La conferencia en línea, efectuada en horas de la mañana de hoy, del proyecto ResiliArt, perteneciente a la Unima Internacional, contó, desde Cuba, con la participación de Rubén Darío Salazar, Secretario General del Centro Cubano de la Unima, y Lillitsy Hernández Oliva, como representante del Consejo Nacional de las Artes Escénicas (Cnae).
Cubaescena comparte con sus lectores un resumen de la alocución que realizó Rubén Darío Salazar desde la sede del Cnae.
¡VIVA LA VIDA!
No es la primera vez que el teatro y las actividades colectivas sufren una crisis debido a las enfermedades contagiosas, pero esta es la crisis que nos tocó, es la nuestra. Se enmarca en nuestro período de vida, y para los teatristas la vida no es también el teatro, sino que es el teatro.
En cuanto se produjo la declaración de pandemia y se ordenó el cierre de los espacios de representación, junto a otros de festividad, ocio y actividades comerciales, lo primero que sobrevino fue una oscuridad inmensa, abrazadora, tristísima. Observar el patio de butacas vacío y las luces apagadas por necesario decreto y no por receso, es una de las sensaciones más apabullantes que pueda percibir alguien que se dedica al arte dramático, venga del teatro tradicional, experimental, de la danza, el teatro de figuras o el circo. Hablar, bailar o cantar para nadie, no está entre lo que nos enseñan en las escuelas o hemos aprendido por las experiencias de nuestros mayores.
Aceptada la situación, unos asimilaron el cambio radical de las prácticas cotidianas de los artistas y enfilaron sus energías hacia otras acciones lejanas a las tablas, algunos más lo asimilaron, pero buscaron como paliar el parón, que incluyó además afectación económica. Entre los segundos me incluyo. ¿No existen las redes sociales, tan parecidas al futuro planteado en las novelas de ciencia ficción, en cuanto a las prácticas de comunicación? Pues pensé, al igual que muchos de mis colegas, que bien podría ese elemento que nos aleja aún juntos, servir de puente esta vez para no perder el contacto con nuestros espectadores y continuar así una actividad cultural herida en la raíz, pero no en las ramas. Desde la pequeña pantalla del teléfono móvil iniciamos una serie con títeres, poesías, cuentos y canciones; breve, apenas una forma de decir: estamos aquí, no nos olviden. Le sumamos el envío de informaciones textuales y visuales sobre la historia de la compañía, sus espectáculos, personajes, compositores, dramaturgos, diseñadores, viajes…y dimos un salto natural hacia la televisión, que nos convocó al ver nuestro trabajo. Nunca dejamos de hablar con alguien, aunque ese diálogo, sobre todo en el caso de las redes sociales que incluye en el instante opiniones, aceptaciones y disensos, no fuera el teatro en su función esencial de comunicarse ojos en ojos, con esa energía inigualable de una función en vivo.
Ejercitarse, escribir, componer, diseñar, proyectar nuevos montajes, todo eso puede hacerse en ese tiempo de distanciamiento y contención, sólo que en mi caso eso no fue suficiente, porque la creación es algo como fuego que abraza, y sí uno trabaja con algún compañero o compañera tomando las medidas de seguridad, el intercambio vital comienza, crece, se estimula y vivifica.
Los artistas escénicos cubanos no fuimos afectados en nuestros salarios, aunque hubo cambios y adecuaciones en lo devengado, más la detención y postergación de proyectos que se vieron afectados por el advenimiento de la nueva situación sanitaria, real, contagiosa, que ha dejado víctimas por doquier y entre ellas las personas con menos recursos, que no es el caso de esta pequeña isla caribeña, donde con poco, con nada, todo se ha ido compartiendo, redistribuyendo, planificando, para que lleguen a todos los alimentos, las medicinas y los artículos imprescindibles para vivir.
El reto mayor de los creadores, en mi personalísima opinión, es enfrentarnos, tras la restitución de la vida cotidiana, al miedo a socializar de las personas. El estado de alarma que ha padecido y padece la mente y el cuerpo de los seres humanos, inseguros, víctimas de informaciones orientadoras y desorientadoras, incitando al pánico generalizado. Este virus ha potenciado en la gran mayoría el individualismo, y eso va en contra de los sentimientos colectivos, de la salud mental, física y emocional que precisa el teatro en su ejercicio. El mundo está más desvalido que antes, continúan las guerras, las desigualdades sociales, las crisis económicas, la violencia contra los excluidos y los diferentes, la agresión a la naturaleza, a su hermosa flora y su fauna.
El tiempo irá dictando los enfoques y estrategias para continuar trabajando. Nosotros, titiriteros por oficio y profesión, estamos a merced de otros manipuladores, con rostros y sin rostros. Los poderosos mundiales siguen dando las órdenes económicas, pero por suerte no las espirituales, aunque estas se vean afectadas fuertemente. Tendremos que potenciar en nuestras creaciones la belleza de la vida, aunque sea una vida soñada o utópica. La decadencia social no puede tragarse nuestras ilusiones ni nuestras alegrías. El arte ha sido siempre un hecho balsámico, sanador. Hay que apostar por nuevas alianzas que superen las que ya existieron y quedaron menguadas por la realidad imperante. Abajo los traumas y los trastornos que aniquilan la luz de la raza humana. ¡Vivan el arte y la cultura! ¡Viva la vida!
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