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Cuerpos, La Danza Como Un Todo (+Fotos)

Se sabe, la excelencia de gran danseur de Carlos Acosta valida su perenne empeño por exponer al cuerpo y su danza como un todo. Para quien es uno de los bailarines cubanos más aplaudido en la élite mundial del ballet, reorientar su hacer de gran intérprete al rol de director de una compañía profesional, no deja de ser un permanente ejercicio de firmeza superior.
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Cor, coreografía de Marianela Boán

Por Noel Bonilla-Chongo / Fotos Buby Bode

Se sabe, la excelencia de gran danseur de Carlos Acosta valida su perenne empeño por exponer al cuerpo y su danza como un todo. Para quien es uno de los bailarines cubanos más aplaudido en la élite mundial del ballet, reorientar su hacer de gran intérprete al rol de director de una compañía profesional, no deja de ser un permanente ejercicio de firmeza superior.

Más, cuando su visión es expandir el repertorio hacia una amplitud de vocabularios coreográficos que van de la danza académica a la contemporánea más variada. Hoy, al borde de los cinco años de fundada Acosta Danza, no deja de ser un permanente ejercicio de firmeza superior.

Acosta Danza, al paso de los primeros cuatro años de haber debutado para el público cubano en el escenario de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, no renuncia al gusto por la asunción de retos crecientes. En su más reciente temporada el programa se concibió como distinción al cuerpo del intérprete, al decir del propio Carlos, “la herramienta fundamental del que baila: su pincel, su guitarra, su cincel y su piedra”.

Piezas ya importantes en el repertorio de Acosta Danza, como El cruce sobre el Niágara, que concibiera Marianela Boán en 1987 para su compañía formadora (Danza Contemporánea de Cuba), inició las presentaciones de estos últimos dos fines de semana. Obra que sintetiza muchas de las alegorías –por obvio que pudiera parecer– de los tránsitos que sufre y goza el cuerpo danzante en sus modos de reinventarse ante los reclamos de la coreografía y para servir de apertura a una exhibición que reivindica el poder inquebrantable de los cuerpos mutantes.

El cruce sobre el Niágara

Ante Cuerpos, franco y sugerente título de la decimocuarta temporada, me alienta la mirada que colocara Carlos para asegurar que la danza vive en los cuerpos. Esa evidente instancia poética que, de un tiempo al presente, viene suscitando una suerte de “giro corporal” para entenderlo como categoría de investigación en su inherente materialidad física y, al propio tiempo, desde su carácter discursivo, significante, patrocinador de otras dinámicas elocuentes. Tal vez por ello, en Cuerpos se procura entre reposiciones y estrenos, un fino trazado selectivo de piezas donde el hacer del danzante con y desde su corporeidad, deja emerger cierta danzalidad sometida que a través de la sonoridad y la imagen desdibujan (“deskinetizan”) la aparencial literalidad de la fábula coreográfica.

Tal como figura en las notas del programa, desde el sólido trabajo en la escultórica corporal que identifica a El cruce sobre el Niágara, al espectador se le permite ir transitando por temas de hoy y de siempre que sustentan en las prácticas corporales (danza y coreografía incluidas) la emergencia de una noción operativa de acontecimiento.

Desafiar grandes retos, cantarle y bailarle al amor, al quejido del dolor, al acecho de la frustración o a la magia que nos va salvando como individuos, como especie, son motivos más que suficientes para que las distintas coreografías de Cuerpos, nos avecinen a la danza como lenguaje situado más allá del movimiento.

La catalana María Rovira, con Impronta, deja que las heredades de bailes ancestrales entrecrucen la brevedad de la marca que identifica el tratamiento del vector movimental en la danza moderna y contemporánea.

Impronta

El también barcelonés Rafael Bonachela, retorna para tejer, a modo de alquimia almodovariana, un dueto donde la emocionalidad que trae el amar, el desamor y el dolor, formula una fisicalidad de cualidades muy particulares y seductoras al hablar de recurrencias que habitan su Soledad.

Marianela Boán, a un año del estreno, retomó Cor, pieza coral que alude a un coro que, a partir de su corazón metafórico y real, tiene que repechar el coraje de consolarse ante la pérdida de aquello que alguna vez quiso y poseyó, mas, ahora, ya no vuelve a querer.

Como cierre de las presentaciones en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el joven coreógrafo brasilero Juliano Nunes, encantado por “la variedad y potencial físico de los bailarines de Acosta Danza” y por el imaginario poético de la artista visual Glenda León, creó Mundo interpretado.

Y sí, sin dudas las elucidaciones en los tránsitos y experiencias profesionales vividas por Juliano, el codearse con las voces coreográficas que hoy por hoy signan el sagaz carácter de la danza en gran parte del mundo, le posibilitan re-interpretar el cosmos. Sí, también el nuestro, el de este aquí y este ahora donde los múltiples cuerpos de Acosta Danza se insertan para concebir su Mundo interpretado.

Mundo interpretado

Asociativo en figuras y sonoridades, en artificios y certezas, donde la quietud y la fuga, las corporeidades distintas y las modulaciones atinadas que aparece en los intentos de explicar y restaurar un fragmento de realidad (que ante su “valor de uso”) se nos muestra desmentida u olvidada, hicieron que la coreografía cautivara atenciones.

Creo que la pieza podrá ir ganando en acierto interpretativo a nivel de su entramado espacial y corporal, ajustado a su estructuración sonora y visualidad escenográfica, hecho que retribuirá los nexos motivacionales que provocaron al coreógrafo en su presunción de que “cada flor es una forma del tiempo”. Y es que, entre música y decoración, la danza se teje –como lo sustentara Laban– en el estudio recualificado del gesto significativo, aparentemente sentido y externado por el danzante más allá de los dictados del movimiento, de la atmósfera expresiva de las formas y de la pauta coreográfica.

Tras lo ostensible, determinado y notorio de Cuerpos, el espectador advertirá que quizás no hay un relato argumental que contar; pero todavía, prisionero de la extensión temporal del variado programa, los sutiles modos que articulan las maneras de presentar esos cuerpos danzantes que en su juego se transforman y renacen en cada pieza, le habla de lo corporal como supuesto “estado del acontecer”. Ese cuerpo que, agotado, extenuado, vivaz o laborioso, sabe de desafíos para burlar sus leyes gravitatorias. Un cuerpo dramático que se torna existencia de una realidad quizás inconclusa, de deseos inacabados y de emociones en pausa.

Soledad

Con Cuerpos, se inicia para Carlos y sus eficaces colaboradores de trabajo y apuestas, un 2020 lleno de acontecimientos. La compañía seguirá siendo dársena segura para noveles creaciones de artistas cubanos y del mundo. Al tiempo, continuará fraguando el camino de los jóvenes en formación que en la unidad docente de Acosta Danza, de igual manera se aferran en esparcir sus cuerpos mezclados a los más diversos modos de pensar el hacer de la danza en sus mixturas, continuidades y rupturas. Pronto celebraremos la primera graduación de esta academia y hoy felicitamos que con ella la danza cubana ha retornado al Prix de Lausana con estudiantes en concurso y en residencias creativas.

Cierra el telón y como Samuel Beckett, me diré que con Cuerpos, en sus solvencias y deudas, el cuerpo que se mueve, se agita y remansa, va y viene hacia delante, hacia atrás y sube y baja, asedia y gira, corta y fluye, según los antojos de las coreografías.

Con un montón de miembros y órganos, ese mismo cuerpo, suficiente para vivir una vez más desde la escena, para reinventarse otra vez ante los designios de la grafía corporal, se vuelve  presencia. Ahí radica su fuerza de expresión: en la posibilidad de «estar», de encomiar el goce de sus potencialidades. Pues él sabe que invariantemente la danza es su todo.

 

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«Mundo Interpretado», Estreno De Acosta Danza