Por Yuris Nórido
El coreógrafo Nelson Reguera regresa a la Compañía Rosario Cárdenas, agrupación con la que inició su carrera profesional como bailarín, hace casi un cuarto de siglo; regresa con una obra inquietante: en MurMuro confluyen impulsos de naturaleza contrastante, concretados en un entramado complejo, en el que se alternan tempos y formatos disímiles; es una especie de mosaico.
Ese mosaico pudiera ser una metáfora de la vida en sociedad, que se asume como complementación de los individuos o lucha de contrarios. Y aunque la proyección es universal, pues hay conflictos que nos son comunes a todos, independientemente del contexto, es posible aquí distinguir marcas de identidad.
Las más evidentes están asociadas a nuestros bailes populares, que aquí se muestran desde la carnavalización, a partir de un énfasis por momentos expresionista. Hay otras que son más sutiles, que exigen del espectador un ejercicio reflexivo.
Abierta a disímiles interpretaciones, porque nunca es una obra obvia, MurMuro juega a la superposición de sentidos. Por eso en el conjunto coexisten propuestas disímiles. Uno podría pensar que está viendo los gérmenes de unas cuantas coreografías independientes; algunas muy interesantes, de hecho.
Reguera, de algún modo, tributa a la poética que Rosario Cárdenas, manifiesto en obras muy importantes de su repertorio, que él mismo bailó, como María Viván y Dador: la sucesión de cuadros hasta cierto punto autónomos, que se plantean y se resuelven, para articularse en torno a una idea integradora.
Pero aquí los enlaces entre las escenas suelen ser un tanto duros, marcan demasiado las fronteras, dinamitan hasta cierto punto la fluidez del discurso. La entrada y salida de bailarines, por ejemplo, llega a resultar cacofónica, hasta esquemática. Y si bien muchas de las atmósferas están perfectamente logradas, el tránsito entre ellas puede ser algo abrupto.
Más que de caligrafía, o sea, la pauta del movimiento que aquí va desde la contención lírica hasta la decidida animalidad, hablamos de gramática, de la manera en que se ordenan, se coordinan, se subordinan esos elementos en escena, en su conjunto. Reguera es un coreógrafo en formación: puede ser época, todavía, de exploraciones.
Hablemos finalmente de interpretación: los bailarines de la Compañía Rosario Cárdenas se comprometieron a fondo con la obra: la bailaron con fuerza, con entusiasmo, y también fueron capaces de distinguir las variaciones de esos impulsos de los que hablábamos al principio. Significativa, y hasta simbólica, fue la aparición final de la propia Rosario, en un diálogo muy lírico con los demás intérpretes.
Interesantes y muy funcionales resultaron los diseños de vestuario, escenografía y luces. Y la partitura original, del francés Norman Lévy, que fue cimiento sólido para el armazón coreográfico.
La sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertolt Brecht es uno de los más interesantes espacios para la danza en esta ciudad. Ojalá los coreógrafos y las compañías pudieran aprovecharla más, crear a partir de sus posibilidades escénicas. MurMuro, por ejemplo, ganó mucho con la cercanía entre el público y los bailarines. Los muchos y prolongados aplausos al final dieron fe.
Fotos del autor
Tomado del Noticiero Cultural de la Televisión Cubana
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