Por Carlos Gámez
Justo a las 4:30, como todo novio inglés, comenzaron los tambores, zanqueros y personajes del universo imaginario con cita bienal para este aquelarre. Cada uno de los organizadores sabía que sucedería, la agenda y evolución de los protagonistas, las posibles reacciones del público y el tamaño de las olas de sus seguidores.
La IX Jornada de Teatro Callejero comenzaba con un pasacalle desde el Parque Vigía hasta la Plaza de la Libertad, allí las palabras de inauguración en voz de Pancho Rodríguez, y luego dos espectáculos: fragmentos del último estreno de Teatro Tuyo, Orquesta de payasos, y El viejo y el mar, de El Mirón Cubano, grupo anfitrión.
La realización de esta jornada seduce por una sola razón: el compromiso e ilusión de vivir sesiones de trabajo como viñetas de cuentos infantiles. Por eso el discurso de inspiración habló de utopías que narran historias, y de soplos congelados en la piel de estatuas. Habló también de Albio Paz y su legado, y del placer que sigue estando en la exposición del trabajo al público, único sustento del teatrista.
Hoy la búsqueda de convenciones que permitan olvidar es nuestra quimera. De ahí que las funciones escogidas viniesen de la mano de clowns e historias añejas. Porque la calle no significa exponerse solamente; es también modificar al transeúnte, intervenir su cotidianidad, desmontar su imagen de normalidad.
Los espectáculos escogidos para comenzar la Jornada estuvieron pensados para enamorar, metáforas de una filosofía de trabajo que nos reúne por cinco días. Orquesta de payasos, dirigido por Ernesto Parra, mostró la micro-historia de dos clown en pugna. El público otra vez protagonizó la trama, fue manzana de la discordia, y de eso vamos también con el evento, de presentar maneras de narrar desde la discordancia, a partir de las novedades en la plataforma urbana. Entonces, nosotros, el público, también somos esa manzana/mancebo centro de ambos mundos: la sala y la calle.
Cerró la inauguración El viejo y el mar, por el Mirón Cubano. Una historia conocida por todos y reminiscencia de la novela de Ernest Heminway. La búsqueda de un imposible y la persistencia hasta lograrlo, fueron las señales que recibimos cuando la carretilla arribó al puerto, y detrás su público, que aplaudió como si fuera un milagro de todos y no el de Pancho/Santiago.
Varios días nos recordarán por qué volvemos al encuentro con eso viejo amor, con esa imagen que nos sedujo y aún perturba.