Por Osvaldo Cano
Uno de los problemas urgentes a solucionar en la escena cubana actual es la formación de directores teatrales, capaces de liderar procesos artísticos de calidad y con la necesaria perspicacia, para establecer un diálogo certero e iluminador con los problemas cardinales de esta época.
A mi juicio es mucho más frecuente, entre las más recientes promociones de teatristas, buscar el amparo de un director y un grupo establecido, con una estética ya formulada y -de ser posible- exitoso, que aventurarse a fundar un proyecto, encabezar procesos creativos o afrontar las tribulaciones de la producción de un espectáculo. Esta inclinación tiene diversas causas, por un lado está el comprensible y legítimo interés en formar parte de los conjuntos erigidos, por derecho propio, en paradigmas del teatro de estos tiempos, por otro el hecho de que durante muchos años no existieron alternativas para la formación de directores, por solo mencionar algunas de las más visibles.
Lo cierto es que, si bien a finales de la década de los años 80 y en especial en los años 90, hubo una auténtica explosión de estéticas, grupos, directores, autores…, que irrumpieron con aires renovadores en nuestras tablas, en estos momentos –y pese a la sobreabundancia de compañías o proyectos- no sucede lo mismo.
Atendiendo a esta situación y por encargo expreso del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, la Facultad de Arte Teatral del ISA, inauguró, hace dos años, la Maestría en Dirección Escénica, como una de las vías posibles para paliar la mencionada carencia. Encabezada por varios maestros cuya obra goza del reconocimiento del público y la crítica, esta maestría deberá comenzar a dar sus frutos en los próximos años.
Confieso que este es un dilema que me preocupa, pues como ha demostrado la práctica, con argumentos irrefutables, el director es quien aglutina a su alrededor a un colectivo de artistas y colaboradores, define los rumbos estéticos de su agrupación, selecciona el repertorio, elige el elenco y es determinante a la hora de definir las ofertas que recibe el público. Al ser el grupo la célula básica del movimiento teatral, la profesión de director entraña una responsabilidad mayúscula por su incidencia no solo en el núcleo que guía sino también en los espectadores que acuden al encuentro con sus propuestas. Al mismo tiempo cada generación elige o funda sus paradigmas, posee referentes culturales propios, conflictos, insatisfacciones, anhelos y certezas que la singularizan y que no necesariamente son del todo coincidentes con las que la preceden. Es precisamente esa expresión generacional la que extraño y reclamo para la escena cubana de hoy, pues justamente en la obra de los jóvenes talentos deberá brotar el germen renovador que introduzca cambios o reafirme hallazgos de nuestras tablas y nuestra sociedad.,
Durante el recién finalizado XVII Festival Nacional de Teatro de Camagüey tuve la reconfortante oportunidad de reencontrarme con la obra de tres jóvenes directores, que asumen el riesgo del liderazgo artístico y realizan propuestas que clasifican no solo entre los momentos de interés en la cartelera del evento, sino también dentro del actual panorama de nuestra escena. Me refiero a Yunior García (Trébol Teatro), Pedro Franco (El Portazo) y Mariam Montero (La Perla). La legitimidad de sus propuestas, la calidad de los resultados, el impacto en el público, la vocación de escrutar e iluminar zonas polémicas de nuestra realidad, hacen de sus espectáculos verdaderos oasis donde la agudeza, el desenfado o el sentido lúdico van de la mano del honesto y desprejuiciado planteamiento de sus preocupaciones cardinales que, atendiendo al respaldo que han tenido en términos de la asistencia de los espectadores, son compartidas por su público.
En el reino del cabaret
Cuban coffee by Portazo´s cooperative. La república light es el título del montaje que Pedro Franco, en colaboración de María Laura Germán, ofrecieron al ávido público camagüeyano en el recinto de la Casa de la Trova. Es esta la segunda parte de una saga iniciada con el espectáculo CCPC. Cuban coffee by Portazo´s cooperative, el cual representó un punto de giro en la trayectoria del novel director y su grupo; quienes, con anterioridad, habían optado por los textos de tres dramaturgos pertenecientes a su generación: Por gusto (Abel González Melo), Antígona (Yerandi Fleites) y Semen (Yunior García).
Con La república light…, Franco insiste en la exitosa y oportuna fórmula utilizada en el montaje que le antecede. De nuevo nos ubica en los predios del cabaret político, concibiendo un divertimento que rehúye el tratamiento pueril o superficial, para apostar el tono cuestionador e incluso arriesgado, el ritmo vertiginoso o la recurrente visita a la historia. Temas ya abordados en la anterior entrega como el rol del héroe, las migraciones, la familia, frustraciones y desgarramientos que acosaban a los personajes de ayer y acosan a los espectadores de hoy, son intencionalmente estructurados de un modo descentrado y en apariencias arbitrario, acentuando así el tono festivo, aderezado a su vez por la parábola y la suspicacia.
Al éxito de La república light… contribuye de modo decisivo la energía frenética de los intérpretes quienes asumen sus personajes con intencionado desparpajo. Ellos se ven precisados a cantar, bailar, travestirse, interactuar constantemente con el público, acercar las rimas al ritmo y la cadencia del habla cotidiana, todo esto durante dos delirantes horas que transcurren raudas y entretenidas. La utilización de recursos probados por la tradición vernácula, el apego a fórmulas y modos de encarar el espectáculo muy en consonancia con la sensibilidad de un importante sector del público, su capacidad de sorprender y provocar y la resuelta vocación por no hacer concesiones convierten a La república… en una propuesta con una envidiable capacidad de diálogo con la platea.
Una batalla íntima
Desde un ángulo bien diferente Yunior García escribe, dirige y protagoniza Jacuzzi, un texto autorreferencial cuyo montaje ha ubicado a Trébol Teatro -y a la ciudad de Holguín- en un sitio de interés dentro de la geografía teatral insular. Puesta en escena minimalista donde, con apenas una bañera y una estructura metálica, se sugiere el recinto de un baño, sitio donde transcurre la trama.
Este espacio, de por sí íntimo, resulta la locación escogida por García para relatar la historia del rencuentro de tres viscerales amigos que luego de algunos años sin verse convergen en el apartamento que dos de ellos han comprado. Las experiencias vividas en diferentes contextos, el tiempo transcurrido, las distancias tanto físicas como espirituales los cambian de modo radical, razón por la cual lo que pudo haber sido un festivo rencuentro se transforma en una batalla que termina con la inevitable ruptura.
Franqueza e intimismo, el abordaje de temas raigales en un tono confesional e incluso por momentos desgarrado, signan al texto y al montaje. Ambos abordan, con naturalidad y desenfado, temas y dilemas propios de una generación representada por tres personajes con diferentes aspiraciones, ideas, criterios y perspectivas de la vida, pero a quienes los iguala el amor por su país, aún cuando cada quien tiene un modo diferente de sentirlo y expresarlo. Yunior García encarna a un personaje que expone eventos recientes de su propia vida, lo acompañan dos jóvenes intérpretes: Víctor Garcés y Yanitza Serrano, conformando un trío cuyo accionar sobre las tablas está signado por la sinceridad y la mesura, la contención y la ausencia de visajes o subterfugios que le restarían autenticidad a un texto y un espectáculo que tiene en la franqueza a uno de sus principales aliados.
De El peine a El espejo
Tomando como punto de partida una obra inicial del prominente dramaturgo Abelardo Estorino, Mariam Montero elabora una propuesta que sorprende por su capacidad de dialogar con un texto en apariencias trascendido. La trama reutiliza los conflictos esenciales del texto original, ahora tratados con una mezcla de humor e ironía que en nada reduce el espíritu agudo y crítico de la obra de Estorino. Rosa, ejemplo de la esposa vapuleada y dócil, trata por todos los medios posibles de rescatar el amor de Cristóbal, su escurridizo esposo, y para lograr sus propósitos recurre tanto a la sumisión como a las prácticas religiosas.
Montero y su equipo de trabajo convierten a El peine y el espejo (título del original de Estorino), en una suerte de radio novela aderezada con mecanismos propios de la parodia, el escarnio o el uso consciente y atinado de los recursos típicos del melodrama. Gracias a ellos pone en evidencia problemas tales como el rol subalterno de la mujer, la violencia familiar o la persistencia de prácticas machistas.
Sobre una grada que de inicio pareciera insinuar un hieratismo que nunca tiene lugar, la directora ubica a los intérpretes quienes desde allí cantan, bailan, intercambian roles, juegan constantemente, despliegan un ritmo dinámico haciéndonos pasar una hora, donde la capacidad de entretener y razonar termina siendo dos de los principales argumentos del montaje. Este ha sido clasificado como “una obra coral”, definición con la que concuerdo pues sus intérpretes (Rolando Rodríguez, Roberto Romero, Frank Ledesma, Carlos Busto, Rone Reinoso y Luis Aguirre), son capaces de cantar con afinación, bailar con gracia y ritmo, intercambiar roles, asumir diversos personajes y hacerlo con verdadero profesionalismo. En otras palabras que Montero y sus colaboradores echan mano a recursos propios del teatro musical y en un tono desprejuiciado y lúdico terminan por regalarnos un espectáculo entretenido, versátil y muy en sintonía con prácticas y problemas que todavía acosan a los cubanos de estos tiempos.
Al disfrutar de propuestas como las valoradas en estas páginas, recuerdo un antiguo y conocido adagio que advierte: “un palo no hace monte”. Tampoco se puede pecar de optimista y decir que tres son suficientes para vislumbrar el bosque. Sin embargo, Pedro Franco, Mariam Montero y Yunior García, cada uno en su estilo y con sus propios recursos poéticos nos advierten que la continuidad, en un arte complejo y cambiante como el teatro, es posible.
A su favor hay que decir que no se han conformado con pertenecer a un grupo ya establecido asumiendo el riesgo de fundar el propio. Ellos han sido capaces de aglutinar a un núcleo de artistas jóvenes con preocupaciones y vivencias semejantes o al menos parecidas a los personajes de la ficción. Con su accionar trazan los rumbos de un teatro que evidencia las preocupaciones y conflictos de un importante segmento de nuestra población. En otras palabras que tal y como lo fueron en su momento varios de los más importantes directores teatrales de nuestra Isla, ellos constituyen una prometedora vanguardia juvenil de la cual considero que podremos ser testigos de su reafirmación y crecimiento.