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El perreo de unos talentosos muchachos

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(Tomado del perfil de Facebook del poeta Arístides Vega)
Hace unos días atrás, como regalo que quise hacerme por mi cumpleaños, fui a conocer al colectivo creativo Perro callejero.
Salgo muy pocas veces de noche, pero después de leer que unos bailarines de mi ciudad habían sido merecedores de varios premios; el que otorga la AHS, la Uneac, el Premio de interpretación, coreografía y popularidad en el evento Danzandos, que se organiza en mi otra ciudad, Matanzas, no pude resistirme a asistir a la peña que cada mes presentan en El Mejunje.
Supe de sus éxitos por mi amigo Ulises Rodríguez Febles, dramaturgo y escritor y un activo promotor de todo lo que sucede en la vida cultural de esa ciudad y de cualquier otra parte del país en su página de Facebook. Luego leí unas palabras muy halagadoras sobre el espectáculo que mereció estos premios del exigente director de teatro Rubén Darío Salazar, que conociéndolo de hace tantos años puedo asegurar que no regala halago a quien no lo merezca.
Llamé a varias personas cercanas, que de algún modo están vinculadas con la danza, para que me dijeran si conocían de este grupo, pues sentí un poco de vergüenza que siendo de mi propia ciudad los desconociera. Todos me hicieron saber que se trata de un colectivo creativo recién fundado por un joven y muy talentoso bailarín graduado en la Escuela Profesional de Arte Samuel Feijóo y que ahora es profesor en ese mismo centro.
Con esos datos decidí ir hasta el Centro Cultural El Mejunje para disfrutar del espacio que allí tienen y para el cual, cada mes, conforman una propuesta muy sugerente de un espectáculo. que cuenta con el rigor de una muy bien pensada y efectiva dramaturgia.
Aún, cuando quizás por mi edad, ya muy pocas veces me sorprende algo, quedé gratamente impactado de poder disfrutar de una presentación donde los bailarines demostraban un coherente dominio de lo corporal junto lo interpretativo, actuación para la que no tengo otra manera de definirla que sublime.
Aunque no poseo saber alguno para emitir criterios certeros más allá del que me permito como un espectador apasionado, disfruto de la danza cuando el bailarín es capaz de hacer trascender sus movimientos —más allá de esa perfección física que muchos logran— a través de una impecable interpretación que involucre sentimientos ganando el aplauso más efusivo, pues tengo claro que preciso estar frente a un artista y no un deportista capaz de lograr solo un ejercicio físicamente virtuoso.
Cada uno de los muchachos que integran este colectivo creativo logra, con mayor o menor efectividad, una admirable interpretación que en muchos casos conmueve al espectador. El público reconoce estar frente a algo que solo se logra con el esfuerzo más exigente, además del talento que obviamente se necesita para asumir un rol en esta interesante experiencia.
Lo que no me esperaba ante el rigor interpretativo disfrutado esa noche es lo que más tarde me comentó Enrique Álvarez, el director y coreógrafo de dicha experiencia. Y es que ninguno de sus compañeros es graduado de danza de ningún nivel. El grupo lo conforman un ex pelotero, un graduado de Artes Plásticas, graduados de especialidades técnicas que ya habían tenido una formación en una compañía anterior y una estudiante de Medicina, lo que hace más meritorios sus resultados.
Enrique Álvarez tiene ya una apreciable experiencia en varios grupos de danza y de teatro como El Portazo, me hace saber que está abierto a cualquiera que quiera integrar la experiencia creativa que propone con Perro Callejero, sean artistas de cualquier otra especialidad o bailarines. No supone su propuesta una tradicional compañía de danza, sino un espacio de trabajo para con su dirección aunar experiencias, conceptos, deseos, proposiciones que de algún modo testimonien lo que estos jóvenes viven y quieren vivir.
En tiempos en que se sabe muchos han optado por la emigración es esperanzador que estos muchachos talentosos se entreguen con tanta pasión y rigor a un proyecto que aún con respaldo de la AHS no genera salario alguno. Que de manera desinteresada se reúnan todos los días para montar, ensayar y entrenar un espectáculo mensual demuestra una inquietud desbordante propia de la juventud que aún confía en que desde la creación pueden transformar cuanto les rodea para bien de muchos y para probar que no hay nada más poderoso que el arte interpretado desde el talento y la sinceridad. Ojalá estos «perros callejeros» cuenten con el apoyo de todos los que puedan ofrecer ese necesario respaldo para un proyecto artístico que, a estas alturas ha probado interés, valía y sistematicidad. Sobre todo ahora que, por razones múltiples, la danza parece no vivir su mejor esplendor en una ciudad que demostró a través del evento Bailar en casa del trompo, contar con un talento notable en esta especialidad y un público efusivo y entrenado para respaldarlo.