Por Kenny Ortigas Guerrero
Todo espectáculo teatral, como son las cosas en la vida, puede ser perfectible. Por otra parte, a veces nos enfrentamos a puestas en escena, en las que parece que todo está colocado de manera tal, que no hay excesos ni carencias. Donde el juego de matices, alternancias y sorpresas se articulan en una urdimbre de signos, que armonizan de forma seductora. Tal fue mi experiencia al descubrir en la escena a Aquiles frente al espejo, unipersonal de Teatro la Rosa de Villa Clara bajo la dirección de la maestra Roxana Pineda, y que el Teatro Avellaneda de esta ciudad agramontina acogió como sitio de representación. Digo “descubrí” porque en efecto, Aquiles… desde el inicio hasta que las luces bajan para culminar la puesta, constituye un descubrimiento constante de peripecias y simbologías que retrotraen hasta la lejana Grecia y a la vez permiten entablar un diálogo con los tiempos actuales que, más allá de circunscribirse a cuestionamientos dentro de nuestra geografía isleña, son capaces de interrogar al auditorio alrededor de conflictos universales como la guerra, la doble moral y la incertidumbre a la que los seres humanos estamos sujetos desde siempre y que se acentúan en los últimos años.
Agradezco sobremanera haber presenciado un espectáculo digno, un ejercicio que evidencia la importancia del estudio en el acercamiento a un tema y sus disímiles caminos creativos para hacerlo sustancioso y atractivo al público. En este particular, la investigación del mito de Aquiles y los sucesos en los que se inscribe -dígase la guerra de Troya y las leyendas asociadas a la genealogía de los dioses y sus relaciones con humanos, que se convierten prácticamente en sentencias absolutas, donde se nos muestra un destino parametrado a los antojos de los omnipotentes- devienen en un alegato existencial lleno de analogías y parábolas que enfrentan también a la realidad cotidiana que nos domina. La puesta posee una visualidad interesante, un fino diseño artesanal que abarca desde la partitura de acciones físicas, hasta el mundo objetual que compone la escenografía.
En su estructura dramática, la puesta renuncia a una lógica aristotélica, y se fragmenta en ensoñaciones y epifanías que atraviesan el cuerpo del actor-performer, que se transmuta en Aquiles o en un simple mortal –cubano o de cualquier país- para discursar sobre los derroteros de la moral y sus constantes amenazas.
Viendo la función, recordaba algunas nociones que nos aportaba Patrice Pavis en su Análisis de los Espectáculos, cuando decía que para tener una experiencia estética hay que dejarse impresionar por su materialidad, y no empeñarse en atribuirle un sentido. Esta es la forma más natural de llegar a penetrar en su universo y que este, de la misma manera, no encuentre oposición para entrar y apoderarse de nuestra sensibilidad y afecto.
La maestra Roxana, articula cada mosaico de la pieza con lirismo y pulcritud. Nos traslada con su poesía, acompañada de hermosa música y acuerpada en pequeños elementos: títeres, barcos, cruces de un cementerio, un caballo de Troya, entre otros accesorios y utilería, a las arenas donde Héctor fue arrastrado por su contrincante aqueo, o envuelve a Aquiles en un velo translúcido que revela la añoranza y frustración de la memoria que se siente atravesada por imposiciones y estigmas, proposiciones que aterrizan la epopeya homérica en el contexto cubano actual.
Entonces yo, como espectador también me pregunto ¿Por qué vamos a la guerra? ¿A caso la necedad humana nos convierte en lobos contra nosotros mismos? ¿Cuándo se es un héroe o deja de serlo, al deslizarse por la fina cuerda que lo puede convertir en un arma mortal sin consciencia de sí mismo?
Dice el actor-Aquiles en uno de sus textos, que nos hacen falta cientos de espejos, mientras carga uno que deposita gentilmente en alguien del público, quizás a modo de recordación de la imperiosa obligación de mirarnos por dentro y revisarnos desde la ética y los valores, sin querer prebendas, sino respeto. La puesta en escena es una anagnórisis sobre el proceder del hombre sobre el hombre, cuestiona las actitudes belicistas que desestabilizan la paz e interroga a los falsos paradigmas contemporáneos que se legitiman como héroes en un afán de alcanzar riquezas y suculentos manjares, elevando como estandartes a la muerte y la falsa moral.
Es preciso un paréntesis para destacar el desempeño actoral de Dorian Díaz de Villegas que, en la carne de su personaje, refleja talento, disciplina y dominio cabal del espacio escénico. Ver Aquiles frente al espejo, es un retorno a las fuentes primarias del teatro que, curiosamente, siempre lo hace más contemporáneo, donde el ritual funde en un espacio a la danza, la palabra y la imagen, en una conjunción poderosa de energías y verdad.
Fotos: Pepe Fornet