Por Maikel Chávez
Si hay algo del teatro que adoro es el poder que tiene de desnudar el alma de quien lo hace. Un día a esa maestra de la actuación que es Corina Mestre le preguntaron si era difícil actuar y ella contestó que era muy difícil. Hoy lo comprendí, pero a través de otra maestra de actuación que ha formado a varias generaciones de actores. Lizette Silverio y Flora Lauten.
El Estudio Buendia en coproducción con Estudio Teatral La Chinche presentan en temporada el espectáculo Sarah Bernhardt, original de Pierrette Dupoyet, con puesta en escena de Silverio y la actuación de Indira Bernhard Valdés.
Realidad y ficción desdibujan sus trazos sobre una actriz que interpreta y conecta su vida al arte de la escena. Como afirma Jaime Gomez Triana, asesor y crítico teatral, en sus notas al programa “El teatro es juego, ilusión, encantamiento, pero sobre todo vida”. Eso sentí ante la representación, un torrente de vida y fuerza. Una interconexión entre directora y actriz capaz de atrapar al más escéptico de los observadores.
Buendía es de esas compañías que donde se presentan moviliza al público. Una compañía que ha regalado a la memoria teatral espectáculos que forman parte de nuestra historia. La osadía de Lizette y la valentía de Indira son resultado de lo que esta compañía ha generado en la consciencia emotiva de los creadores. El riesgo presente. La pasión latente. Buendía y La Chinche, maestros dialogando, eso es, simplemente, Teatro.
La actriz francesa Sarah Bernhart es símbolo teatral por sus anécdotas tan excéntricas y sugerentes. Desde su biografía es capaz de crear para el espectador un mapa que incita al sueño o al terror. Su imagen, siempre rotunda, llegó a nosotros a través del cine.
Esta apropiación cubana del texto de Pierrette Dupoyet es un rejuego escénico donde Lizette demuestra su potencialidad como directora de actores. Pretende mostrar el rostro de la actriz tras la máscara, y cuando menos lo esperamos no sabemos dónde está la máscara y dónde la actriz. Dónde el teatro hace puntos de contacto con la realidad o dónde se burla de nosotros al ofrecer un producto tan elevado.
Confieso que no creo que el teatro sea reflejo de la sociedad. El fenómeno de la recepción deprende de particularidades. Por eso, creo que este espectáculo centra su mirada en una metáfora de un ser caótico, temeroso, fuerte y con deseos de vivir a pesar de sus obstáculos. La directora y la actriz crean sobre la escena su propio micro cosmos donde dialogan acerca de sus realidades y crean un nuevo universo.
Tres colores, rojo, blanco y azul, se imponen a la mirada acuciosa. Una actriz y un personaje se entremezclan con esos colores. Capas, zapatos, perchas… el terror de un solo tacón. El sutil vestuario completamente blanco. Todo eso, acompañado de la expresividad del discurso relatan más que una vida histórica, una cotidianidad que asusta, una que solo puede ser salvada por el arte.
Cuerpo-memoria, identidad cubana, ritualidad que atraviesa la obra. Saraha es espíritu convocado desde la metáfora teatral que permite un proceso investigativo para la actriz. Estudio Teatral La Chinche enfoca su proceso creativo en el cuerpo del actor. En el entrenamiento. Este dialogo con Indira Valdés es, a mi juicio, un punto de crecimiento para seguir progresando desde la escena.
Indira Valdés asusta e ilumina. Estremece desde su apropiación. Apenas niciada la obra, como evocación ritual dice: “Señora Sarah…”, ya sabemos que no relatará la historia tantas veces recreada. Sino que develará su alma en un ejercicio creativo con una maestra de actuación, Lizette.
Momento excepcional en el que descubrimos a la actriz mostrando la posibilidad de ser otro a partir de ser uno. Como metáfora de que hacer teatro es dejar de vivir, sin morir, para vivir en otra parte,
Saraha en La Habana tras el cuerpo de Indira, o, Indira tras su imagen reviviéndola en La Habana. Una nueva realidad que versa sobre el trabajo del actor. Lizette Silverio, líder del Estudio Teatral La Chinche, supo conducir a la actriz y hacerla dueña de la escena, cual maestra de actuación que ha formado varias generaciones.
El teatro es ilusión, crecimiento, replantearse la vida aquí y ahora. Sólo puedo decir que estuve ante un espectáculo sincero, donde lo versátil sobrepasa los sitios comunes. Es su actriz y directora un ejemplo de seguir confiando en el arte. Así como la banda sonora de Romy Sánchez, capaz de transportarte a momentos sensoriales del personaje.
Entre el dolor de un ser extraordinario como el evocado en este texto y el virtuosismo de una criatura de isla como lo es Indira Valdés, comprendemos que el arte es puerto seguro para acrecentar el alma.