Por Indira R. Ruiz
Molesta algo que el público deba escalar en medio de la oscuridad las gradas de la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht. De manera que el inicio de Japy beiby tu llu es una competencia disfrazada de elegancia que mantienen entre sí los asistentes por pasar de primeros la puerta del centro, luego de llegar los primeros a la puerta de la sala y finalmente ocupar un “buen” asiento en medio de las advertencias de las acomodadoras: “No suba por ahí, eso no es una escalera…” mientras los amigos te iluminan los pies con las linternas de los móviles y finalmente te “ganas” el asiento que has “luchado” desde la calle misma.
Casi no hemos advertido a la figura que ha permanecido todo este tiempo a un lado del espacio escénico. Un hombre abraza a una mujer sentada sobre el suelo, una caricia que aparenta ser amorosa en tanto una luz roja los baña. Un rap, una voz masculina que ordena que la “jama esté servida” les da vida. Él afirma ser Giacommo Casanova, Sacher-Masoch, el Marqués de Sade, quien como personaje múltiple cancerbero tricéfalo obtiene su placer del sometimiento femenino.
Sin embargo, esto será solo el prólogo de la puesta. La verdadera historia comienza cuando Susana –esposa obediente- da la bienvenida a Mirta la posesiva madre de su esposo; y a Pilar su cuñada, una doctora divorciada. Las tres, junto a Camila, futura youtuber e hija del matrimonio celebrarán el cumpleaños de Ramón, quien se ha auto hipnotizado y duerme en la habitación contigua. Estas cuatro mujeres, todas diferentes y de disímiles generaciones, debaten sobre sus vidas en tanto compiten por ser las elegidas para despertar a Ramón, dando cuerpo al principal conflicto de la obra. En tanto rivalizan, sus verdaderas esencias quedan reveladas, en sus pugnas emergen sus fracasos todos producto de insalubres relaciones con el sexo opuesto.
No resulta fácil hablar de machismo en un país intrínsecamente machista como el nuestro. Aquí cualquier aseveración corre riesgo de pasar por panfleto y sobre esa delgada línea apuesta su entrega Delia Coto como directora de Teatro Misterio, al escenificar este texto de la joven dramaturga Taimi Diéguez Mallo. Se trata de un texto escrito desde el punto de vista femenino, que deja al descubierto las falibilidades de las vidas llevadas a la sombra de los hombres y justamente en el debate femenino que se escenifica descansan los momentos más felices de la obra.
Por otra parte, la misma se resiente en elementos como la composición escénica que resulta estática, y la parca dirección de actores a la que poco ayudan los acentos musicales agregados para causar risa, en tanto no se explotan al máximo las posibilidades expresivas de las actrices. Tampoco ayuda el hecho de que se haya decidido mantener al personaje de Ramón dormido en escena, puesto que se trata de un signo que desaparece tras varios minutos para cobrar vida solo al final, como un deus ex machina que viene a cerrar de alguna manera el conflicto planteado.
El síndrome teatral de Pepe el Romano trae aquí al hombre a escena, en lugar de dejarlo escondido y por tanto hacer a su influencia más fuerte. Las actrices actúan para el público, hablan para el público, por momentos se convierten en portavoces del punto de vista femenino y discursan para la audiencia, enfrentando a los asistentes. En escena sobre todo conversan, pues se les ha dado gran importancia a sus palabras y menos a sus acciones. Japy beiby tu llu es una obra de ideas, que tiene varios puntos de contacto con Divorciadas, evangélicas y vegetarianas del dramaturgo venezolano Gustavo Ott, en tanto es la mujer moderna su motor.
Se trata de la celebración no al marido, hermano, hijo y padre que es Ramón, si no a la mujer misma que representan estos personajes femeninos, el personaje múltiple deteriorado por la vida que adquiere la deformada grafía de Japy beiby tu llu, un festejo raro, un acto de saldar cuentas con las propias mujeres que han puesto sus ladrillos para construir la sociedad machista.
El éxito de público habla del acierto de llevar comedias a escena. Esta nueva obra de Teatro Misterio, aunque es perfectible desde varios ángulos ya mencionados, logra llevar al teatro a una audiencia que además de reflexionar, quiere divertirse, aunque signifique esto reírse de las miserias de género y se juegue a la liberación mientras otro rap en voz de mujer te despide con su “voy bajando y que se queme el arroz…”
Fotos tomadas de Internet
Leer más en: