Sueño, esta es la primera palabra que marca la cronología en la pizarra, que es también un muro, una pared de relevaciones. Luego van apareciendo los encuentros, un álbum de fotos malogradas, el viaje que dejó huellas en el joven, la madre, el padre.
Llegan la terapias de infierno, la educación en 1960, los 10 millones de 1970, la política, la masa y el poder, un último verano juntos. Invaden los recuerdos, las heridas, el silencio y los gritos, se sufren los errores, las represiones, las consignas.
Han pasado los años. La Habana, 2012. Estos letreros no son más que un epílogo apretado de una familia distante, de un testimonio profundo y autoreferencial, nacido de un diario personal y llevado cuidadosamente a escena.
10 millones es la reconocida pieza que nos entrega Carlos Celdrán con el grupo Argos Teatro, en el contexto de FIC Gibara. La Casa de la Cultura fue escenario de esta presentación, que arrancó aplausos en la concurrida sala.
El nombre de obra, de por sí, ya es una fuerte invitación a descubrir quiénes fuimos, qué somos ahora y si vale la pena o no, recordar, asumir nuestro pasado, enfrentar el presente, levantar la cabeza y hablar, aunque nos cueste caro, sea imposible.
Sí, hablamos de la zafra azucarera del 70, del reto que nunca se alcanzó. Sí, hablamos de una Cuba en Revolución, de radicales, de extremistas. Hablamos, otra vez, de emigar, y dejar atrás una vida, un pasado, hablamos de distancias.
10 millones acierta por el covencimiento de sus actores, su seguridad, la entrega absoluta al texto, a la(s) historia(s), su pasión, su desgarre. Es una puesta que a través de diálogos, narraciones y monólogos, logra uno de los mayores retos dentro del teatro, partir de uno mismo para hablar de otros, a todos.
En casi dos horas de presentación, protagonizada por Daniel Romero, Caleb Casas, Maridelmis Marín y Waldo Franco, Argos Teatro, bajo la sabiduría de Celdrán, nos entrega su pasado, con luces, oscuridades y sombras, una firmeza ilimitada.
En escena los actores se niegan ellos mismos, niegan sus recuerdos, viven entre máscaras, caras sucias, entre el hambre, entre un único libro que marcó la beca “azul” del joven, momento en el que padre, después de tanto esperar, decide marcharse al “yuma”.
Vinieron entonces a juzgar. Pero el niño volvió al pueblo, a la puerta de la casa de su padre, para sentir su abrazo, respirarlo. La madre llora. Esta Capitana, la heroína, es quizá la que más le duele ser como fue ¿Valió la pena?