Por Vivian Martínez Tabares
El efecto de la violencia doméstica y familiar sobre un vecino adolescente, padecida por él desde la infancia de manos de un padrastro, lo que lo llevara a matarlo, y a ser condenado a prisión, junto con la indolencia de la madre, enterada de los abusos e igualmente abusiva, fue el detonante que movilizó las ideas y la conciencia crítica de la dramaturga Agnieska Hernández para escribir Jack the Ripper, no me abraces con tu puño levantado, la obra que bajo su propia dirección, y con actuaciones de Antonia Fernández, Carlos Peña Laurencio, Pedro Peter Rojas y Yojani Pérez, pudo verse en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, durante dos fines de semana de febrero –lamentablemente uno menos de lo anunciado, por dificultades internas del colectivo–.
La obra mezcla la perspectiva narrativa y de la representación, mientras los actores se desdoblan en presentadores de la trama y asumen personajes que, como en un juego de cajas chinas, van revelándose y, con ellos, contradicciones individuales, familiares y sociales. El personaje femenino asume a una escritora de televisión –alter ego de la autora–, que a la vez que cuenta cómo conoció al protagonista y cómo lidió con los problemas del caso en su afán por crear un audiovisual a partir de su historia, dramatiza escenas que reviven su intercambio con el joven. Y en algunas situaciones mostrándose ostensiblemente como la actriz real, exhorta a sus jóvenes colegas actores a subir el tono o encender la energía en la escena.
Son atractivos componentes del discurso de la escena un video que se proyecta en el fondo, creado por Iván R. Basulto y Amanda Echavarría, para dar cuenta de prácticas de diversos juegos de riesgo con patinetas por parte de un joven que puede analogarse al protagonista. La música en vivo que tocan los actores, en selección sonora a cargo de Pedro Iván Blanco, marca pausas en la acción que inducen a la reflexión y al respiro. La escenografía, diseñada por el artista plástico Abel Barreto, es blanca y minimalista, apenas seis bancos alineados de a tres y frontales entre sí en ambos laterales del espacio, sobre una superficie blanca. La pulcritud contrapuntea con la norma del lenguaje juvenil, a menudo grueso, plagado de juegos de palabras, y en la cuerda del realismo sucio que muchos de su generación practican o hacen parte de un juego de la palabra más o menos inocente, y que la autora ha sabido recrear con ingenio. El contraste es así un recurso expresivo recurrente.
Es también reveladora su caracterización de las diversas generaciones que abarcan a los jóvenes de estos tiempos y a sus padres y abuelos –periodizados en orden cronológico como: niños de postguerra, baby boomers, millenials y centennials o Generación Z–, para mostrar las tensiones que se generan desde sus diferencias en medio de una época compleja en la que se vive a ritmo acelerado, y cuando la comunicación humana directa y vivencial cede paso a mensajes abreviados por chat, sms y otras vías virtuales.
El montaje revela la habilidad y la sabiduría de la autora-directora al saber no atarse férreamente a su letra y abrir la posibilidad de intervención creadora por parte de los actores, pues aprovecha la experiencia de la actriz Antonia Fernández y le da riendas sueltas para que pueda incorporar en una de las escenas un testimonio y referentes inequívocamente suyo, para quienes conocemos de su trayectoria y sus preferencias de lenguaje. Del mismo modo estimula a los muchachos para que muestren en despliegue físico la inigualable energía de esos años, y tanto Carlos Peña Laurencio, graduado del ISA, como Pedro Peter Rojas, egresado de la ENA –a quienes me tocó ver–, se lucen en expresividad en la recreación de sus roles, vitales y contradictorios. Así, la relación que se establece en la escena entre Antonia y Carlos y Pedro puede ser a la vez maternal y de magisterio técnico, al desplegar matices que nos inducen a pensar en los pares madurez vs. Ingenuidad y responsabilidad vs. impulso.
Amarga y dura, pero hermosa en su construcción simbólica, gracias a la sincera entrega de los actores y a la provocación reflexiva a que nos insta, Jack the Ripper, no me abraces con tu puño levantado es una creación que se disfruta y que nos sacude, cercana y lejana a la vez, tierna e inquietante. Y si bien algunos pueden escandalizarse con lo descarnado del desamor, creo que en Jack the Ripper… el teatro cumple bien su rol como espacio para focalizar lo singular, y para ser instancia de alerta a la consciencia de la sociedad acerca de vicios y fallas.
Agnieska Hernández está de plácemes por estos días. Mientras se empeña en la rescritura para la escena de un capítulo de Orlando, la novela homónima de Virginia Woolf, que montará en los próximos meses Carlos Díaz con nueve dramaturgos y varios elencos del Teatro El Público, y mientras estrena Jack the Ripper…, luego de ver representadas Strip Tease (Alina Narciso), Anestesia, (Reynier Rodríguez), Harry Potter se acabó la magia (Carlos Díaz), por si fuera poco, se alzó con el Premio en el 1er. Concurso de Dramaturgia Breve convocado por la Fábrica de Arte Cubano, con un texto llamado Origami (retrato del artista adolescente). Hay que seguirla de cerca, no queda de otra.
En portada: La actriz Antonia Fernández
(Foto de José Antonio Rigual Díaz, tomada de Juventud Rebelde)