Luis Carbonell en su centenario (III)

Tercera entrega del testimonio de Luis Carbonell sobre su trayectoria artística a propósito de su centenario este 2023
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Por Jesús Lozada Guevara

Después de los cuentos nunca fui el mismo, ni siquiera durante los años de silencio que más tarde me visitaron y que prefiero dejar en su lugar. El olvido también es útil, a veces tanto como la memoria.

En mayo de 1959 me embullé e hice otro recital en la sala Arlequín, que dirigía Rubén Vigón, ampliamente reseñado por Luis Amado Blanco para el periódico Información. Él publicó dos crónicas. Una de ellas la reeditó La Gaceta de Cuba, con notas de Mayra Navarro. Ahí narré Un flirt extraño de Armando Leyva, Osaín de un pie de Lydia Cabrera, otra vez el Tobías de Pita Rodríguez, Fin de curso de Hilda Perera Soto y Sola de Luis Amado Blanco. A propósito de Sola te diré que fue un cuento difícil de resolver en el escenario, de hacerlo creíble. Es la historia de una mujer que va caminando por el campo hasta que muere, pero aparece el marido en sus pensamientos, y para hacer creíble lo que dice el personaje, que estaba dentro de ella y no en la realidad, usé una grabación, de modo que lo que él habla se escuchaba en off. Según supe después, por Valdés Rodríguez, en Londres y por esos mismos días, el gran actor Laurence Olivier, estaba usando ese recurso en el monólogo de Hamlet de William Shakespeare (To be or not to be…). Haber coincidido con el gran actor inglés me llenó de satisfacción.

Tras del éxito en la Sala Arlequín fui a ver a la Doctora Vicentina Antuña al Consejo Nacional de Cultura y le propuse hacer una temporada en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Ella y su asistente, hermano del poeta Roberto Fernández Retamar, hablaron a unos pasos de mí.  Él regresó para decirme que lo sentían mucho, que no podían programarme con ese espectáculo pues tenían por norma acoger solamente estrenos.  De inmediato les propuse un recital de cuentos cubanos y venezolanos. Y lo aceptaron.

Ese es un teatro pequeño, pero muy acogedor, y estuvo repleto. Recuerdo que hice el cuento de Oscar Guaramato y el de Pocaterra, pero los cuentos cubanos y los otros venezolanos no me vienen a la memoria. Por ahí debe estar el programa, más ¿quién encuentra algo en esta casa? Ya se me hace pequeño el apartamento, pero yo sólo quiero vivir en el Vedado. Cosas de viejo, caprichos o que yo estoy muy apegado a este barrio. Aquí he pasado la mayor parte de mi vida.

En 1969 hice un recital de cuentos de ciencia ficción en la sala del Guiñol Nacional donde contaba En verdad os digo y Anuncios de Juan José Arreola, El caso de los niños deshidratados de Alejandro Jodorowsky y El bardo inmortal de Isaac Asimov, historias que salieron de una antología de Oscar Hurtado que apareció ese año en la Biblioteca del Pueblo.  También hice otro en los años sesenta en el antiguo Cuartel Moncada, hasta llegar a Luis Carbonell en tres tiempos entre 1970 y 1972, que fue un espectáculo con el que visité casi toda Cuba, y que mucha gente vio.

Primero interpretaba algunas piezas cubanas para piano, luego contaba cuentos y por último hacía las estampas costumbristas. Yo estaba muy deprimido cuando dejé de ensayar con el cuarteto Los Cañas, nos habíamos separado después de cuatro años de trabajo, y yo aspiraba a llevarlos a Europa, porque ellos eran muy buenos y fueron los primeros en América que cantaron música clásica con ritmo cubano; así que mi amigo Pepe Vázquez me recomendó trabajar y tuve otra etapa de cuentos. Antes o después quedaron otras muchas presentaciones en las que fue creciendo el repertorio, como aquel concierto que hicimos mi amigo el pianista Huberal Herrera y yo en la Casa de Cultura Checa, donde él tocaba música de ese país y yo hacía tres de las historias del libro Apócrifos de Karel Čapek (Ofir, Don Juan Tenorio y Romeo y Julieta), o me aprendí Una bromita, Ilegalidad y Obra de arte  todos de Antón Chéjov, y que nunca formaron parte de un único recital ni fueron contados a un mismo programa sino que en espectáculos distintos; así hice hasta grabaciones para la televisión en las que narré cuentos ilustrados por Luis Wilson.

Una anécdota simpática antes de seguir.

En la función del antiguo Cuartel Moncada, que ya era la Ciudad Escolar 26 de Julio, sentaron a mi madre, Amelia Pullés, en la primera fila. Me pidieron que hiciera cuentos para los estudiantes, los maestros, para público. Muchos esperaban poemas, estampas, y yo narré cuentos. Al lado de mi mamá estaba sentada una persona, que al verme, le dijo a otra en el oído, pero mi cuñado lo pudo escuchar perfectamente:

Mire para lo que ha quedado el pobre Luis Mariano…

No sé si a ella o a mi cuñado les molestó aquello, lo que sé es que a mi aún me divierte.

No he podido quitarme de encima nada de lo que he hecho, y mira que mi vida ha sido larga e intensa, no he podido renunciar a los poemas, a las estampas, a los cuentos, a la música, a enseñar. Quizás lo primero que hice y que me dio mayor satisfacción fue enseñar. Yo crecí en un ambiente de magisterio. Todos en mi casa estudiaron en la Escuela Normal para Maestros. Cuando nos sentábamos a almorzar o a comer, mi papá, que también se llamaba Luis, mi mamá, y nosotros siete, siempre hablamos de la enseñanza. Recuerdo un día que mi hermana mayor, que todo lo consultaba con mi mamá, le habló de una alumna, una muchachita muy pobre, que quería dar clases con ella pero que no podía pagarle. Mamá le dijo que le diera clases, exactamente igual que a las otras, que el que no pudiera pagar que no lo hiciera, pero que de todas maneras ella fuera a su casa, le diera las clases y así aprendía. Que enseñar era su obligación. Eso se me grabó y, aun cuando he visto horrores, no he podido quitarme de encima el deseo de enseñar, así como tampoco nunca he cobrado. Cuando he podido enseñar lo he hecho porque para mí dar es una satisfacción. Hay quien no entiende eso. Han sido alumnos míos artistas de la talla de Pacho Alonso, que me adoraba, Linda Mirabal, Liuba María Hevia, Pablo FG, Los Papines, y muchos otros.

Foto de portada tomada de Cubadebate