Por Ismael Albelo
Nuevamente el folklor danzario escénico nos convoca al análisis. Comentarios anteriores han removido a cuantos operan en la creación, realización y promoción de esta manifestación consustancial para la preservación de la cultura de nuestro pueblo.
Me voy a remitir al texto que debía ser de cabecera para quienes pretenden llevar el hecho folklórico danzario al nivel del arte escénico como representación pública que acredite un hecho artístico: se trata de Teatralización del Folklore del maestro Ramiro Guerra.
El autor plantea cuatro niveles de asunción de la danza folklórica: el que se desenvuelve en su estado más puro, ligado a un rito, a un hábito recreacional o a un imperativo social; el que aprehende valores y aspectos formales pero se desvincula de sus contenidos originales.
En un tercer nivel, el que más corresponde a este comentario, “la actividad folklórica está en función de poder ser observada o captada por otros y se establece una variante de comunicación con la presencia de personas”. Y en el cuarto incluye la creación artística que se inspira en el lenguaje folklórico nacional.
El primer reto para quienes pretendan teatralizar la danza folklórica sería el estudio de este libro, con el ABC de la creación artística de proyección folklórica.
Este debe ser un principio obligado: la investigación profunda de las leyes de la escena y del modo de llevar la actividad folklórica transformada al arte danzario. Esto es válido para el performance teatral y para el espacio abierto, el cabaré o la actividad comunitaria, para toda presentación dirigida a un auditorio, nacional o foráneo. Aquí se encontrará cómo verter la sapiencia popular que es el folklor en arte danzario.
Junto con el estudio científico de estos presupuestos teatrales, la danza folklórica escénica cubana debe evitar los estereotipos que prevalecieron antaño y ofrecieron la maniquea caricatura de “la beautifull señorita y el negrito maraquero”. Además, no se debe polarizar nuestro folklore solo en las raíces africanas y caribeñas, sobre todo las tradiciones yorubas, y saltar a otros orishas y patakíes de la tradición de esos pueblos, y de los congos, los abakuás, los ararás… y de otros orígenes, como las de origen campesino, las rumbitas miméticas del centro del país, la tumba francesa, el sucu suco pinero, el nengón y el quiribá guantanamero. Tantas y tantas danzas folklóricas, algunas aún por revelar.
Por otra parte reitero que no es lo mismo cuando una hija de Oshún baila para su orisha en un wemilere, que cuando lo hace una bailarina profesional quien, aún sin estar iniciada en el culto, interpreta a esa diosa yoruba; ni es igual un coreógrafo profesional cuya obra avale su calidad que un organizador de ruedas de casino o fiestas de quince que se aventure a armar un grupo de bailadores sin más objetivo que satisfacer la necesidad de movimiento del ser humano, sin contemplar lo que reclama el arte escénico.
¡Respeto y trascendencia vital es lo que reclama la danza folklórica escénica, como reclama todo el arte auténtico y autóctono y, por qué no, la cultura toda del pueblo cubano, el de ahora y el del futuro!
Noticiero cultural / Televisión Cubana
enero 2019
Foto Nika Kramer