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«Fiesta de Alicia Alonso»: La definición mayor

Comentario sobre el artículo “Fiesta de Alicia Alonso”, escrito por José Lezama Lima y publicado por la revista Cuba en el Ballet, en mayo-agosto, 1976.
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Por Roberto Pérez León

Alicia Alonso puede soltar sus huestes danzarias en la plaza de la Catedral y

en la de la Revolución, pues en realidad lo que ella baila es nuestra

historia en relación con la historia universal.

José Lezama Lima

Soy un espectador de ballet clásico emocional, enteramente emocional, no tengo la menor idea de la técnica del ballet clásico, para mí una bailarina es buena cuando me erizo o se me aguan los ojos al verla accionar en el escenario. No me avergüenza decir que puedo confundir El Lago de los cisnes con Gisell pese a que he visto estas obras muchas veces.

Pero hace más de tres década tuve el privilegio de participar en la edición décimo quinta de la revista Cuba en el Ballet junto a Miguel Cabrera, Pedro Simón y Manuel Rivero de la Calle. En ese número de la publicación, en el reverso de la contraportada, Fayad Jamís creó un poema gráfico que tituló “Alicia”, y luce como una celebración de la poesía desde la danza.

Si de danza y poesía tendría la revista lo mejor para convidar a la arrebatada lógica entre las dos era destacar el culmen de las definiciones que de Alicia Alonso existían.

Entonces entré en “Fiesta de Alicia Alonso”, el texto que Lezama Lima había escrito y estaba publicado en el  número correspondiente a los meses mayo-agosto de 1976 de Cuba en el Ballet.

Al revisitar “Fiesta de Alicia Alonso”, ahora cuando empezamos a celebrar el centenario de la bailarina, siento aún más el deslumbramiento calidoscópico de su presencia entre nosotros dialogando con la eternidad desde lo real y lo increíble “en el cumplimiento de un destino y el vencimiento de una fatalidad”.

Existe en Tratados en La Habana, en “Sucesivas o las coordenadas habaneras”, textos de Lezama, la viñeta número 43 donde ya en la temprana fecha de 1949 o principios de 1950, Lezama hacía notar:

Una bailarina como Alicia Alonso nos comprueba que existen entre nosotros miríadas de irisaciones, de metáforas, de reflejos, de ideas, de nacimientos y presagios, que pueden tener momentáneamente una evidencia, alcanzando forma y esplendor al ser danzadas

Ahí se declara que Alicia “se adelanta en la posesión de muchas tradiciones, allí donde la danza era cultura, un ejercicio de gracia y de números para apresar la llama y el instante”.

En “Fiesta de Alicia Alonso”, la bailarina es descifrada como un atardecer o un pueblo y queda entre  las coordenadas habaneras de su reoriginador sistema poético lezamiano.

Para Lezama definir era “cenizar”, detener lo que se define, toda definición era para él un conjuro negativo, tal y como pensaban los taoístas.

Sé de lo riesgoso que es decir que “Fiesta de Alicia Alonso” es la definición mayor. Pero ese texto inscribe a Alicia en la participación con la poesía. Y ya sabemos que el encuentro de Lezama con la poiesis resultó una chisporreante cantidad hechizada de dimensiones desmesuradas, derivaciones tangenciales y súbitas progresiones.

“Fiesta de Alicia Alonso” recorre toda una línea conexiva capaz de armonizar los fragmentos que la integran, que no adquieren sentido por sí solos sino por el diálogo que van entablando con los demás.

“Fiesta de Alicia Alonso” es parte del diálogo que es la obra de Lezama, y su eco está en las proyecciones, en las correlaciones que dentro de esa obra desarrolla su sistema poético.

Para llegar a una hermenéutica fenomenológica de un texto literario como “Fiesta de Alicia Alonso”, desde el probadamente hermético sistema poético de su autor, acudamos a la fe paulina: la prueba de las realidades que no se ven, y entonces estaremos cerca de la plenitud y sobreabundancia en que está inscrito ese texto.

Toda la poética de Lezama tiene el fin de fructificar la aridez del vacío, del albur y de la muerte, para lograr la expresión de la imagen de la resurrección como “la mayor exigencia conocida hecha a la imaginación del hombre”.

Con ese fin estructura Lezama un aparato conceptual que le permite una escritura poética que, por su poder integrador, suma tiempos y ensancha la percepción de la realidad.

“Fiesta de Alicia Alonso” vigila, ejecuta, despliega y sustancia el acontecimiento danzario desde el verbo como consagrado ejercicio de creación e interpretación.

Podría haber bailado entre las hogueras y las primeras auroras”, dice Lezama de Alicia, considera que “su arte se sitúa entre todas las posibilidades de futuridad”.

Del mundo teocrático de los etruscos extrae el poeta el concepto de potens y lo hace participar en su sistema de creación poética.

El potens, la potencialidad infinita, está en las posibilidades de la infinitud de creación en Alicia. Esto quiere decir que para Lezama ella con su arte habita las posibilidades y derivaciones de la hipérbole, la hipertelia, la desmesura como partes sustantivas de la poesía.

Siendo así, la danza que se encarna en Alicia Alonso y va más allá de lo posible, anula la temporalidad, las limitaciones, se convierte en instrumento poético que proyecta una imagen que sobrepasa lo imaginario con la fuerza de un “ente de razón fundado en lo irreal”, manipulación lezámica de un concepto aristotélico que hace ejecutable una de las frases más generatrices del sistema poético del hombre de la calle Trocadero 162, desde donde se escribió Paradiso: “el imposible al actuar sobre el posible, crea una posible actuación en la infinitud”.

En la habitabilidad de su sistema poético la causalidad tradicional es reemplazada por una serie de relaciones imprevistas e insospechadas, por conexiones acausales. La atención se dirige al incondicionado poético y se centra el interés en la batalla entre la causalidad y lo incondicionado que al encontrarse “han formado un mosntruosillo, la poesía”.

Explica Lezama que Alicia, “como todo gran artista, lo que ella demuestra y plantea es la historia inmediata  en función de la historia ideal, arquetípica, lejana, pero poseída en su raíz secreta”; además, cuando “ella baila una obra del siglo XVIII nos está resolviendo vitrales de Amelia Peláez”; entonces, “su obra resuelve el contrapunto ideal entre lo abstracto y lo histórico, entre lo que no parece apoyarse en el acontecimiento y lo que ofrece la chispa inmediata”.

Lezama coloca a Alicia en la ecumenicidad del mundo de la poesía; ella hace de su arte el campo operatorio del encuentro de lo causal y de lo incondicionado como dualidad visible-invisible paridora de “la vivencia oblicua”: la causalidad poniendo luz sobre lo incondicionado, respondiendo a un fenómeno irreal y al “súbito” donde lo incondicionado metaforiza racionalmente la causalidad velada.

En la intrincada dialéctica lezamiana el potens, como infinita posibilidad de creación, y  lo incondicionado condicionante son elementos definitivos que hacen posible la vivencia oblicua y el súbito por el que “todos los torreones de la causalidad son puestos al descubierto en un instante de luz”.

Lezama otorga a Alicia Alonso la categoría de “genitor por la imagen”, dándole participación en el centro irradiante de toda su poética ocupada por “la imagen como proporción y nueva causalidad entre el hombre y lo desconocido”.

En “Fiesta de Alicia Alonso”, después de desplazarse la dramaturgia textual al Castillo de la Real Fuerza, uno de sus lugares preferidos de La Habana y que es joya de imantación incesante en la obra de Lezama, leemos: “Se abrió una ventana y apareció alguien más preciso que un fantasma y tan dueño de los dominios de su extensión como una imagen”.

En Lezama la imagen puede sustantivar lo desconocido. A falta de naturaleza, la imagen es capaz de penetrar la naturaleza perdida y dar origen a la sobrenaturaleza, o lo que es lo mismo la naturaleza reconstruida por la imagen.

Por tanto, si dentro del discurso lezámico Alicia Alonso es genitora por la imagen por haber “creado, continuado y fortalecido nuestra tradición”, “Fiesta de Alicia Alonso” es una expresión definitoria en sí misma, y como acontecimiento textual constituye a un sujeto y se proyecta como una nueva cifra para su conocimiento.

“Fiesta de Alicia Alonso”, en el paisaje de la danza cubana, es un navío para llegar a Alicia como hacedora mayor de ese paisaje al organizar, desde su historicidad, la significación de la imagen: “La imago como un absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la última de las historias posibles”.

Alicia Alonso fascinó a Lezama por representar en nuestra cultura uno de los instantes en que la imagen del hombre crea al mundo del prodigio actuando con fuerza de metamorfosis donde la imaginación es el ámbito configurador que asimila la Historia.

El arte de Alicia dio a Lezama lo más convidante: lo transparente, lo muy cercano y lo distante, el lugar donde lo visible se amalgama con lo invisible, lo que penetra al misterio y es misterio en sí, lo que toca la realidad y transfigura.

Oppiano Licario, personaje de mayor ascensión en la obra de Lezama, es un opulento sujeto que siempre he visto como el alter ego del poeta y del que él mismo dice: “Licario tenía el convencimiento de un conocimiento oracular”.

Alicia Alonso trasmite ese conocer licariano. “Ella nos ha regalado lo que gusto de llamar el curso délfico, basado en una frase del Oráculo de Delfos: ‘Lo bello es lo más justo, la salud lo mejor, obtener lo que se ama es la más dulce prenda’”. Esa frase aparece en la página 251 de primera edición cubana de Oppiano Licario. Pero más adelante, a pocas líneas, donde se expone el famoso curso délfico se lee otra frase determinante, esta vez de Pascal: “La pereza es lo único que nos hace pensar que somos dioses venidos a menos”.

En “Fiesta de Alicia Alonso”, Lezama asegura que siempre oiremos a Alicia diciéndonos: “Convierte la pereza y la voluptuosidad en un diálogo mientras paseas por la ciudad”. Así, el ser genitor por la imagen, el sujeto metafórico capaz de provocar el súbito, la vivencia oblicua, el causalismo de gravitación poética nos manda metamorfosear la pereza para que dejemos de ser dioses venidos a menos.

Como Licario, Alicia Alonso nos crea y nos lleva al espacio gnóstico, el que busca los ojos del hombre, el que se apodera del mundo por la imagen.

Y Lezama para perpetuar la fiesta concluye: “Se inauguraba el amanecer. Todos los hechizos sombríos habían sido vencidos, Alicia Alonso había comenzado a bailar a los pies del Castillo. El rosicler salta en curvas”.

El amanecer, el reconciliador entre lo claro y lo oscuro, el que restituye la luz después de la noche órfica donde la bailarina, como Orfeo, el poeta modelo, regresa de lo desconocido portando “la espiga visible” de la danza y se ejecuta la promesa de resurrección.

Foto de portada tomada de la página oficial de Facebook del Ballet Nacional de Cuba

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