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Fallece Diseñador De Luces Del Ballet De Camagüey

Jorge Lucas Castellanos Herrera, fundador del equipo técnico del Ballet de Camagüey, falleció hoy lunes de un infarto. Otras compañías y seguidores del ámbito escénico en esta ciudad también lamentan la pérdida de un artista laborioso y carismático que dio sus mejores luces a la danza. Adelante Digital lo rencuentra en una entrevista.
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Jorge Lucas Castellanos Herrera, fundador del equipo técnico del Ballet de Camagüey, falleció este lunes, 18 de marzo, de un infarto. Otras compañías y seguidores del ámbito escénico en Camagüey también lamentan la pérdida de un artista laborioso y carismático que dio sus mejores luces a la danza. Adelante Digital lo rencuentra en una entrevista.

Por Yanetsy León González / Fotos Leandro Pérez Pérez

Unos minutos con Jorge Lucas Castellanos Herrera bastan para sentir que se le conoce de toda la vida. Dos razones lo enfocan como el hombre que más luces ofrece del Ballet de Camagüey (BC). La primera, de oficio, como fundador del equipo técnico de la compañía; la segunda, de alma, por el fulgor de la danza en él. A «Luki» se le quiere siempre, por la humildad en la mixtura del carácter jovial y la sapiencia, aunque se considere “un vago”.

¿Cómo llegó al Ballet de Camagüey?

Me gradué de maestro, pero el magisterio no me gustaba; la danza, sí. Trabajaba en Servicios Técnicos, que asumía audio, luces y tramoya para el BC. Cuando en el año ‘75 viene Fernando Alonso a la compañía, hace hincapié en tener un equipo propio; se logra en el ‘79. En el Ballet empecé como tramoyista, o sea, la parte de la escenografía. Trabajaba con los grandes clásicos y los pequeños montajes. De ahí pasé al departamento de sonido, cuatro o cinco años. Estuve de jefe de escena desde el año ‘80 hasta el 2005. Desde entonces soy diseñador de iluminación.

Me valió tremenda enseñanza estar con los maestros Joaquín, Jorge Vede, Fernando y Regina Balaguer. Me superé por cursos en La Habana, y del conocimiento empírico de técnicos de aquí como Gloria Portilla, José Villavicencio, y el diseñador Otto Chaviano. Me he ganado como oficio estar en la compañía. Siento atracción por el ballet, por el compromiso de hacer lo que me gusta.

Si dicen que usted es muy trabajador, ¿por qué lo duda?

Yo no soy muy trabajador, soy más bien vago, porque todo lo hago para después trabajar fácil. Por ejemplo, para una gira a La Habana o a Guantánamo me preparo como si fuera a Nueva York. Me vuelvo a leer los guiones, repaso los ballets, me hago idea de lo que puedo tener y lo que no en los teatros. Por eso cuando llego, nada me sorprende. Si los técnicos no tienen el conocimiento trato de enseñarles.

Yo no trabajo mucho. Yo disfruto mucho. Hago todo con amor. Aquí aprendí a pintar telones, a hacer atrezo, a entender a los bailarines y a tener buena amistad con ellos. Su carrera es difícil. Eso me ha dado un sentido de pertenencia al BC. En 47 años hemos cambiado a medida que las generaciones nos han hecho cambiar. Somos más maduros, no más viejos. Frente al espejo sigo joven, fuerte, con ánimo.

No me ha dicho bien su cargo. ¿Es diseñador de luces o mago?

Te toca ser un poco mago. Con casi nada hacemos todo. En Alemania falta una tela y te dicen: “Hay que ir a buscarla en Estados Unidos, dame 2 000 dólares más”. Aquí no, inventamos, la pintamos, la arreglamos y la tela sale con lo que tenemos. Eso se llama oficio, poder inventar de la nada. El ballet es de la clase alta, de los ricos. Siempre digo que el ballet en Cuba es una utopía.

Hace poco se estrenó Carmen, en la versión del coreógrafo alemán Peter Breuer, este pide que caiga un telón, algo resuelto en su país con un sistema eléctrico y miles de dólares. Nosotros buscamos velcro, cinta textil donde pega la tela; para zafar el telón, aquí la solución costó un dólar.

Gano 640 pesos como diseñador, pero hago de todo: arreglo una máquina de coser, confecciono un miriñaque para una obra como Las llamas de París, coso y pinto un telón lo mismo para el BC, el Folklórico o Camagua. Hemos hecho escenografía para teatro, para danza moderna, contemporánea, escenografía de espectáculos. Estamos abiertos a las instituciones. Somos del ballet, pero nos damos a la cultura.

Cuando la historia se cuenta con dos o tres nombres, quedan en el anonimato grandes nombres como el suyo. Además de lo intrínseco en los aplausos del público, ¿siente la gratitud de los bailarines?

La siento. Antes de subir a hacer mis luces, les digo: “Muchachos, bien, fuerte, ánimo”. Cuando bajo los felicito porque un por ciento de los aplausos va también para mí. No me hace falta que en una crítica se plasme mi nombre, solo necesito que digan Ballet de Camagüey, yo soy ese.

Tengo las mejores relaciones en los teatros de Cuba. Me siento halagado porque cuando llego, dicen «llegó el maestro». Soy exigente y a la vez, dócil, amigo. Cuando no me siento bien, no vengo a trabajar. No me gusta amargarle el día a nadie, y no soy de los que tiene un día malo. Con 66 años gozo unas ganas de vivir increíbles, y me gusta acostarme cansado, porque significa que he vivido una jornada de logros.

En la enseñanza artística se preocupan por mantener la cantera del Ballet, pero, ¿y la cantera de los técnicos, su relevo?

En los años ‘80 me tocó ser uno de los que se superara. Cogí mucho de muy buenos maestros en Cuba. Eso se ha ido quedando atrás. En los teatros hay improvisación, falta de conocimientos de tecnoescena. Se dan pequeños cursos, y la gente conoce, pero no llega a aprender. Por ejemplo, este edificio precioso lo hizo gente analfabeta, pero en las manos tenían un máster. Hay que ser más práctico que inteligente. La práctica es la maestra de la enseñanza.

He escuchado que la inteligencia es la capacidad de saber elegir… Quería preguntarle, sin que se ofenda, ¿cuán alto ha llegado con su familia?

No he podido arrastrarlos al ballet, porque respeto la decisión de cada uno. Somos una familia muy grande, pero no muy alta, aunque sí conocedora de la danza. Un hijo trabaja en el teatro; la nieta pequeñita tiene tutú; a otras dos les encanta, pero no tienen el biotipo, les pasa como a mi hija, un “problema” de tamaño.

Vamos mucho al teatro. Mi mamá me informa de lo que no pude ver u oír. Mis hermanos son seguidores de la danza. Si encuentran algo en Internet lo sacan. Me encanta la contemporánea, tan libre, pues el ballet es apegado a lo clásico. Me fascina Endedans, ahora Ballet Contemporáneo; el Folklórico, y Camagua, que tanto mejora. He podido encaminar a mi familia en el gusto por la danza. También procuro que tenga todos los bienestares del mundo conmigo. Soy una gente dichosa.

Tomado de Adelante Digital