Por Norge Espinosa Mendoza
Cuando parecía que los 30 años de Teatro El Público iban a ser, cuando más, una celebración discreta, la compañía fundada por Carlos Díaz en 1992 convocó a una pasarela donde se mostrarían vestuarios de sus numerosos espectáculos, estrenó AmorBrujoAMOR, a partir de la partitura de Manuel de Falla, y regresó nuevamente a Lorca.
Federico, uno de los dioses tutelares de este grupo que toma su nombre del título de su “drama irrepresentable”, es siempre bienvenido en la sede de Línea y Paseo: el Trianón que desde 1994 es el cuartel de mando de una compañía con sello propio, fama de provocadora, y muy viva aún, a pesar de esas tres décadas que corren desde la premier de Las criadas, de Jean Genet, con la cual dio inicio a su repertorio.
Carlos Díaz se ha confesado enfermo de teatro, y ese padecimiento solo se cura en el salón de ensayo. Discípulo de Roberto Blanco, heredero del tono festivo de su Bejucal, lector apasionado de textos clásicos y contemporáneos, sabe que el teatro es un acto de complicidad y seducción. Y un espejo que nos devuelve a los orígenes. Por eso ha regresado a La zapatera prodigiosa, la obra del granadino que dirigió con Teatro Ensayo a mediados de los años 80, cuando aún estudiaba en el ISA, y el sueño de una compañía propia era un deseo todavía impalpable. Por suerte, ese anhelo se cumplió. Y aquí está con La zapatera prodigiosa nuevamente en Camagüey.
Amante de la multiplicidad, de la simultaneidad de perspectivas con las cuales se puede narrar una historia o presentar un personaje, su retorno al querido texto, a esa farsa violenta en dos actos que tuvo su estreno mundial en 1930, juega con ese aire eminentemente lúdico que Lorca insufló a los parlamentos de esta obra rápida y chispeante, dominada por esa joven zapatera de lengua afilada, casada con un hombre mayor, y que retoma los fervores de la Belisa o la Rosita de otras obras del mismo autor. No una, sino una docena de zapateras se reparten los diálogos y coplas, consiguiendo que lo que se pensó esencialmente como un espectáculo de graduación de estudiantes de la ENA, obtenga en su versión final muchos de los beneficios de diseño, concepto y rejuego posmoderno que caracterizan a cualquier puesta de Teatro El Público. El brillo de las sayas, el guiño de peinados y pelucas, las sillas de madera y el escenario habitado por estas mujeres indomables, entre las cuales aparece y desaparece el Zapatero, consiguen un aire de festejo popular, de celebración de vida y del teatro mismo que en estos momentos no deja de ser esperanzador.
En 1986, la maestra Berta Martínez llevó al Festival de Camagüey su memorable puesta de La zapatera prodigiosa. En 1998, al final de su carrera como director, Vicente Revuelta movilizó a un pequeño ejército de jóvenes en la Casona de Línea para recrear esta comedia. En la primera, deslumbró Ana Viña en el rol central. En la segunda, el Zapatero era Alexis Díaz de Villegas. Los mejores actores y actrices de este país saben que Lorca es una prueba de fuego que todo intérprete de lengua española debe pasar exitosamente. Ahora, como un eco de homenaje a Lorca y a todos los que en esta Isla lo han hecho con rigor y talento, llega esta muchedumbre de zapateras, esta oleada de faldas, risas, flores y palmadas para Lorca siga vivo entre nosotros. Como en el Trianón, en la sede de Teatro El Público, donde lo invocamos como quien pide a un pequeño dios que no deje nunca de iluminarse el escenario.
Fotos: Yuris Nórido