Por Norge Espinosa / Fotos Buby
Farándula, a cargo de Jazz Vilá Project, estuvo un buen tiempo en cartelera y amén de sus valores y defectos, analizarla resulta útil para mirar a un teatro cubano que también empieza a ganar su espacio, su público y tal vez su economía.
Anunciada a todo cartel desde inicios de año, con vallas y gigantografías que proclamaban el «gran estreno», Farándula en la cartelera de la sala Llauradó, y luego con funciones en el teatro Arenal, se ha convertido en un acontecimiento. Casi un fenómeno, valdría decir, y ello obliga al crítico a ver el asunto con mucho cuidado, porque indudablemente el espectáculo con el que Jazz Vilá alcanza su tercera propuesta es algo más de lo que se ve en escena. En un tiempo donde importa mucho el marketing, el uso dinámico de las plataformas sociales, y donde en esos espacios hay de todo: desde tremendismo, biografías y fakenews; Vilá ha echado mano a toda esa campaña publicitaria para ofrecer, más que una propuesta artística, un determinado producto en venta. No en vano al iniciarse la representación, su propia voz se ocupa de indicarnos los sitios digitales donde podemos obtener más datos sobre Jazz Vilá Project. Son los tiempos que corren, tanto de Revolico.com como de reguetoneros triunfantes, así como de la sobrevivencia de algunas utopías aún posibles.
En ese sentido, Jazz Vilá puede ser entendido, para mal o para bien, como un cuentapropista del teatro, teniendo en cuenta su afán de exponerse como producto en venta en idéntica línea con los patrocinadores tan numerosos de su espectáculo: marcas licoreras, peluquerías, talleres de mecánica, etcétera. Digo «cuentapropista» sin que se le tome negativamente, soy de los que piensa que tales empresarios y gestores son necesarios en la Cuba de ahora mismo, y no estoy del lado de quienes pretenden demonizar a los que, con trabajo limpio, se ganen la vida desde muchos oficios. Lo que Jazz Vilá Projects parece ofrecer es teatro de consumo ligero, comedia de enredos y guiños sexuales, en un ámbito donde el dinero, la juventud, el deseo y otros índices morales jueguen sus cartas.
Hay un público ansioso de ese tipo de oferta. Y de repente, en la carta de restaurants o centros nocturnos que la capital ofrece, está Farándula. Teatro para consumir, y que invita a ser degustado dentro de sus propias convenciones y limitaciones.
Esa es la idea que se vende desde las vallas, desde las fotos de los actores que vienen desde el cine, la televisión o el teatro a interpretar estos cuatro personajes. Jazz Vilá echa mano al encanto y a la popularidad de algunos, y organiza con ellos una trama rápida y predecible, que se echa rápidamente sobre sus propios argumentos, y que descansa en un equívoco sexual que hace ya mucho dejó de ser escandaloso. Poniendo a un lado todo lo que el aparataje publicitario nos dice sobre Farándula, queda una propuesta escénica que no saca demasiado partido de ciertos chistes previsibles, y desde que se oye la primera palabra del espectáculo —un insulto: «¡maricón!»—, comienza a girar sobre sí misma. Él es homosexual, ella es lesbiana, él es un prostituto, ella es una bisexual desenfrenada. Sobre esas cuatro patas se levanta la mesa de Farándula, y toca a sus intérpretes hacer de esos diálogos de poco peso algo que consiga que el espectador siga la fábula, a pesar de que ya se vayan haciendo tan obvios sus pocos recursos.
Yordanka Ariosa logra hacerlo porque ella es, por encima de todo, una buena actriz, capaz de dominar pausas y transiciones con organicidad a prueba de balas. Carlos Busto y Omar Rolando tienen que esforzarse más para hacer creíble una relación gay que depende demasiado de los estereotipos y —como le sucede a toda la obra— más de aquello que se dice que de aquello que se ve, y eso en el teatro es un pecado. Anabel Suárez saca partido de su físico para tratar de que su personaje no se quede en la superficialidad y la broma simple sobre la cual se le ha construido, en un desempeño que depende de lo externo y que se vende rápido a los espectadores. En un tiempo en el que, mal que bien, se ha avanzado sobre el tema de la diversidad sexual y su diversidad entre nosotros, este es un espectáculo que se demora en gags ya resabidos y que insiste en prejuicios y actitudes que, según las risas del auditorio, continúan siendo eficaces para mal de esas y otras muchas campañas que nuestra sociedad tiende a desoír. Los cuatro personajes de Farándula se mueven en un mundo demasiado fácil, según se le mire, y que, de atender al largo de número de patrocinadores, debería tener un empaque visual más acabado. La dirección del espectáculo se limita a organizar entradas y salidas, y cambios de escena que suceden mediante el uso de paneles. La dinámica de la puesta depende del chiste verbal o de la gestualidad marcadamente erótica. Quien busque otra cosa en Farándula, puede sentirse decepcionado.
Teatro comercial, teatro de comedia con ribetes eróticos: de todo eso está lleno el mundo. Es lo que abunda en tantas capitales, igualmente sostenido por rostros de telenovelas. En la Cuba que viene, también ese teatro tendrá su lugar, y acaso llegue el día en que no tenga que esperar a que se le facilite una sala teatral para representarse, y se pueda ver en el lobby de un restaurant o como parte de un show eminentemente gastronómico. Jazz Vilá está demostrando que un espectáculo puede promocionarse mucho mejor, y convertirse en fenómeno a pesar de sus flaquezas, de eso debería aprender mucha gente.
Si tuviera que reducir mis consejos —en el caso de que él los necesitara— acerca de Farándula y su carrera, le diría que no cediera tan fácilmente los argumentos de sus personajes al público, y que invierta el mismo grado de energía con el que ha conseguido tantos patrocinadores en armar un guión más sólido y algo más sugerente sobre las tablas. Es su tercera puesta desde Rascacielos, y en ese sentido, creo que Farándula debería mostrar un crecimiento en su oficio que no llega a ser lo que ya se esperaría de quien ha conducido tres montajes. Su puesta convive hoy en la cartelera con la de algunos de sus maestros y de otros nombres que aportan a la escena cubana aires de renuevo: pocos, pero al menos una bocanada fresca. Eso debe importarle tanto como la presencia del público, más allá del tono ligero y de la risa inmediata, o más allá del deslumbramiento efímero o no que provoque la lluvia real en una de sus escenas. Jazz Vilá y su equipo deberán estar listos para los retos de hacer teatro en esa nueva Cuba. Teatro, digo, y no solo Farándula. Porque se corre el riesgo de que el espectador, tras ver la puesta y leer el programa de mano, donde los textos que hablan del montaje aparecen en letras tan diminutas junto al amplio despliegue de anuncios publicitarios, salga de la sala sin recordar mucho de lo visto, pero sí con una memoria más fresca acerca de dónde puede encontrar la peluquería más cercana.
Farándula estará en cartelera por mucho tiempo. Le auguro a su equipo una larga temporada, nuevas risas, aplausos, y comentarios muy diversos. Reírse no es un pecado, sino algo a veces muy necesario. Tanto como visitar un buen restaurant o saber dónde encontrar un buen trago. Jazz Vilá anuncia una versión de La vida es sueño y de El pequeño príncipe como futuros proyectos. Espero que en esas puestas su mano de cheff, lista para aderezar platos a manera de escenas ligeras, nos ofrezca un menú aún más atractivo.
Tomado de La Jiribilla