Por Ismael Albelo / Foto Ernst Rudin
Cuando en 1959 la cultura pasó a ser preocupación del estado cubano y fue puesta en manos del pueblo, pocos cubanos sabían qué era danza moderna, aunque ya nos habían visitado figuras como Marta Graham, entre otros representantes de esta especialidad danzaria, presente desde inicios del siglo XX.
En la década del ’50 un cubano había tomado clases con la Graham, de regreso a Cuba sus esfuerzos por enseñar esa técnica no tuvieron apoyo, y solo cuando se constituyó el Teatro Nacional pudo ver sus sueños convertidos en realidad.
Con la creación ese año del Departamento de Danza Moderna se inició este arte en nuestro país, y al frente estuvo aquel cubano que se empeñó en acercarnos a lo más novedoso del movimiento. Ese cubano, que aún tenemos entre nosotros, fue Ramiro Guerra, el padre de la danza moderna en Cuba.
Además de su condición fundadora, entre los méritos de Ramiro está el llevar a todo el pueblo el lenguaje que primaba en la danza mundial, pero también supo acoplar esa filosofía kinética a las necesidades corporales e ideosincráticas de nuestro pueblo. Cambió el clásico piano por los tambores afrocubanos, estructuró las rutinas académicas, y adecuó temáticas universales a las nuestras.
En el primer programa de febrero de 1960, del más tarde llamado Conjunto Nacional de Danza Moderna, colocó junto a La vida de las abejas y El estudio de las aguas, de la norteamericana Doris Humphrey, montada por otra indispensable en la historia, Lorna Burshall, una pieza como Mulato y mambí, de innegables fuentes cubanas.
Por diez años Ramiro llevó esa danza nueva en una transposición a nuestra imagen hasta abordar líneas aun no asomadas a la danza mundial, y que nos hubieran colocado en los inicios de la después muy divulgada danza teatro.
Burocracia e incomprensiones evitaron este bautismo, y después de la salida de Ramiro la compañía comenzó a llamarse Danza Nacional de Cuba y centró su filosofía en la simbiosis de lo moderno con lo folclórico, aunque también aportó piezas más universales como Michelángelo, de Víctor Cuéllar y Tanagran de Eduardo Rivero, quienes potenciaron la cración hasta los finales de la década del ’80.
Pero Danza Contemporánea de Cuba, denominación que adoptó desde 1987, es también la madre nutricia de los máximos representantes de la contemporaneidad danzaria cubana.
La atrevida triada de Marianela Boán, Rosario Cárdenas y Narciso Medina, quienes después multiplicaron y expandieron esas novedades con sus respectivas poéticas, originadas dentro de esta agrupación.
Esta compañía irradió sin dudas a todo el país y su influencia, unida a la formación de la Escuela Nacional de Danza, echó raíces en varias de nuestras provincias con compañías y academias que también han dado buenos frutos.
Premios de gran importancia internacional, actuaciones en los teatros más prestigiosos del mundo, coreógrafos universalmente reconocidos colaborando con ellos, bailarines soñados, oportunidades para los jóvenes creadores, y una coherente política en el repertorio, han colocado el nombre de Cuba en los más altos sitiales de la crítica más exigente y conocedora, desde Londres hasta New York, desde Madrid hasta México, gracias a esta compañía y su poética ecuménica.
La obra iniciática de Ramiro Guerra, continuada y desarrollada por Miguel Iglesias, su actual director, han construido durante estos sesenta años una de nuestras más importantes compañías y de mayor y mejor posicionamiento en el orbe.
Fuente Noticiero Cultural / Televisión Cubana