Por Roberto Pérez León / Fotos Gabriel Bianchini
El coreógrafo Nelson Reguera regresó, recientemente, a la Compañía Rosario Cárdenas con una obra que lleva por título Murmuro. Ha regresado como coreógrafo invitado pues hace poco menos de un año se puso en el Teatro Mella otra obra suya: Deseo.
Y “deseo” y “murmuro” tienen rutas gramaticales parecidas, aunque es mejor decir “tengo un deseo” que “tengo un murmuro entre ceja y ceja”. Sin duda a Nelson le gusta intrincarse con las palabras.
En el programa de mano el coreógrafo explica cómo sacó ese título luego de un ejercicio de hedonismo filológico; jugando con palabras de un lado y de otro se le ocurrió poner a su obra Murmuro, y aclara…
“Utilizo el sentido de murmurar pero tomo también la palabra Mûr en francés. Simboliza algo que está bien maduro, puede ser una fruta, una idea o una persona. Igualmente del francés utilizo Mur que significa muro. Cuando coqueteas con la grafía en el centro de la palabra lees muro en francés y en español. El muro me aporta la imagen de contención, de frontera. Aún en esa área reducida, el movimiento sigue creciendo y puede transformarse en una espiral, como una suerte de efervescencia del ser humano que no tiene límites.”
Como quiera que sea, el título de una obra no tiene que ser descriptivo, tampoco evocador ni convidante ni necesariamente debe alertar sobre una determinada comprensión de la obra. El receptor de la obra debe ser el alarife de ella y sólo a él corresponde la concretización en la producción de sentido social e individual; así es que el título puede ser como las estrellas que inclinan pero no obligan.
Decía Lezama que metaforizar era extraer una pieza de un cosmos para encajarla en otro; el cosmos de Nelson, definidamente, será la creación danzaría desde la coreografía; su esplendor como coreógrafo se afianzará una vez que, poco a poco, sume categorías investigativas más resistentes para alcanzar piezas de los muchos cosmos donde habitamos y ponerlas en su cosmos de emociones profundas y nada oblicuas. Pero de emociones no solo se hace el arte.
Murmuro es un despliegue gestual de naturaleza sísmica con determinadas zonas de hechura hechizada. Pero Murmuro no tiene grandes particularidades frente a Deseo, el anterior trabajo de Nelson Reguera, donde también tuvimos un diamantino esplendor poético. No pretendo hacer comparaciones; tal vez muchos no hayan tenido la oportunidad de ver ni una ni la otra, debido a que sus puestas han sido muy breves, solo por un fin de semana.
Si comento el estreno de Murmuro es para decir que pese a que la obra no ofrece un paisaje nuevo en términos plástico-coréuticos, como sí considero tuvo Deseo. Murmuro tiene una energización emanada desde la composición coreográfica muy elocuente a través de indagadores movimientos que un grupo de jóvenes bailarines supieron ejecutar muy bien, sobre la magnífica banda sonora compuesta por Norman Lévy.
El espacio gestual de cada bailarín, aunque bordea siempre lo sensual y proclama el dominio de la desnudez, no es componente de una erótica ni incorporador de realidades y deseos de comprobación o de irrealidades; tiene ese espacio una sostenida plurisignificación en la geometría corporal de hermosísimas composiciones grupales e individuales, de sólida polifonía gestual con sutiles acudimientos poéticos.
Debo decir que tiene la obra momentos de una especie de quietud energética escalofriante. Uno de ellos es el dúo sostenido sobre la voz de Nina Simone donde sucede el milagro de la majestad de dos cuerpos (Gabriela… y Yadiel Espinosa) expresando proporciones de abismos emergentes.
Otro momento de soberanía estética es cuando se levanta un bosque de piernas, o cuando aparece el boxeo y tenemos una antología de frases que conforman una gestualidad incorporadora de la imago, que ostenta una lógica de exploración y visibilización escénica, mediante recursos técnico-expresivos que permiten empezar a cartografiar, como parte de las articulaciones que podrán determinar el estilo coreográfico de Nelson Reguera.
Al final de la obra, en los últimos instantes cuando se arma un muro de hermosos, oscuros y tentadores cuerpos, y de ahí emerge la maestra Rosario Cardenas conectando la imantación de la representación con el conocimiento relacional de ella misma como bailarina. Entonces, su cuerpo, poseído por el ser, traspasa el espacio habitado de jóvenes, y danza Rosario, y me dio alegría verla en esa salida dinamizadora de lo estático.
En Murmuro habita un ánima de contínuum; y, se nos muestra como sucesión: una cosa detrás de la otra y siempre entre fronteras. Como sucesión quebranta la consecución y desarrollo de una expresión rizomática. No concibo esta obra en cuadros sucesivos. Murmuro tiene un léxico gestual plásticamente hermosísimo pero al ser frágil sintácticamente decae en su semántica y en su pragmática.
Esta vez el coreógrafo arma desde el contraste y globalmente se quebranta el discurso que tal vez requeriría un flujo sostenido; mediante contrastes no se alcanza la semantización suficiente; entre zonas contrapuntísticas no se perdería la organicidad para el sostenimiento dramático, en vez de sucesivas teatralidades tendríamos la composición de un performance configurante de acciones y pasiones que podría vitalizar dramatúrgicamente la puesta.
El empleo de los contrastes trivializa, resulta muy esquemático; en cambio, la composición contrapuntística adquiere un ritmo vibrátil como en un cuadro donde colores opuestos son disfrutables, no por el contraste simple sino cuando se conjugan cromáticamente desde el contrapunteo relacionador de la composición plástica global.
Murmuro como producto escénico tiene insumos que lo hacen de una voracidad sorprendente, es deliciosamente ondulante, pese a que el recurso del contraste debilita la robustez del discurso coreográfico, más no lo hace decaer porque ese discurso disfruta de un sustantivo enrevesamiento gestual de florecimientos formales donde confluyen esplendidas referencias que energizan la composición, entre lo libidinal y un conseguido epicureísmo.
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