Por Kenny Ortigas Guerrero
Cuando leía las páginas Rieles. Teatro en torno a Camagüey, me sentía en presencia de un testimonio vivo de la cultura escénica cubana. En un ejercicio coherente y de extrema lucidez, Omar Valiño se mueve en una máquina del tiempo que, a saltos, te coloca en uno y otro lugar, sin que esto afecte el hilo conductor que atraviesa el tema y brinda la posibilidad de tomar parlamentos muy concretos que, aunque hablan del pasado reciente, se adecúan al panorama actual, el aquí y ahora, con total y absoluta ductilidad.
El texto, que tuvo su primera edición –para orgullo nuestro– en la Editorial Ácana de Camagüey en el 2014, se adentra y actualiza en procesos complejos de las dinámicas del teatro cubano de los últimos años, desde la perspectiva de dos eventos fundamentales para el gremio de teatristas, el Festival Internacional de Teatro de La Habana y el Festival Nacional de Teatro de Camagüey.
Pero hay algo que sobre pasa lo que pudieran ser simples comentarios acerca de cómo se mueven las dinámicas de ambos encuentros, que en palabras del propio Omar –y enfatizo esto– deben ser cima y no almacén, que ungen como termómetro y catalizador de la creación teatral, y es que su autor, hace uso de la crítica como herramienta sustanciosa para adentrarse en la médula, en el átomo que compone, articulado con otros, la gran estructura conceptual, imaginativa y ética del teatro cubano. Rieles… no se queda solamente en el análisis de espectáculos, pues constituye, entre otro de sus valiosos aportes, una clase magistral de organización y proyección de la política cultural de la Revolución y su diseño e implementación a nivel institucional.
Omar no es para nada complaciente ni cómodo en sus reflexiones, cosa que sucede a veces para intentar quedar bien con el uno o con el otro, por lo que hace sugerencias imprescindibles, y reitero, imprescindibles, para todos aquellos que amamos el teatro como proceso de creación artística y social y para los que además guían, coordinan y sustentan a estos desde cargos institucionales.
Como diría el creador de este testimonio, que dicho sea de paso también es una declaración contundente de principios, morales, que reniega cualquier tipo de concesión a la chapucería o lo insulso, es que proyecta el pasado, todavía cercano, sobre los escenarios de hoy, en particular sobre esos que, en un haz, nos ofrece Camagüey.
Cada línea plasmada en el texto, discursa sobre la historia y sus derroteros, sus improntas, sus zonas de luces y de sombras, tanto artísticas como institucionales. Perfectamente, a modo de plecas, podríamos enumerar mucho más que un decálogo, sobre normas –para nada esquemáticas– que podrían mejorar la gestión de la cultura escénica dentro de esa relación sinérgica y orgánica que debe o debería existir entre artista y funcionario.
La nostalgia es otro gancho, no sé si a ex profeso, que recorre las páginas de Rieles… y toca certeramente momentos cruciales del imaginario –de muchos, creo- que como yo conservan recuerdos imborrables como aquel Festival de Camagüey en el que se presentaban espectáculos como Historia de un Caba-yo de Teatro Buen Día con la dirección de Antonia Fernández, o Vida y Muerte de Pierre Paolo Passolini de Argos Teatro bajo la dirección de Carlos Celdrán. Sucesos que, en mis tiempos de estudiante, me hicieron amar y soñar el teatro.
Se dice que una cosa lleva a la otra, causa y efecto, quizás es por eso que trasladándome a recuerdos de esa memoria pienso en esos que ya no están y que en Camagüey fueron maestros, amigos y confidentes cercanos, como Mario Guerrero, Pedro Castro, Oraido Brito, Nancy Obrador, Manuel Villabella, entre otros.
Si queremos comprender el sentido, a veces subjetivado e idealizado, de por qué el teatro se torna en un espacio vivo y estremecedor para el ser humano, podemos encontrar una definición que recoge, en voz de Omar, la esencia de esa pregunta, y cito: “El espectador sale a encontrar un espacio diferente, un contacto físico y de energía con sus semejantes; busca dialogar con las interrogantes de su realidad, hallar espacios poéticos alejados de los discursos ramplones y repetitivos de otros medios; intenta ejercer su derecho a cuestionar, a emocionarse, pensar, divertirse en un diálogo vivo con el hombre, con el ser humano, que es en definitiva, la única materia del teatro”.
En la lectura de Rieles…, aparecen bombillos rojos apoyados con sirenas, ahí haces parada obligada para articular asociaciones que gravitan alrededor, y que no en todos los casos les prestamos la debida atención, relacionadas con el hecho artístico, sobre los excesos de panfleto político, las experimentaciones estériles, la falta de sistematización de los procesos de trabajo en los grupos, la confianza ilimitada en el respaldo del público, las incomprensiones institucionales, la consolidación de políticas de promoción nacionales e internacionales eficaces y otros, sumando la perspectiva de que la interrelación entre el trabajo artístico y una adecuada atención institucional produce resultados.
Se sugieren, además, en el marco de los festivales, la organización de programas de formación y superación tan necesarias para la evolución y ascenso del pensamiento teatral cubanos, y que no siempre cuentan con un diseño certero, ni con la participación deseada por parte del gremio. También se propone ahondar sin tapujos en la profundidad de los debates en torno al hecho escénico, aprovechando el marco de los festivales donde se pueden encontrar y confrontar diversas estéticas y poéticas, sosteniendo claro está un diálogo respetuoso y ético.
Entonces Omar se cuestiona e interroga al lector: ¿No está diseñado un festival para este tipo de discusiones? ¿Impedirá el nivel empírico una discusión a fondo sobre cuestiones técnicas? ¿Se sigue menospreciando el papel de la reflexión conceptual? ¿Se teme a la verdad y a la crítica? Los festivales serán ese espacio público, plural, el generador de un clima de aprendizaje, de conocimiento, y por qué no de festividad.
Rieles… propone una revisión seria y sincera sobre los resortes y motivaciones del movimiento teatral de la isla y cito “…si un movimiento es calificado de inercial resulta que ha perdido el impulso del origen y que se desplaza por pura monotonía existencial…” Si, al mismo tiempo, se pueden detectar en la escena nacional índices de una recuperación, de una vuelta a los orígenes, a los valores de la tradición cubana, buscando una identidad dinámica, actualizada y no restringida, lo que ha denominado la herencia como talismán, cabe una interrogación grande y colectiva ¿Para qué se hace un festival?
Entre postulados e interrogantes transita Omar Valiño con especial e inteligente agudeza, proponiendo un diálogo contundente, inquietante y revelador. Sirvan estas palabras para incentivar su lectura y para que cada teatrista o persona común que llegue nuestra ciudad, como se dice en Rieles…, haga suyo a Camagüey.