La propuesta de la décima temporada nombrada Rituales, en la sala García Lorca, continúa los presupuestos iniciales, donde, a la manera de su creador Carlos Acosta, lo cubano respira dentro de un concierto de influencias estéticas
Por Rubén Darío Salazar / Fotos Buby
Desde la primavera de abril, de 2016, fecha en que la Compañía Acosta Danza descorrió las cortinas para presentar sus espectáculos, no han descansado las expectativas del público y la crítica nacional e internacional que los sigue. Y es que ante los presupuestos conceptuales de una agrupación integrada por bailarines de diferentes formaciones académicas, a la búsqueda de mixturas gestuales, sonoras y plásticas, que entrelazan lo autóctono con lo foráneo en una sola propuesta, la sorpresa sigue siendo un componente esencial.
La propuesta de la décima temporada nombrada Rituales, en la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, continúa aquellos mismos presupuestos iniciales, donde, a la manera de su creador Carlos Acosta, lo cubano respira dentro de un concierto de influencias estéticas, cuyas marcas son la inquietud y la impaciencia en materia de arte, a tono con el desasosiego del mundo.El estreno mundial de Portal, del coreógrafo español Juanjo Arqués, es reflejo de lo anteriormente dicho. Música del grupo cubano-iraní Ariwo, con escenografía a dos manos, del mismo Arqués con Maykel González, diseñador escénico habanero, cuyo objetivo principal, manifiesto en las palabras del programa de mano, es “crear algo que representara a Cuba”. Tamaña intención que hace interesante a la vez que críptico el resultado final de su labor, mediante una cadena de movimientos sugerentes que contienen la idea del coreógrafo de cómo somos, en interacción con las circunstancias sociales en que existimos.
Tras un breve intermedio se repuso Paysage, soudain, la nuit, del coreógrafo sueco Pontus Lidberg. Momento alto por la atractiva banda sonora, donde convive la exultante música de Leo Brouwer, con la no menos jubilosa de Stefan Levin, coterráneo de Lidberg. Los bailarines de Acosta Danza traducen con elegancia y sensualidad los pasos diseñados por un artista creativo y visionario. Bailan en solos, dúos, tríos y cuartetos de forma abierta, dueños de una estética global arriesgada y bella, abierta a tendencias, formas y estilos venidos de todas partes.
Otro pausa más, y sobrevino el estreno en Cuba de Soledad, del español Rafael Bonachela. ¿Qué queda aún por decir de los conflictos internos de dos que se aman a la luz de una lámpara, al borde de una silla? Mucho y poco, lo cual se lo puso difícil a Gabriela Lugo y Enrique Corrales, los bailarines que me toco aplaudir en la función a la que asistí. Ellos recrearon ese sentimiento universal con intensidad y virtuosismo, acompañados por la imponente música de Astor Piazolla, Chavela Vargas y Gidom Kremer; pero para mí, anhelo humano insatisfecho, no fue suficiente.
Hubo un nuevo intermedio que alargó el programa innecesariamente, pues todos esperábamos con fruición el cierre del espectáculo, a cargo de una artista siempre bien recibida y esperada en su tierra, la coreógrafa Marianela Boan. Cor (coro, corazón, coral, coraje, coreo), estreno mundial, concebido especialmente para Acosta Danza, posee cien por ciento la marca Boan y su concepto de danza contaminada. Zeleydi Crespo, Yanelis Godoy, Carlos L. Blanco, Mario Sergio Elías, Julio León y Raúl Reinoso, asumen el estreno con todo el arsenal creativo que ostentan. Se entregan tanto en el breve tiempo que dura la pieza, que cuando sobrevienen los últimos acordes de la inspirada música del joven compositor Pepe Gavilondo, se produce el asombro, uno espera que en ese justo momento se inicie la continuación de una propuesta donde ellos cantan, tocan instrumentos de percusión, actúan y bailan a plenitud, recreando momentos que recuerdan otras piezas emblemáticas de la coreógrafa.
Todavía resuena en mis oídos el estribillo de “Consuélate como yo”, del músico capitalino Gónzalo Asencio, utilizada en la coreografía de la Boan, en las voces de los bailarines de Acosta Danza, agrupación que aún no ha llegado a los cinco años. “Por eso ahora, ya yo no vuelvo a querer…”. Claro mentís a los impulsos de una célula artística todavía en formación, una compañía que quiere y sueña el alma cubana de manera libre y abierta, en vital conversación con el mundo.