Amado del Pino fue un destacado dramaturgo y periodista cubano que falleció a los 56 años este domingo en Madrid
Por Omar Valiño
Me levanté hoy domingo 22 de enero con la infausta noticia del fallecimiento en Madrid del amigo Amado del Pino. Dejó encargado que sus hermanos Ulises Rodríguez Febles u Osvaldo Cano, o yo, hiciéramos este obituario para Granma, obligación que cumplo con dolor y honra.
Sospechaba hace un tiempo que no andaba bien de las derivas de su cáncer, contra el que había batallado por varios años, porque el flujo de intercambios por correo electrónico palidecía ante la intensidad habitual. En los últimos días le había escrito varios mensajes que no tuvieron respuesta.
Fue tan fiel a sí mismo que murió el Día del Teatro Cubano. He conocido a pocos con tanta pasión por el universo que encierra esa efeméride. Desde su oficio como crítico y periodista, vivió siempre atento a cuanto se movía dentro de nuestra escena. Su participación en ella fue siempre desde dentro. Por eso conoció, desde sus estudios en el Instituto Superior de Arte, la historia de los libros en la voz de sus admirados guías Rine Leal, Graziella Pogolotti, Francisco López Sacha y Raquel Carrió, pero la vivió, como actor, asesor y espectador, en diálogo con los viejos actores y directores, ya fuera en Camagüey, en La Habana o en cualquier parte del país.
Su nacimiento en el pueblito de Tamarindo, al norte de Ciego de Ávila, entonces territorio camagüeyano, le forjó un interés y una solidaridad auténticas por las creaciones escénicas alejadas del centro y del cenital público. De ese origen emergió el sabor original de dramaturgia. De la sapiencia alta y a ras de tierra, al mismo tiempo, del maestro de escuela que fue su padre. Desde Tren hacia la dicha se afincó en la expresión popular cubana, carga de inteligencia y simbolismo, expresión siempre en lidia contra un marco de realismo poético. Como mirándose en el espejo de Abelardo Estorino, ahí están El zapato sucio (primer Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera), Triángulo, Penumbra en el noveno cuarto y Espontáneamente para demostrarlo.
Discutidor de primera, también hizo del periodismo una extensión natural de su ser. Dedicó algunos lustros a Juventud Rebelde y otros a la columna “Acotaciones” en esta página. Integró el equipo o la plantilla de colaboradores de revistas como Tablas y La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura y La Jiribilla. Reunió en libros críticas de su largo seguimiento de los escenarios nacionales e investigaciones sobre dramaturgia cubana. Y, por supuesto, su obra como autor dramático, recogida, además en numerosas selecciones dentro y fuera de Cuba. En los últimos años, desde su atalaya en Madrid, contribuía con puntualidad a varios semanarios digitales con temas y asuntos de aquí. El pueblo lo recuerda en la famosa escena de Clandestinos, de Fernando Pérez, donde el Gordito, entre otros presos, bromea y clama por unos frijoles negros.
En febrero iba a cumplir 57 años. Lo último que me pidió fue presenciar, en su nombre, el próximo estreno de Espontáneamente en Sancti Spíritus por el grupo Cabotín Teatro, en cuyo director Laudel de Jesús, había depositado confianza y amistad. Ese, uno de sus últimos títulos, me costó arrancárselo para la antología Nueve dramas en presente, de segura aparición por Letras Cubanas para la inminente Feria del Libro. Publicación y subida a las tablas serán las primeras confirmaciones de su sobrevida. Así, como en la voz de su querida Beatriz Márquez, espontáneamente, Amadito.
Foto tomada de EFE
Publicado en Granma digital
http://www.granma.cu/cultura/2017-01-23/espontaneamente-amadito-23-01-2017-16-01-42