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PALABRAS SOBRE AMADO DEL PINO EN OCASIÓN DE SU INESPERADA MUERTE

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Por Osvaldo Cano (Especial para Cubaescena)

Este 22 de enero expiró, en Madrid, el dramaturgo, poeta, periodista y crítico teatral Amado del Pino González. El deceso ocurrió cuando apenas comenzaba la mañana europea (7:40 am), mientras que en La Habana solo habían transcurrido una hora y 40 minutos del Día del Teatro Cubano. A 148 años de los siniestros sucesos ocurridos en el teatro Villanueva, nuestra escena vuelve a enlutarse con la pérdida de uno de sus creadores más activos y populares.

Quizás producto de la casualidad o de esas enigmáticas cábalas que tiene la vida, Amado del Pino nació y murió en fechas de honda raigambre teatral. Su alumbramiento tuvo lugar el 25 de febrero de 1960, en su entrañable Tamarindo, fecha esta en la que -130 años antes- el inmenso Víctor Hugo estrenaba en París su polémica obra Hernani, desatando una auténtica batalla campal que anunciaba el inicio de una nueva era. Su temprana muerte ocurre justo el día en el que, en el ya lejano 1869, chocaron el cubanísimo ímpetu de teatristas y patriotas y el declinante poder colonial, cuya feroz represalia segó  muchas vidas y enmudeció durante un largo y triste periodo la escena de expresión nacional.

Perteneciente a las primeras generaciones de graduados del Instituto Superior de Aarte, fue desplazando hacia la escena su inicial fervor por la poesía. Durante largos y enjundiosos años ejerció, con imparcialidad y éxito, la quijotesca profesión de crítico teatral desde las páginas de los diarios Granma y Juventud Rebelde o a través de revistas especializadas como Tablas, Conjunto, Revolución y Cultura, La Gaceta de Cuba y muchas otras. Polemista insaciable, fue autor de valiosos ensayos dentro de los que sobresalen los contenidos en el premiado libro Sueños del mago. Autor laureado que mereció el Premio Nacional de Periodismo Cultural, Premio de la Crítica Literaria, junto a otros importantes galardones como los premios Rine Leal, Virgilio Piñera, José Antonio Ramos o Carlos Arniches, entre otros. Sin embargo, el filón más valioso de su inquieta obra se  localiza en sus piezas teatrales. Títulos como Tren hacia la dicha, El zapato sucio, Penumbra en el noveno cuarto, Triángulo o Cuatro menos, resultan una inapreciable crónica de los principales avatares enfrentados cotidianamente por los hombres y mujeres de nuestra nación. Textos  desenfadados y audaces en los que se maridan su frondosa cultura y el inextinguible amor por los poetas de su infancia, la filosofía silvestre o las urgencias del presente, con alto vuelo poético.

Convencido de que a los amigos se les critica de frente y se les elogia a sus espaldas, concibió una obra donde la certera crítica y el amor a nuestro país son una constante. Signado por una huracanada vitalidad se movió simultáneamente en diferentes ámbitos como la radio, la prensa plana, las revistas culturales, la dramaturgia, la edición, e incluso incursionó como actor en filmes como Clandestinos y Guantanamera o en la serie televisiva Papaloteros.

Es palpable su huella en nuestro teatro debido a los éxitos de espectáculos como Penumbra en el noveno cuarto, que subió a las tablas dirigida por el primer actor Osvaldo Doimediós y fue llevada al cine por Charly Medina. También por la favorable respuesta del público en las dos temporadas de Cuatro menos, asumida por Alejandro Palomino y Vital Teatro, y de modo especial por sus chispeantes reflexiones en los encuentros de la crítica durante las inolvidables jornadas del Festival de Teatro de Camagüey, del cual fue fundador, en 1983, junto a Rómulo Loredo.

Lector insaciable estuvo en perenne diálogo con el quehacer intelectual de la Isla, atento por igual a la obra de los maestros consagrados y a la de los más jóvenes autores, directores o actores. Aunque radicado primero en Murcia y luego en Madrid,  durante la última década, nunca perdió la conexión visceral con su querido y añorado país. Uno de sus últimos textos titulado Fabricante de bodas, apenas conocido por sus amigos y confidentes más cercanos, resulta una infalible muestra de su indeclinable apego a lo nuestro.

Temprano, con apenas 56 lúcidos años, nos abandona Amado del Pino dejando una honda huella y sumiendo en un profundo pesar a quienes lo continuamos admirando y queriendo.