Por Roberto Pérez León
Ha sido un año proporcionado en cuanto a la actividad teatral se refiere luego del recio período pandémico. Como cada año haré el resumen de lo que considero más celebrable, pero ahora quiero poner atención hacia un aspecto que considero relevante para el desarrollo de nuestras artes escénicas.
De las más de treinta puestas en escena que he visto en este año que termina ninguna incorpora la digitalización como recurso enunciativo dentro de la escritura escénica. No obstante tuvimos algunos montajes con propiedades teatrales sobresalientes en el orden convencional. De las 35 puestas a las que asistí: 25 de La Habana y 10 de provincias, en ninguna de ellas hubo empleo de tecnologías digitales definitorias de la dramaturgia global.
Nuestro suceder escénico tiene una visualidad que no dista mucho de aquella de hace más o menos medio siglo atrás en cuanto a concepción de los sistemas significantes que se traduce en diseño de luces, escenografía, vestuario, uso de audiovisuales, concepciones espaciales y temporales, etc.
El entorno digital nos signa bio-sicosocialmente y nuestro teatro se mantiene algo distante de ese fenómeno de la cultura. Me he referido en varias ocasiones al programa de mano y su importancia en la concepción de un espectáculo. De las puestas en escena que vi solo tres sustituyeron el programa de papel por la captura a través del código QR.
Sin embargo, sin distinción de grupos etarios, disfrutamos de las bondades del universo digital al menos a través de los teléfonos celulares. Pero nuestros productores teatrales obvian ese universo y seguimos con papelitos de dudosa estética en su mayoría.
Si tuviera en cuenta el uso innovador, creativo de las tecnologías de información y comunicación en las más de treinta puestas en escena evaluaría de básico el trabajo teatral en este año que termina. Si nuestro teatro tuviera más en cuenta el entorno digital participaría más, fuera más presente y la transformación social y culturalmente seria más efectiva, y esto solo con integrarse crítica, reflexivamente entre los lenguajes digitales con la incorporación de códigos nuevos en su expresión enunciativa.
Consideramos teóricamente modos comunicacionales en consonancia con el tecnovivio interactivo nominado por Jorge Dubatti. Pues desde la academia y la gestión cultural empecemos a incentivar nuestra actual escritura escénica para que arranque con bríos a incorporar en su latencia la intermediación tecnológica. Así lo requieren los tiempos.
Desde los griegos, donde el uso de las máquinas solo era una ocasional muleta dramatúrgica, el teatro, como “cultura viviente”, nos convoca a un sustantivo convivio, sin injerencias tecnológicas invasivas.
Ahora, en el teatro mediado lo viviente puede esfumarse y aparece un acontecimiento que sucede intervenido por un espacio y un tiempo organizado de manera tal que la experiencia de la recepción está sujeta al empleo tecnológico.
Hay que ir pensando en formas teatrales dentro del marco de la cibercultura. Si el teatro actual ha vencido la fuerza del texto literario, ahora debe, con nuevas acciones performativas, incorporar al texto digital y esto aportará un tiempo y un espacio cónsono con lo vivencial tecnológico.
Reinventando estrategias estéticas, formales, de contenidos, el teatro podrá convocar e interpelar al quehacer escénico entre nosotros dentro del mundo de los bits. Pensemos nuevas teatralidades dentro del marco de la cibercultura como formación social donde la oficiosidad digital es definitoria.
Llegará el teatro hiperenlazado, el teatro amplificado, la escritura escénica con instancias enunciadoras que registren el ambiente digital propio de lo que se ha dado en llamar el tecnovivio como forma cotidiana de socializar: chatear, enviar mensaje por WhatsApp, usar Skype, juegos en red, etc.
Sí, es muy reconfortante el convencional convivo teatral pero no mirar lo que se nos avecina es despreocuparse. Sí, el tecnovivio carece de lo germinativo del diálogo poro a poro, propio del convivio.
Pero no estamos en una encrucijada: teatro digital, desterritorializado versus teatro cohabitado, vivo. Se trata de participar consecuentemente en la cibercultura e incidir de manera creativa en ella.
Sé que no faltan quienes recurren ante este ambiente tecnológico a la eternal y terrenal carencia presupuestaria. (Me revolotea una pregunta: ¿Qué sería de nuestro teatro sin la incondicional subvención estatal?)
No admito lamentos presupuestarios como espectador. Como espectador inteligente, atento, exigente sé que hay una cosa que podrá superar cualquier carencia presupuestaria: la invención teatral sustentada por una arriesgada propuesta estética; y para ello solo se precisa no acomodarse en esquemas probados en el mejor de casos, es preciso más empuje y decisión para lograr, en nuestras condiciones muchas veces excepcionales, la debida intermediación tecnológica.
No es sacrílego ni delirante pensar, dadas las condiciones actuales del sostenido desarrollo ciberescénico, que el teatro pueda existir sin estar sucediendo.
La teatralidad es un adjetivo que ya debe tener en cuenta no solo el convencional estado aurático del teatro como coexistencia carnal sino también la poética liminal donde la extrapolación de textualidades virtuales nos posesiona para una recepción ligada a la tecnología.
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