Por Ismael S. Albelo / Fotos Buby
Durante todo el mes de enero y el primer fin de semana de febrero se llevó a cabo una verdadera temporada de ese clásico del ballet que es El lago de los cisnes por el Ballet Nacional de Cuba y es obligado referirse en primer término a los debuts en los roles protagonistas.
Dos fueron las bailarinas que se estrenaron en el doble y muy ambicionado personaje de Odette/Odile: Ginet Moncho y Claudia García. Moncho ha sido descubierta muy recientemente como una “promesa”, a pesar de sus años en la compañía y su buen desempeño como alumna en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, por lo que para ella es bien válido el refrán “Más vale tarde que nunca”.Su buen desempeño en obras anteriores no hizo extrañar que su estreno haya sido exitoso, tanto en lo técnico (factor hoy día demasiado sobrevalorado) como en lo dramático, con buena disposición para la dulce princesa-cisne como para la diabólica aparición del acto tercero. Mostró seguridad, actuación alejada de estereotipos o exageraciones y buena relación con su partenaire, el también debutante Adrián Sánchez, con un físico idóneo para un príncipe romántico, a quien el fogueo escénico irá alejándolo de un natural estado de ansiedad nerviosa.
Por su parte, Claudia García, con una imagen más robusta y menos experiencia escénica, luchó por zafarse de etiquetas para crear un modelo también contenido pero eficaz para su novel carrera, que seguro irá madurando con la praxis escénica. Es de pedírsele mayor relación de pareja, que en sus presentaciones fue el frío y un tanto desganado Raúl Abreu quien, a pesar de sus conocidas posibilidades técnico-artísticas, está mostrando cierta falta de interés escénico, peligroso síntoma para un joven tan prometedor.
Diferentes experiencias aportaron las ya consagradas Yanela Piñera, Sadaise Arencibia, Grettel Morejón y Viengsay Valdés, tres de ellas acompañadas por el siempre noble Dani Hernández, el Sigfrido de la temporada. La Piñera, actualmente primera figura en una compañía australiana, exhibió inobjetablemente la diferencia con los estándares internacionales para El lago de los cisnes del siglo XXI, en cuanto a lo actoral y lo técnico: amplias extensiones en toda dirección, aplomo en lo dramático, equilibrios musicales, sin abandonar la tradición pero trayéndola al presente. Arencibia, quizás la que más se acerca actualmente a esas cotas internacionales entre nosotros, amén de dificultades en su variación del acto tercero y el polémico –pero válido– cambio en la supercoda del cisne negro, dio una clase de estilo, sobre todo en el acto blanco; mientras la Morejón evidenció su ascenso cualitativo en su incipiente estatus de primera bailarina, sin dudas avalada por su actividad internacional.
Y en Viengsay Valdés todo se reúne para el éxito que siempre la persigue: ahora como subdirectora artística de la compañía, su responsabilidad en esta esfera –un poco tenida a menos últimamente– es válida para su triunfo escénico. Ella tiene el dominio suficiente tanto para cautivar a la audiencia con sus virtuosismos como para impactar con su dramatismo, preserva los cánones estéticos de los tiempos de oro de la compañía y sabe manejar los códigos de la interpretación contemporánea. Pero creo necesario ampliar estas aproximaciones críticas con un acercamiento a lo que, en lo artístico, debe tenerse en cuenta en nuestras puestas de El lago de los cisnes para esta rápida era del cibernético tercer milenio.
Comienzo por la producción: en estos momentos crear escenografías y vestuarios para este clásico entre los clásicos resulta millonariamente imposible para países como el nuestro, una lástima para quienes contamos con bailarines más que dotados para empeños similares. No obstante, incluso cuando se acude a la telonería, la unidad entre todos los elementos escénicos, incluida de manera capital la iluminación, es decisiva, y es en extremo contraproducente componer espectáculos de esta envergadura con recortes de acá o de allá, como se hacía en la Rusia de Petipá. Ya este referente al siglo XIX enuncia lo arcaico del procedimiento para nuestra época.La efectividad del diseño de luces, en muchas producciones es un elemento vital y protagónico, incluso único en cuanto al montaje escénico, pero sea cual sea el caso, el diseño debe ser en extremo estudiado, puesto en práctica y probada su eficacia antes de lanzarse a la visión pública, y entregársele a un diseñador de luces que cohabite con el escénico y el de vestuario, nunca realizar un trabajo aleatorio o individual aislado.
Algo completamente fundamental en nuestros tiempos es la dramaturgia, que para nada quiere decir la acción dramática sino el hilo dramático que toda la producción. Hay producciones de los clásicos del ballet que fallan en su comprensión por gestos o acciones fortuitas que pueden desarrollarse para cubrir parte de la música o un enlace que no se completa coreográficamente. Agnes de Mille, decía a los jóvenes coreógrafos –no con estas palabras pero sí con esta idea– “Di lo que tengas que decir… y cállate”.
La dramaturgia para el ballet debe interpretarse como el orden o hilo constructor de la puesta en escena o mise en scène como acostumbra decirse en teatro, la coherencia entre gesto, postura, discurso –escénico, dramático y kinético– que han venido pidiendo los grandes de la danza desde Noverre hasta Fokin, llegando a Béjart en el ballet.
Si bien Cunningham y Cage tenían otras perspectivas para la danza contemporánea, el ballet académico tiene a la música como un factor fundamental y decisivo para las producciones, de ahí que no se deba confundir rubatear la música o jugar con ella con desentenderse de lo que la orquesta produce desde el foso a partir de las partituras originales. Tan importante son las pautas coreográficas como las notas y los tiempos musicales que diseñaron Chaikovsky, Adam, Minkus o Delibes, compositores muy respetables.
Y en cuanto a la ejecución danzaría… ¡hay mucho que comentar!: tradición no es anquilosamiento. Viendo la carrera de la mayor heredera del pasado entre nosotros, Alicia Alonso, se puede observar que, si bien ella mantuvo el legado clásico, cada vez hacía más actual el movimiento, más alto y más orgánico, no sólo en cuanto a lo físico sino en cuanto a lo conceptual: ¿qué mejor ejemplo que la reducción de El lago de los cisnes a tres actos hecha a 25 años del estreno de la producción por el Ballet Nacional de Cuba?
Asimismo hay que renovar la visión añeja y adaptarla a nuestros tiempos, con la dinámica de la comunicación electrónica, la agilidad de los recursos digitales, la calidad del movimiento de la posmodernidad. Los estándares técnicos también se han dinamizado en cuanto a pasos, a líneas corporales, al desarrollo máximo de las potencialidades físicas del cuerpo humano.
Todo esto en conjunto es el reclamo del siglo XXI para el eterno Lago de los cisnes, para que siga perviviendo a través de los tiempos.