Por Alicia Alonso
Qué puedo hablar de Haydée Santamaría, la heroína, la combatiente, la revolucionaria, cuando otros ya lo han hecho con tanta elocuencia y amor. Y cuando ella misma lo dijo todo con su vida, con su presencia, tan querida para todos nosotros. Prefiero recordar a Haydée en detalles que podrían parecer más pequeños, pero realmente no lo son, porque nos dicen mucho de ella como persona y nos definen también su grandeza y calidad humana. La conocí personalmente en los primeros meses después del triunfo de la Revolución, y muy pronto descubrí en ella una gran sensibilidad unida a su franqueza y sencillez.
Desde entonces, y hasta el último día en que nos vimos, sentí que ambas podíamos comunicarnos. Haydée entendía siempre con rapidez lo que yo planteaba, e incluso tomaba la palabra para aclarar a los demás —a veces hasta con pasión polémica— los más mínimos detalles de mi punto de vista. Esto siempre me llamó mucho la atención y fue el principio de que, como tantos otros artistas, empezara a ver en ella un importante apoyo moral para mi trabajo. Era una persona que le inspiraba a uno fuerza, ánimo y sobre todo transmitía un principio de honestidad muy grande hacia la Revolución.
Podíamos hablar con ella horas y horas y siempre queríamos seguir escuchándola. Tenía una forma completamente nueva de analizar los problemas y de enfocar cualquier tema del que una le hablara. Su manera de expresar las ideas era inesperada para una y, sin embargo, de esa forma llegaba a la verdad, a la esencia de las cosas. Tenía una manera muy particular de acercarse a cada problemática ya fuera cultural, política o una cuestión cotidiana sin mayor trascendencia.
Todos los que la tratamos de cerca sabemos que cuando alguien iba a hablar con Haydée tenía que estar muy claro en lo que iba a decir, tener las ideas muy definidas, muy seguras. Si algo estaba débil, si algún aspecto no estaba claro, ella enseguida lo cuestionaba, de
ninguna manera le pasaba inadvertido. Esto lo vi muchas veces; y no lo hacía con el ánimo de lastimar o agredir, sino para ejercer un alto principio de la verdad y la justicia. Cuando Haydée estaba convencida de algo, no creía en la palabra imposible. Estaba segura de que todo podía ser resuelto y para esto era incansable, estaba dispuesta a luchar todo el tiempo. En contraste, era una mujer a la que se le sentía un gran desgarramiento interior aunque estuviera alegre. Era muy cubana: cuando hablaba, eso era algo que estaba por delante de todo.
Siempre, consciente o inconscientemente, estaba hablando de lo cubano. Haydée fue una persona muy cercana a nosotros, muy cercana al Ballet Nacional de Cuba. Cada vez que teníamos un acontecimiento importante o algún evento relacionado con mi carrera artística aparecía Haydée. De pronto, en un ensayo, en un rinconcito de la sala del teatro vacío y en la oscuridad descubríamos que estaba ella mirándonos trabajar, o perdida entre el público veía aunque fuera una parte de la función. Nunca yo sentí que pasara el tiempo entre nosotras, aunque transcurrieran meses y no nos encontráramos.
Yo sabía que, aun desde lejos, ella estaba al tanto de lo que hacíamos y en cualquier momento nos llegaba una visita, una carta o una simple notica: “Te seguí en todo. No te vi, pero te sentí”, me escribió una vez. Siempre se preocupaba de que sintiéramos que ella apoyaba nuestro trabajo, que podíamos contar con ella. Y además, tantos detalles hacia mí personalmente, tan espontáneos y naturales en ella. En cualquier lugar que coincidíamos, aunque estuvieran muchas personas, siempre me descubría y llegaba hasta mí y me situaba junto a ella. No recuerdo haber estado nunca en un acto o reunión en que estuviera Haydée y que yo no estuviera al lado suyo, porque ella siempre me llevaba.
Siempre esa delicadeza, esa manera tan inteligente y tan bella de su sencillez; nunca le faltaba para mí un gesto, una palabra amable. Conservo una carta —pienso que la última que recibí de ella— en que luego de hablar de “luchar contra todo por una verdad en el arte” me hacía uno de los homenajes más emocionantes y abrumadores que he recibido en mi vida: me hablaba de lo que veían en mí los que “tanto amé y hoy no están”. Decía para concluir: “No lo sabes, hoy te lo digo: hace muchos años que soy tu amiga”. Eso era algo que yo sabía y que nunca olvidaré.
Para mí Haydée era, realmente, una mujer muy especial; y cuando oigo hablar sobre la importancia de que la mujer se incorpore a la lucha, a todas las tareas; cuando se afirma que el éxito de una revolución depende en mucho de la participación de la mujer, me doy cuenta de que mujeres de su calibre son las que siembran esa fuerza, las que enseñan los primeros pasos.*
[1986]
* Transcripción de las palabras de Alicia Alonso, incluidas en el volumen I del álbum discográfico Homenaje a una heroína de la Patria: Haydée Santamaría (núm. 58, vols. I y II), que recoge testimonios sobre la heroína del Moncada, en las voces de un grupo de personalidades de la política y la cultura, editado por la Casa de las Américas en 1986. Fueron incluidas en la cuarta edición de Diálogos con la danza, realizada por la Editora Política, La Habana, 2000, pp. 123-125.