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Cultura en resistencia. Batalla de la precariedad contra la fastuosidad del mercado

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Por Kenny Ortigas Guerrero

Son muchas las nuevas formas de gestión no estatal que surgen de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos delante de nuestras narices. Sus edificaciones rimbombantes, algunas con mejor gusto y diseño estético que otras, con derroche de tecnología en la iluminación y en toda su emplomanía, no solo emergen de súbito como prestadores de disímiles servicios, sino que traen aparejado a ese funcionamiento ciertos esnob culturales que inmediatamente captan la atención de los adolescentes, jóvenes y que no siempre responden a la ética y a la proyección de enriquecimiento moral y espiritual en el que se ha sedimentado nuestro sistema social.

Sus productos se diseminan como pólvora haciendo gala de una red de promoción que sería muy interesante estudiar, pues prácticamente toda una ciudad se entera de lo que ahí sucede con un chasquido de dedos. Emerge entonces una forma de deslumbramiento por el maquillaje y no por el contenido.

Por supuesto que existen buenas experiencias, donde el trato excelente y el servicio gastronómico son de lujo, tampoco se trata de que en una discoteca se escuche a Beethoven o a Mozart, pero lo que sí es palpable es que algunos de estos centros se consolidan al margen de las reglas y normas que rige la política cultural del país, e incluso, con la vulgaridad de las letras de la música que ahí se escucha y proyecciones audiovisuales donde la mujer sigue siendo un objeto hiperbolizado desde la sexualidad, contribuyen a una deformación de una nueva generación que asume como paradigma la estilización desmesurada de un cuerpo que -lejos del ideal griego- está presto a dejarse seducir por quien tenga el poder adquisitivo para lograr mantenerlo.

Se comienzan a estandarizar patrones que legitiman un status de poder y dominio sobre la realidad que nada tienen que ver con una actitud crítica y de transformación positiva en la evolución de las relaciones humanas: adquirir la cerveza más cara o vestir con los tenis de mejor marca dejan de ser una fútil necesidad y se sitúan como una obligación para patentar una imagen.

Ante este panorama se impone una fuerte revisión de las estructuras de nuestras instituciones culturales con visión de futuro y digo instituciones culturales porque –aunque constituyen solo un eslabón del entramado de la construcción social- deben jugar su papel como garantes propiciadores de conductas alejadas de la banalidad y el pensamiento epidérmico, los que, lejos de tributar al desarrollo de un país, conducen a la inercia y el estancamiento.

Tenemos que preguntarnos ¿qué de novedoso y atractivo estamos haciendo para llamar la atención de ese público potencial que es la juventud, estimulando dentro de su recreación su postura reflexiva? ¿Cuánto tenemos que perfeccionar en nuestros servicios y atenciones al respetable para que asistir a un teatro u otro espacio de la cultura continúe siendo una prioridad dentro de su agenda de opciones? ¿Cuánto tenemos que pensar y rediseñar –con detenimiento y consciencia- en materia de programación con el consenso y la creatividad de los consejos técnicos asesores, evitando caer en lo insustancial del entusiasmo fortuito y no dejar vacíos que luego ocupan la frivolidad y el intrusismo profesional? ¿Cuántas vías y alternativas podemos explotar en los apartados de promoción y divulgación, que se amplifiquen más allá de colocar un simple cartel o ir a una entrevista de radio? ¿Cuántas alianzas y convenios de trabajo podemos obtener al acercarnos a esos negocios, que en la mayoría de los casos, desconocen las oportunidades que les puede brindar la cultura? ¿Cuánto más pudiéramos ayudar a nuestros artistas en la gestión de su comercialización con estos nuevos actores económicos?

Creo que es un momento oportuno -aunque no guste el término- para vender los productos que genera el arte, darlos a conocer y hacer visibles sus notables valores sin traicionar sus esencias. Es real que las carencias de recursos financieros y materiales golpean a la institucionalidad, pero también es cierto que a veces, teniendo dichos recursos no les damos un uso correcto y no se prevé la creación de infraestructura que dinamice y potencie mecanismos más eficaces en el desarrollo cultural.

La improvisación –que se apodera en disímiles casos de nuestro accionar- tiene que ceder territorio ante un sistema de pensamiento organizado. No basta con programar actividades para llenar una planilla estadística, se tienen que aplicar herramientas científicas para medir el impacto real de lo que hacemos. Las entrevistas y encuestas, por ejemplo, pueden favorecer estudios de público que nos indiquen cómo se mueven los gustos y preferencias para estratégicamente actuar sobre ellos.

Los patrocinios son otra fuente de sostenimiento que no se gestiona a cabalidad, existiendo organismos, empresas e instituciones que aportan algunos de sus recursos para posicionarse en la palestra pública, siendo nuestros eventos y jornadas de programación una excelente plataforma para esto.

Establecer actividades caracterizadas con ediciones sistemáticas dentro del mes también coadyuva a la formación de un público que crea un hábito de asistir siempre que le resulte interesante, de ahí que las formas y mecanismos en el que se aborden los ejes temáticos tienen que marchar a la par de las exigencias contemporáneas con el uso creativo del espacio (coherencia y belleza en la disposición de los elementos escenográficos, la iluminación, el vestuario, etc.), el tiempo (evitar espacios extensos que agotan y dispersan la atención), el ritmo (provocador, interactivo), el empleo de las nuevas tecnologías (spot promocional, concursos virtuales, directas en redes sociales, etc.) y las alianzas colaborativas con otros actores (posibilidad de ofertas gastronómicas, brindis, obsequios…).

Aun en circunstancias difíciles, el estado cubano sigue colocando un presupuesto considerable al servicio de la cultura y de sus hacedores, pero es menester unir voluntades desde cada institución para trazar estrategias que sostengan el quehacer de cada una ante un 2024 que se pronostica constreñido en los planes de ejecución presupuestaria, de manera tal que se alivie la sobrecarga a tales efectos.

Ante la precariedad, la actitud de los hombres y mujeres que sienten y aman la creación será la de no cejar en buscar las formas de apuntalar los proyectos artísticos que con tanto sacrificio se han erigido para bien del panorama de la cultura en el país. La seriedad, rigor y sinceridad con la que se generen los hechos artísticos tendrá –además de cumplir con su acometido social- que conmover y estremecer la sensibilidad de las autoridades decisoras de manera tal que se patentice a cada momento la importancia que tiene la cultura para el inobjetable bienestar de todo un pueblo.

Foto https://pixabay.com/