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Danza Para El Turismo en Cuba

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Con la recolocación de Cuba como importante polo turístico en el Caribe, las cosas han ido cambiando, ¡no precisamente para bien!, y muchos que se hacen denominar “directores artísticos” toman un grupo de jóvenes bailadores, le organizan ciertos pasos, y sin el menor pudor, lo presentan a los encargados de un centro turístico

Por Ismael S. Albelo

Siempre tengo como divisa al iniciar un comentario sobre calidades o cualidades de danzas lo que una vez me dijo Alicia Alonso: “Para mí existen solo dos tipos de danza; la buena y la mala”. Por eso cuando se etiqueta el baile en profesional o aficionado, en escénico o “turístico”, me remito a la siempre clara filosofía de la Alonso y sólo eso es lo que cuenta para mi apreciación. Por ello me rehúso a aceptar un análisis especial para la danza que se hace en los centros turísticos de la que puede hacerse en un teatro: ¡o es buena… o es mala! Entonces, el pie forzado del contrapunteo de esta semana –en mi opinión– debo basarlo sobre este presupuesto.

Antes de 1959 el turismo que nos visitaba, principalmente norteamericano, venía buscando los estereotipos de las subculturas de aquella época habían fomentado: la “beautiful señorita” y el “negrito maraquero”. No había ninguna institución oficial que se preocupara por hacer de la cultura popular una cultura artística y mostrar al visitante los verdaderos valores de nuestro pueblo.Con el proceso revolucionario esto cambió de modo radical y desde el movimiento aficionado hasta las más altas esferas del arte profesional fueron cuidadosamente guiados por una política cultural que entendiera que el llamado “ajiaco” cubano incluía diversos ingredientes pero que TODOS eran válidos de exponer en la medida que transmitieran un mensaje cultural, propio de los cambios propuestos por la Revolución.

Entonces, la “beautiful señorita” se convirtió en una bailarina y el “negrito maraquero” en un músico respetable que dominaban, ambos, las formas populares tradicionales transformadas en exponentes artísticos dignos de una cultura bien estructurada, sin clichés baratos ni fáciles soluciones performáticas.

Sin embargo, con la recolocación de Cuba como importante polo turístico en el Caribe, las cosas han ido cambiando, ¡no precisamente para bien!, y muchos que se hacen denominar “directores artísticos” toman un grupo de jóvenes bailadores, le organizan ciertos pasos, mayormente de los que muchos de ellos aprendieron de sus tradiciones afrocubanas, y sin el menor pudor, lo presentan a los encargados de un centro turístico, sea un hotel o una paladar con amplio espacio, para revivir los estereotipos del pasado neocolonial. Así, el turista vuelve a fascinarse con la “beautiful”, que ahora se contonea de manera lasciva, y al “maraquero” que habla en lengua: “¡Qué original este espectáculo tan primitivo de una islita salvaje en medio del Caribe!”, exclama el turista que recupera lo que sus padres recuerdan de cuando visitaron la Cuba “de antes”.

¿Es esa la imagen cultural que queremos mostrar de la Cuba “de ahora”? ¿Dónde fueron a parar los cientos de aficionados guiados por un instructor de arte o aquellos que pasaron ocho años en una escuela de arte? ¿Qué cantera se desaprovecha al no pensar siquiera en el enorme talento artístico de nuestras compañías danzarías profesionales que muchas veces pasan meses sin presentarse en temporadas por la falta de espacios de presentación? ¿Por qué se ignoran los muchos jóvenes con inquietudes coreográficas que están preparados académicamente, para lanzarse en la creación de verdaderos espectáculos culturales para mostrar a los visitantes?Y en cuanto al “ajiaco” de nuestra transculturación: ¿sólo hay cuatro orishas yorubas y uno o dos pataquíes en los bailes afrocubanos?, ¿el vodú, el gagá y otros “condimentos” de nuestras danzas deben excluirse?, ¿y las influencias españolas o los ingredientes de culturas asiáticas o árabes no tienen derecho a incluirse en la muestra de nuestra cultura danzaría? ¿Y los promotores profesionales institucionales no pueden gestionar que sus agrupaciones incidan en esa necesaria presencia de nuestra cultura en el medio turístico?

Hay varias y muy importantes instituciones culturales que están obligadas a velar porque nuestra cultura danzaría sea mostrada en su mejor y más auténtica expresión ARTÍSTICA, porque no es igual “bailarín” que “bailador”, hay un componente estético imprescindible a no olvidar. No es lo mismo una hija de Oshún que baile para su orisha en un wemilere, que una bailarina PROFESIONAL que, aún sin estar iniciada en la Regla de Ocha, interprete a la diosa yoruba de la sensualidad y las aguas dulces.

Pero sobre todo, para terminar, habría que preguntar a esas instituciones encargadas de orientar tanto a la cultura como al turismo cubanos ¿cuál es la cultura que debe defenderse?, ¿cuál es la cultura que tiene que promoverse?, ¿cómo debe vigilarse que muchos “directores artísticos” SIN CULTURA se permitan componer espectáculos donde la chabacanería y el mal gusto desvirtúan lo que es la danza y la cultura nacionales?

La respuesta a estas preguntas y sus soluciones podrán revertir lo que, lamentablemente, sucede con frecuencia en los espectáculos para el turismo, y mucho más peligroso, que por razones económicas, muchos artistas de calidad sacrifiquen su experiencia y conocimiento en “sones para turistas”, en el decir de Guillén, que poco o nada ayuden a la imagen de la Cuba que queremos, al menos la que este crítico y muchos de mis conciudadanos queremos.

¡Y OJO! La gran mayoría de nuestros medios masivos no escapan a esta adulteración y vulgarización de nuestras tradiciones danzarías y musicales, pero ese pudiera ser tema de otro Contrapunteo.

Noticiero Cultural Cuba (1052), Martes 30 de octubre de 2018

https://www.youtube.com/watch?v=tCg8ufRpFbQ

En portada: Compañía Rakatán (Foto Nika Kramer)