Por Roberto Pérez León
Fermentación es un monólogo realizado por el colectivo teatral Punto Azul, que dirige Omar Bilbao. Iyaima Martínez es la actriz y la acompaña un equipo de unas diez personas para diseñar, hacer música, coreografiar y producir la puesta en escena, que estuvo en cartelera en el Café Cantante Bertold Brecht.
Se trata de un trabajo fundamentalmente actoral que avanza vertiginosamente sin pausa, con prisa desatada sin llegar a ninguna parte. Una actuación agobiante y demasiado exclamativa sobre un texto dramático exiguo.
Si tuviera que hacer una sinopsis de la obra me vería en aprietos. No me quedaría más remedio que acudir al programa de mano. Con firma de María de los Ángeles Núñez Jauma, la dramaturga, encontramos un especie de poema donde, de manera muy autoreferencial, descarga emociones y las mezcla con reseñas de algunos personajes y situaciones icónicas de nuestro teatro en particular, además del teatro de Lorca y de Tennesse Williams.
El título Fermentación parte del prú, la deliciosa bebida del oriente cubano. El prú presuntamente sería una especie de concepto que pragmáticamente podría enlazar contenidos en el texto dramático. Pero en realidad no sucede así y se nos diluye como palabra dentro del marasmo semántico que expresa la actriz en escena.
Interpretar es jugar. Hay varias formas y estilos para hacerlo. En Fermentación veo una tendencia expresionista, nada naturalista y muy poco abstracta.
Con qué interpreta o juega un actor: con los desplazamientos, la gestualidad, la voz, la dicción, el ritmo. A través de estos recursos es que se produce la performance del actor en conjunción con todos los demás dispositivos de la escena.
En Fermentación todo el peso de la significación está en la actriz. Los demás componentes escénicos son alarmantemente irrelevantes (escenografía, luces, objetos, música)
Y veo la actuación como una especie de montaje en la acepción fílmica del término. No hay gramática ni sintaxis que articule continuidad o sucesión. Se presentan fragmentos montados desde la gestualidad. Montaje de acciones físicas que acompaña a un texto deshilvanado dramatúrgicamente.
El texto de Fermentación no permite una organización interpretativa. Al intentar abordar tantos temas se agolpan unos a otros y no avanza como estructura narrativa. No hay conectores para que disfrutemos de un relato escénico con rumbo, pues al estar cambiando constantemente de sentido perdemos la dirección. La actuación crea situaciones de enunciación desde lo corporal para un texto que como enunciado es muy disperso.
Con un texto de teatralidad escasa se impone una dirección contundentemente rica en inventiva y riesgo para ponerlo y emitirlo en escena. Las situaciones de enunciación a través del gesto y la voz solo llegan a configurar microactos que no resultan para la puesta en escena global.
La gestualidad no tiene una elaboración de sentido. No hay especificidad, la intensidad fluctúa y el volumen se pierde en un discurso repetitivo. No hay variedad en el trabajo corporal. Se evidencian deficiencias coreográficas.
Coreografiar para el teatro requiere de una pragmática que no es la de la danza. En el teatro las posturas, la manera de plantarse en el suelo exige de actitudes corporales, de presencias somáticas que no son las que precisa la danza.
El uso del cuerpo en el teatro no es el uso del cuerpo en la danza. Coreografiar para un actor no es lo mismo que hacerlo para un bailarín.
La dinámica de ocupación del espacio en el teatro exige una visibilidad corporal, una orientación donde los demás componentes de la escena intervengan. En el caso de Fermentación estos componentes tienen muy poca significación. La actriz no termina nunca de desbordar el escenario.
El cuerpo de un actor no es un generador de signos codificados para que el espectador entienda y lea claramente. El cuerpo de un actor debe movilizar pulsiones, múltiples intensidades en el espectador. El cuerpo de un actor no es un mural de expresiones, es una vector de energías que salen al exterior dirigidas al interior del espectador.
La gestualidad de la actriz está contaminada por una cotidianidad no relevante. Su cuerpo se muestra impregnado por un afán de exteriorización muy simple. El cuerpo en escena no puede ser el mismo cuerpo que tenemos en la vida cotidiana. Un cuerpo es escena es el portador no solo de una técnica sino de una poética.
Me pareció muy falsa la conexión gesto-palabra. Tiene que existir un interaccionar entre el gesto y la palabra para que en la unidad de sus diversidades se habilite la imaginación del espectador. El gesto con tantos visos coreográficos no hace nada dramatúrgicamente en el teatro. Ya está más que sabido que la expresión no es garantía de un suceso artístico. En esta puesta en escena lo gestual sobrepasa a los demás sistemas significativos que por demás son ilustrativos y decorativos.
Puestas como Fermentación me hacen insistir en que podríamos pensar en propiciar desmontaje donde los integrantes de los colectivos, la crítica y el público entremos a dialogar. Es una vía para empezar a indagar sobre la estética de la producción y la de la recepción. Ya nos están haciendo falta definiciones y andares en la ruta hacia un teatro nuestro, el de estos tiempos, que nos provoque, estimule e incite.
Recordemos que las preguntas fundamentales nos las hacemos cuando termina la representación, ahí es cuando empieza a funcionar el teatro.