A propósito del espectáculo Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, La República Light, y su puesta en Mayo Teatral 2018, el escritor Roberto Pérez León advierte que “El Portazo nos suelta, y a veces hasta sin vacunar, un arsenal tropológico, un mundo metafórico que queda para ser completado, agrandado, digerido por el espectador”.
Por Roberto Pérez León / Fotos Buby
¡Arrancad los cerrojos de las puertas!
¡Arrancad las puertas de los goznes!
“Canto a mí mismo” de Walt Whitman
Por fin pude entrar al Café Teatro Bertolt Brech para ver Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, La República Light, el espectáculo que en este Mayo Teatral, El Portazo trajo a La Habana desde Matanzas. Sospecho que esta puesta, junto con El banquete Infinito de Teatro de La Luna, han sido las más demandadas por el público en la jornada organizada por la Casa de las Américas. No es que yo he estado en la luna, pero tengo que decir que nunca había visto este colectivo teatral y mucho menos había sido testigo de lo que traman teatralmente.
De El Portazo, lo primero que me sonó fue lo de portazo. Un portazo es como un trompón o un galletazo bien sonado, es una decisión irreversible: “sigue en tu cosa que yo me largo, te equivocaste, hasta aquí llego, allá tú porque lo que soy yo me piro”. Con un portazo se acaba el dale al que no te dio, el trajín y p´alante con los tambores, porque ya la cosa no tiene vuelta. Con esos truenos, El Portazo tiene pedigrí dando portazos en la misma nariz de Sanson Melena.
En cuanto al título de la obra con la coletilla de “CCPC, La República Light”, enseguida me evocó el acrónimo CCCP, la abreviatura de Unión de República Socialistas Soviéticas: Союз Советских Социалистических Республик, de acuerdo a su nombre en ruso. Cuando éramos muy jóvenes y nos zabuíamos entre los atributos de la extinta Unión Soviética, en aquéllos tiempos, en el dicharacherismo típico, calificábamos de “bolos” a los productos soviéticos en comparación con el acabado de productos tildados de occidentales, que de vez en cuando se veían. Los productos de los “rusos” resultaban toscos, grandes por gusto, pesados por naturaleza, en fin bolos. El chiste estaba en que CCCP significaba “cuidado con la caja pesá”.
Por otro lado, lo que iba a ver ya tenía entre otras etiquetas la de cabaret político. Cabaret me resulta un apelativo muy frívolo, porque una cosa es que se acuda a las lentejuelas, las pelucas, el maromerismo, y otra que sea emblemática tal parafernalia. Como cabaret político, bueno, pero qué es lo que es que no sea político. No obstante, veo un poco enrevesada esa denominación de cabaret político, es como querer buscarle las cinco patas al gato. Un musical comprometido, pero comprometido con qué, podría andar por ahí el fantasma de lo político también. Clarito y raspado: Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, La República Light es una descarga tipo exorcismo. Precisamente exorcismo es una las primeras palabras que se pronuncian en la puesta y se hace a manera de advertencia. Descarga a lo bufo, a la medida del mejor bufo constitutivo de nuestra cubanía, que ya sabemos que es lo que nutre la cubanidad. La espesura de lo cubano llega desde la cubanía, como gozosa propensión hacia lo cubano que en definitiva es nuestra definición mayor y el desiderátum normal de nuestras almas. Claro y espeso se cubanea en Cuban Codffe by Portazo’s Cooperative, La República Light.
Así que pude entrar al Café Bertold Brech. Una pila de gente se quedó afuera. ¿Será que tienen que volver los matanceros? Entré lleno de expectativas, presagios y hasta prejuiciado. Sospechaba que iba a ver más de lo mismo. Entré receloso, me olía una banalización de lo nuestro, cosa que me enciende cada vez que choco con espectáculos donde se hacen chistes, se distribuyen risas para hacerme despegar de lo que me pasa y veo que pasa todos los días.
En CCPC La República Light sucede un choque esplendente entre un texto y una representación. Se genera una puesta fustigadora que nutre la risa inteligente de los que saben divertir y divertirse, no la risa ligera de los que con fruslerías creen entretener, distraer, parrandear.
Entre texto lingüístico y enunciación escénica irradian serios valores iconológicos. Valores intangibles. Valores que incitan a ser traducidos en manifestaciones visibles e inteligibles, en significados fácticos y expresivos. Así se llega al meollo de lo intrínseco. Disfrutamos la médula del contenido que como tal la puesta nos permite elaborar.
Hay que dejar claro que en un espectáculo como este, entre nosotros, hoy por hoy, es imperiosa la generación de un fortísimo discurso no escrito. El discurso de la puesta en escena se explaya en un juego, entre todos los sistemas significantes que la componen. Y sucede el milagro de la concepción, sin pecado concebido, por parte del receptor. Aparece el metatexto por obra del talento de la producción y del público en el contexto. El espectador hace una proyección creadora desde su percepción individual de lo que se le forja en escena. En este espectáculo hay un montón de propuestas explícitas e implícitas. El Portazo nos suelta, y a veces hasta sin vacunar, un arsenal tropológico, un mundo metafórico que queda para ser completado, agrandado, digerido por el espectador. No hay guiños ni esbozos de sonrisas. Está la osadía, la llamada de atención, el correctivo, la picardía y la carcajada pese a que puedan formularse semblanzas que nos duelan profundamente. Pero lo que sí no hay es algo clandestino.
Estoy hablando de un espectáculo que sin hacer aportes sobre las posibilidades de la representación y enunciación escénica, se convierte en una pregunta audaz, resistente. Cada pregunta lleva implícita la respuesta. Respuesta y pregunta: Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, CCPC La República Light. Esa fiesta precisa de un análisis teórico-metodológico poco usual a la hora de reflexionar sobre una puesta en escena. Puede acudirse al método del ajiaco a lo don Fernando Ortíz. Mezclar miradas: etnografía, antropología, sociológica, ciencias políticas, en fin el mar, abierto y democrático. Lograr un ajiaco de reflexiones diversas, sustentadas científicamente y no solo subjetivamente. Descomponer, recomponer, revolver, precipitar, diluir. Porque se trata de un hecho de cultura potente y afectuoso.Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, La República Light dramatúrgicamente está muy bien amarrado porque crea coherencia, convida al espectador a completar ideas y, en la complejidad donde se anima, logra propósitos porque razona e inventa. Con las opciones estéticas e ideológicas que la producción del espectáculo desarrolla y dispone en escena, el espectador arma su propio tinglado y sale acompañado de la energía que aporta el teatro cuando es la vida, cuando es el síntoma de algo reconocido pero desde algo diferente: el teatro mismo.
Un espectáculo de naturaleza proteica incesante donde lo formal, la enunciación escénica queda a la zaga ante un contenido aguijoneador desde un humor cambiante, ascendente, retraído a veces, desvergonzado otras. Se trata de un humor no como el que se pone de moda, ese que lo que hace una burla al ponernos a reír de nosotros mismos. Hay que huir de ese humor sin el seso, sin la ironía y el desparpajo con que El Portazo se atreve a contar, contando con todos y para el bien de todos.
Se hilvanan textos de diferentes autores. Textos inmediatos. Textos desmedidos. Textos que sobrepasan sus propios límites que al ser enunciados, bajo presupuestos escénicos, adquieren una espesura que conmueve. Lo mismo pasa con las canciones y la música que remachan los textos y se desarrolla una poética de encantos reconocibles y nostalgias saboreadas.
En lo de El Portazo predomina lo kinésico y lo verbal. Los intérpretes no dejan de estar en contacto pleno con los componentes escénicos y a la vez con el público, como en el cabaret, pero no por eso es cabaret, estemos claros en eso y no nos dejemos deslumbrar por los brillos, las fanfarrias y el meneo.
Los actores de El Portazo son declarados entes de una energética, de una interpretación figural paradigmática: cuerpos, ritmo de la dicción, gestos, voz. Todo lo ponen en juego. Juegan como hay que hacerlo en escena, se desplazan de tal manera que producen una afección en el público y dejan clara la categoría perceptiva de un espectáculo como el que hacen.
El Portazo en su cubanear hace declaración de amor. A lo Whitman, esta gente se celebran y se cantan a sí mismo. Están seguros del poderío que tienen porque no hay un átomo de sus cuerpos que no pertenezca a la Nación, que no es un entelequia ni una aporía, es una Nación que, como corresponde, siempre estará en construcción, porque lo único definitivo es el cambio. Se celebran y se cantan, se desacralizan. También lo hacen con la Patria que es la Nación que se lleva entre pecho y espalda.
Claro me quedó que la Patria está en cada uno de los integrantes de Cuban Coffe by Portazo’s Cooperative, La República Light, por eso al celebrarse ellos la celebran y arrancan cerrojos y goznes para que el espacio de la Nación no tenga límites.
Pedro Franco capitanea El Portazo. Es un tipo franco, valga la redundancia, se le nota en su sonrisa y en su acidez. Muchacho, déjame abrazarte y darte las gracias, como yo, muchos quieren hacer lo mismo.