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Rendir culto

La Macagua, sede del Teatro Escambray, allá en el macizo montañoso del centro del país cumplió el pasado viernes 6 de noviembre su cumpleaños 52
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La Macagua, sede del Teatro Escambray, allá en el macizo montañoso del centro del país cumplió el pasado viernes 6 de noviembre su cumpleaños 52

Por Omar Valiño

Siempre es una delicia volver a La Macagua, la sede del Teatro Escambray, allá en el macizo montañoso del centro del país. Fue el pasado viernes 6 de noviembre, en su exacto cumpleaños 52, antes de estas lluvias que han afectado con severidad el lomerío.

Compartimos con ellos las dos décadas de la casa editorial Tablas-Alarcos, cuyo equipo actual, juvenil, experto y comprometido, había organizado una visita a Villa Clara, en definitiva muy provechosa. Asistí como invitado y, para contarlo, me permite «separarme» apenas unos centímetros de dos experiencias esenciales en mi vida.

El Escambray de fines de los 70, en pleno apogeo, y el de principios de los 80, cuando comencé a visitarlos de adolescente junto a varios compañeros de estudio, fue vital en mi cosmovisión del teatro y en decidirme por entrar de lleno en el camino del arte.

Nunca olvidaré el ensayo, previo a su estreno, ante un público de estudiantes de secundaria de Molinos de viento, de Rafael González, y su debate posterior, conducido nada más y nada menos que por Sergio Corrieri, el mítico actor, el hijo de Gilda Hernández, creadores de aquella aventura, entonces quinceañera como nosotros.

Y resulta que Rafael sigue allí, recién cumplidos sus 70, al frente de hornadas cada vez más jóvenes y que permanecen cada vez menos tiempo en las hoy no valorizadas circunstancias del Escambray. Pero él, con su acendrada vocación de pedagogo, los forma desde la escuela, los guía como profesionales, transforma sus propias inquietudes en materia dramática, como en Gelatina, que allí vimos, para ratificar esa constante temática de su dramaturgia en torno a las aspiraciones y valores de la juventud frente a los obstáculos y frenos interpuestos por los adultos.

Foto Rosendo Domínguez (tomada de Granma)

Mientras, Tablas-Alarcos presentó buena parte de su catálogo de publicaciones, todas inscritas en el perfil de las artes escénicas. Es una, entre muchas acciones, que debieron postergar por la pandemia, pero sin renunciar. Los iniciadores, asentados sobre el madrinazgo de la revista Tablas, que abrió sus páginas desde 1982, siempre tomamos como fecha de fundación de la casa editorial septiembre de 2000, porque entonces se presentaron los nacientes resultados del gozne entre la revista, con su primer número de la tercera época y el título El baile, de Abelardo Estorino, inaugural del sello Alarcos.

En la jornada me fue inevitable la exaltación de tres figuras fallecidas hace poco, enlazadas a la órbita del Escambray como parte de ese poderoso movimiento del nuevo teatro, surgido en la década de los 60 del siglo pasado. El polaco Ludwik Flaszen fue uno de los pilares del quehacer y el entendimiento de la escena desde entonces, a la vera del Teatro Laboratorio de Jerzy Grotowski en Wroclaw. El chileno Nissim Sharim fue alma de Ictus, grupo recordado por quienes lo vimos en La Habana en 1987, bastión de resistencia cultural contra la dictadura de Pinochet. Y el italiano Ferdinando Taviani, excepcional teórico e historiador, siempre afincado en la práctica. La conversación con él y Eugenio Barba en 2000, en las afueras de una pequeña ciudad alemana, precisamente en vísperas del debut de la editorial en Cuba, definió el curso de la colaboración del Odin Teatret con Tablas-Alarco y con Cuba en el siglo XXI.

Mecerse en un sillón ante la naturaleza de la montaña en La Macagua me permite entretejer recuerdos e historias y, sobre todo, agradecer. Perdonen si hay un acento demasiado personal, pero no puedo dejar de rendir culto.

 

Tomado del Organo Oficial del PCC Granma en su versión Digital

Foto de Portada: Tomada del portal digital Arte por Excelencias

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