Segunda parte de la conferencia ofrecida por Graziela Pogolotti, Premio Nacional de Literatura, en el Teatro Abelardo Estorino del Ministerio de Cultura, como parte de las Jornadas Villanueva 2019.
A principio de los ’70, después del Congreso de Educación y Cultura, se produjo lo que calificaría como una vulneración de las esencias de la política cultural definida por Fidel en “Palabras a los intelectuales”.
Esa vulneración tuvo expresiones diversas, que en determinadas circunstancias se acercaban conceptualmente al realismo socialista –sin nombrar esa expresión porque en Cuba era innombrable.
Eso influyó mucho en la literatura, no tanto en las artes visuales, pero sobre todo fue algo que se abatió violentamente contra el movimiento teatral cubano con la carga de homofobia que todo conocemos. No voy a repetir lo que todo el mundo sabe: se estableció la llamada parametración que vulneraba la vida privada de las personas.
Este fenómeno lanzó a la calle numerosos trabajadores del teatro, algunos de ellos notables, y tuvo como consecuencias, algunas de ellas impalpables, lacerar a los que fueron víctimas de estos sucesos y frustrar algunos procesos de desarrollo muy notables que había en nuestro ambiente teatral.
El caso más notorio fue el caso del Guiñol, el caso de los Camejo, que realizaban un trabajo con resultados artísticos de nivel internacional. Recuerdo que en 1968, cuando se produjo el Congreso Cultural de La Habana, llevé a un grupo de escritores franceses, algunos de ellos vinculados al movimiento surrealista, a ver un espectáculo del Guiñol y aquella gente, que había andado por tantos caminos, se quedó verdaderamente deslumbrada ante aquella propuesta. Eso desapareció.
Otros casos que no llegaron a este extremo de algún modo vieron interrumpido su proceso orgánico de crecimiento artístico. Salir de aquella situación fue algo complejo y difícil.
Quiero recordar que a pesar de que una línea oficial respaldaba esta conducta, hubo dos formas de resistencia, ambas por vía legal, que tuvieron resultados. Por una parte, algunas de las víctimas se dirigieron a los tribunales de justicia para reclamar sus derechos. Llegaron al Tribunal Supremo y se decidió que debían ser puestos en su trabajo.
Por otra parte, en esa misma etapa, Lázaro Peña, prácticamente en vísperas de su muerte, estaba organizando el 13 Congreso de la CTC, y Raquel Revuelta, que lo conocía desde la época que trabajaba en la emisora de radio que en un momento tuvo el Partido Socialista Popular –realmente una extraordinaria emisora de radio, tanto en su programación dramática como en la musical–, habló con él para que fuera a la asamblea de trabajadores de Teatro Estudio.
Ahí se congregó buena parte de la masa teatral, se le planteó a Lázaro qué era lo que estaba sucediendo. Lázaro Peña dijo que era una violación de la legalidad socialista.
En 1976, para sorpresa de muchísima gente, al crearse el Ministerio de Cultura, se designa a Armando Hart Dávalos como Ministro de Cultura, una señal de cambio y rectificación.
Se trataba, por tanto, de un replanteo de estrategias y de políticas culturales, teniendo en cuenta el momento histórico que se estaba viviendo.
Foto Buby
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