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El arroyo de la sierra o de cómo jugar en familia. Entrevista a Rocío Rodríguez Fernández, directora de El Mirón cubano

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Por Marilyn Garbey Oquendo

El arroyo de la sierra es un viaje por la poesía de José Martí dedicada a los niños. Otra vez el verso del Apóstol se convierte en materia teatral, en pretexto para el juego escénico. La belleza y la delicadeza se estrechan las manos para cultivar el espíritu.

¿Por qué eligen esa zona de la literatura martiana para llevarla a escena?

Llegamos a Martí en un proceso de reconstrucción de nuestra infancia para una propuesta espectacular anterior,  «Nacidos en los ochenta». Para todos los que formamos parte de ese proceso, Martí emergió en nuestro pasado con una fuerte presencia, no sólo en nuestras lecturas, en nuestros espacios docentes, también en nuestros juegos, también en nuestras familias. Y esa fue la clave para iniciar el camino de investigación del «El arroyo de la sierra», cómo jugar en familia, cómo jugar con las historias de Martí, especialmente las que formaban parte de nuestros recuerdos.

La música fue una de las zonas de mayor tratamiento en esos recuerdos, la música cubana para niños. Nuestra generación creció con los temas de Teresita Fernández, Liuba María Hevia, Rita del Prado, entre otros. Su impronta en nuestras vidas condicionó nuestra mirada hacia la infancia y lo que hoy nos gustaría compartir con nuestros hijos. La musicalización de textos martianos, o inspirada en ellos para niños es un universo de alto vuelo por lo complejo que puede resultar. La labor realizada en este sentido por Rita del Prado, Sara González y Liuba María es excepcional. Que sus temas acompañen nuestra propuesta es una manera de promover no sólo el legado martiano,  sino también la valiosa obra de nuestras cantautoras.

 

Resalta en el montaje el trabajo artesanal del diseño. El libro, las figuras de teatro de sombras, las imágenes que se proyectan en pantalla. Me gustaría que compartieras detalles de ese proceso

Me enamoré del teatro de papel con la realización de Mirabella, una obra con diseños del maestro Zenén Calero. Esta técnica desprende una fragilidad que me cautiva y también gran cercanía al mundo infantil. Disfruto mucho ver a los niños jugar, verlos construir y deconstruir universos con materiales diversos con tanta naturalidad, con tal desenfado que me emociona. Al trabajo con la sombra llegamos así, jugando, en nuestra revisitación del pasado. Los largos apagones  hicieron a nuestros padres, en los años noventa, idear múltiples formas de entretenimiento. La sombra fue una de las más presentes, la sombra con la luz de la vela o el quinqué. Era un juego que disfrutábamos hacer en familia y es posible realizarlo, en principio con tus propias manos o con recursos de fácil acceso para todas las familias como el papel y la tijera. El sentido artesanal en esta pieza está muy asociado a la creatividad del niño, a la hechura doméstica.

Las imágenes que se proyectan fueran creadas a partir de la sombra para lograr un espacio sensorial con mayor alcance y que el niño pueda sentirse parte de ese universo, de esa ilusión que se construye.

La música se interpreta en vivo. ¿Cómo se logró la comunión entre actores y músicos?

El trabajo con los músicos fue maravilloso. Ya habíamos realizado con alguno de ellos propuestas anteriores y eso permitió consolidar maneras y empatías. Fue un verdadero reto enfrentar pasajes de tanta carga sensible, dolor, pérdidas, y devolverlos en imágenes y sonidos para los niños. Teníamos muchos temores en los primeros ensayos. Fue imprescindible ese cocinar juntos, esa exposición y asunción de los posibles riesgos compartidos. Hoy es un disfrute para el equipo escuchar las impresiones de los niños y sus padres una vez terminada la función. Recibir la respuesta de la emoción que muchas veces sobrepasa el alcance de la palabra es una bendición que se cierra con el abrazo que cada uno nos damos como agradecimiento al otro.

Fotos cortesía de la entrtevistada