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A PULULU, MÁS ALLÁ DEL HUMOR

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Por Teresa Zaldívar Zaldívar

Pulular es sinónimo de abundancia, hervidero, cantidad; términos que pueden sumarse al de la cubanía contemporánea expresada en el guion, donde se deja espacio para la crítica, como si tuviéramos a mano aquellas representaciones del bufo ahora con aires de modernidad. Los que asistimos al Karl Marx buscando un espacio para dispersar el estrés bajo el signo del humor, nos encontramos más que eso. A pululu, espectáculo de Omar Franco, se convierte en clase de actuación, por el uso de las marionetas y la maestría en su manejo.

Desde la encarnación de Ruperto, Omar Franco demuestra su talla actoral que le hace merecedor de Premios Caricato en actuación y otros lauros por su obra en el séptimo arte y la televisión, así como los premios Aquelarre y de actuación en el Festival de Cine de Puerto Rico, sin desdeñar su merecido galardón del Festival Internacional de Cine de New York y la más grande de todas las coronas: el reconocimiento del público cubano.

Josefino, su amigo, toma vida en el juego de diálogos entre ellos como recurso histriónico. En el guion, quizás algunas personas del público esperaban más picaresca, sin embargo, con puntos y comas el espectáculo se fue desbordando en fino discurso, sin banalidades, ni groserías como acto de genuino de cubanía y profesionalismo.

Una vez más el humor se convierte en instrumento de medida de la sociedad. El pueblo no se equivoca, Ruperto es parte del pueblo, por eso las frases puestas en su boca contribuyen a risas y reflexión. Para hacer un balance de la sociedad y tener a mano un termómetro que nos conduzca por caminos de la sociología, aquellos avezados en la materia no deben dejar de contar con los humoristas, pues –generalmente- se convierten en compendios de la filosofía popular, seguidos por la complicidad del público.

¿Por qué se llena el teatro? Sencillamente gracias a la calidad del producto artístico y a su capacidad de mantener al público en “activo”. El juego pasado–presente es un recurso para conducir al espectador a una especie de retruécano teatral que asoma a una interpretación de una realidad cubana que se desdobla en dos tiempos marcados por sucesos sentidos: caída del campo socialista, período especial, despenalización del dólar, crisis de los balseros o negociación de las relaciones Cuba-Estados Unidos, cualquiera de estos –o más- pueden ser temas referentes en los diálogos de Ruperto, aunque no sea de manera explícita. Ruperto (el personaje) es una época. Desde el 19 de enero de 1986… hasta el 2014…, cuando se produce su “Despertar final”: “… cuando me desperté en el 93… seguí dormido!!!”. Los que de algún modo vivimos la época del pelotazo a Ruperto hemos sentido el golpe y, aunque no dormidos, asumimos el tiempo de cambio.

Ruperto despierta y se encuentra con los cambios subyacentes que le dan esa capacidad de encantar al público de varias generaciones, por eso, la risa en el teatro de una persona de setenta años, como la señora que estaba a mi lado, se mezclaba con la del niño de once.

Por otra parte, Irela Bravo en su Cachita Caché, es la mujer que con “dulzura y prestancia”, esquiva los atrevidos manejos de Ruperto. Irela sigue joven, se conduce en pequeños bocadillos, de no menos valía que los de Omar, para conducir el espectáculo hasta el clímax de música, danza y movimiento, simbiosis de lo que somos.

Sirva el humor para leer entre líneas o quizás a renglón completo la dialéctica de A Pululu, que encuentra más allá del humor… la cubanía.

Foto Hansel Leyva Fanego, Tomada de playoffmagazine.com