, así como las composiciones coreográficas, los solistas no mostraron un dominio pleno de los pasos y los movimientos del orisha que estaban interpretando en cuanto a ritmo y musicalidad. Sus cuerpos no reflejaron la organicidad corporal necesaria, la cadencia del torso, el muelleo de las rodillas, la fluidez, propia de las danzas folklóricas cubanas.
De igual modo, aunque generalmente cada Yemayá tenía sus atributos específicos y las solistas las asumieron con gracia y autenticidad, sin embargo, en su mayoría, no lograron caracterizar plenamente a cada uno de los avatares, sin que le dieran el objetivo de los elementos con los que bailaban, por ejemplo, la canasta en la Yemayá Afrekete, algo que distingue a esta orisha, en varias ocasiones la colocó en el piso.
Resulta cuestionable la presencia de Eleguá en el momento iniciático, o la de los Babalawos en una ceremonia destinada al momento de la despedida por el fin de vida en el mundo de los seres humanos.
Los requerimientos artísticos pueden ser complejos cuando se quiere expresar una idea novedosa. Tiene que estar bien sustentada. Es por ello que no se explica el sentido del bailarín solista de Olókun, en el baile Chikiní. En general, vale la pena señalar que un espectáculo danzario no es un una reproducción literal de una ceremonia religiosa. Resultaron reiterativas las moyubbas introductorias de cada cuadro, las que incidieron negativamente en la progresión dramatúrgica de la obra. Algo similar sucedió con los oriki.
Lo más intenso y emotivo de la puesta en escena fue la presencia de la consagrada artista Berta Armiñán Linares. Cantó y representó a Yemayá de manera magistral. Altiva espléndida, arrogante y sensual, fue aplaudida largamente por el público conmovido por la fuerza y poder de su gestualidad expresiva y sincera, digna de una gran artista. El regreso de Berta Armiñán al escenario le otorgó un valor adicional al espectáculo, lo que puede continuar como parte del enriquecimiento de la escena santiaguera.
Los cuadros, bellos en sí, no tenían una concatenación lógica y coherente, que fundamentara los cambios y las secuencias. No lograron expresar en toda su profundidad y extensión el punto de vista propuesto en la sinopsis, referido al inicio del mundo y de la presencia de sociedades matriarcales. El tiempo dedicado a Yemayá y las avatares fue menor que el de los anteriores, lo que dio una sensación de obra en proceso.
Resulta obligatorio agradecer a grandes artistas como Danys Pérez Prades “La Mora”, incansable y tenaz, por la maravillosa puesta en escena presentada, que contribuyó a incentivar al público a asistir a los espectáculos folklóricos en nuestra ciudad, algo que se había perdido. El público y los conocedores del medio artístico y religioso, han salido entusiasmados y halagados por esta puesta en escena. Siete Mares es un llamado a las nuevas generaciones de artistas para que continúen desarrollando el arte de la danza folklórica, que agrada al público, hace avanzar el arte y la cultura y fortalece la cubanía.
Fotos tomadas de la página en Facebook Cultura Santiago de Cuba
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